(2011)
España
Director: Icíar
Bollaín
Sinopsis (Página oficial):
En los primeros
años 90, Laia, una joven maestra catalana, se traslada a Katmandú a
trabajar en una escuela local. Pronto descubrirá una pobreza extrema y un
panorama educativo desolador que además deja fuera a los más necesitados. Tras
contraer, a su pesar, un matrimonio de conveniencia para legalizar su
situación, Laia se embarca en un ambicioso proyecto educativo en los
barrios de chabolas de Katmandú.
En seguida se
enfrenta a la evidencia de que no puede hacerlo sola. Pero también se encuentra
con un hermoso regalo que no esperaba: enamorarse del desconocido con el que se
ha casado. Dividida entre su relación amorosa y su compromiso con los niños a
los que ayuda, y siempre de la mano de su amiga y joven maestra Sharmila,
Laia emprende un nuevo proyecto que la alejará irremediablemente de su
compañero, pero que la unirá para siempre con Sharmila y con la pequeña Kushila,
en un viaje personal a lo más profundo de la sociedad nepalí y también, al
fondo de sí misma.
Desconozco
si la Sra. Bollaín vio “La clase” de Laurent Cantet
y un póster en la Gran Vía madrileña de Viajes el Corte Inglés, especial Nepal,
encendió la bombilla. Para su nueva película decidió basarse en los hechos
reales (y loables) de Victoria Subirana y de esta manera trazar un
retrato global sobre las personas y la importancia de la educación (pública) en
un lugar remoto, donde las diferencias sociales y económicas están mucho más
marcadas. Lo que sí me parece es que la autora de guiones ejemplares como “Flores
de otro mundo” y “Te doy mis ojos” está perdiendo el norte narrativo
cada vez que coge un avión armada con una cámara de cine. En “Mataharis”,
sin avión, ya desvariaba con los peores tics de la producción televisiva patria
y pifiaba, sobremanera, en aquello que se le daba mejor a la autora de “Hola,
¿Estás sola?”: sabe retratar lo que ocurre en las calles con una trama
laboral de sonrojo que elevaba la vergüenza ajena hasta extremos intolerables.
La educación, el Futuro |
En
“También la lluvia”, retrato bollaíniano-paul-lavertyzado de la
Guerra del Agua en Bolivia, tornaba una mirada paródica-cómica interesante,
inicialmente metacinematográfica, en el típico panfleto maniqueo docu-soci-trágico
sin la correcta mirada documental y muy desorientada y descompensada por la
magnitud de mensajes y circunstancias. Parece que esa descompensación es aún
más palpable en “Katmandú, un espejo en el cielo”: una historia
bigger-than-life que se desparrama entre numerosos ramales que propician las
historias de los personajes secundarios. Podría ser una excelente miniserie
porque en la nueva película de Icíar Bollaín habitan buenos personajes y
grandes (y trágicas) historias pero la que parecía una de las guionistas con
mejor cabeza en el cine nacional comete errores de primeriza: quiere contar
tanto que acaba narrando todo y contando lo mismo. Desde la imposición social y
económica de una infeliz protagonista en su tierra, que le hace encontrar en la
otra punta del mundo la vida y utilidad que siempre soñó, al acceso a la
educación de los más pobres condenados desde su nacimiento, pasando por las
tradiciones inentendibles de una cultura que aparta también a las mujeres a la
oscuridad social y personal. El material dramático es numeroso: la explotación
infantil, la venta de niñas, el aumento del precio de la educación, la corrupta
burocracia, las pésimas condiciones con las que tienen que vivir las clases más
bajas… Ese gran todo hace que la protagonista se percate que no se puede
cambiar una porción dejando intacta al resto y tal vez se trace el nacimiento,
por necesidad, de proyectos que necesitan un apoyo social y financiero
extranjero.
El viaje de la vida |
Pero
la cineasta, que demuestra trabajar excelentemente bien con actores no
profesionales y numerosos niños a los que esperemos no haya explotado mucho, quiere
contarnos todo y no dejar nada dando cierta sensación a pastiche con bellos
paisajes y exóticos escenarios. Y todo, por supuesto, netamente dramático y
fatalista. Su guión, por lo tanto, no me parece bien trabajado queriendo
incluir mucho sin centrarse en la historia principal que origina todo: la de
una mujer que encuentra en Katmandú, ese espejo en el cielo…, su propia
alma y luz interior. La narración está articulada sobre dos grandes anticlímax
en los que la protagonista y el primero de ellos se resuelve con uno de los
recursos de guión más sonrojantes del drama-progre: ¡una visita a un astrólogo
que lea el futuro de las protagonistas! No veía algo así desde “Candy Candy”
y mira que ha llovido desde entonces… Y hablando de llover, una cosa Icíar, ¿por
qué tienen que llorar los personajes a la intemperie en una noche de tormenta y
copiosa lluvia y rebozarse por el empapado y mojado suelo? Será muy ‘coixet’… y lo que tú
quieras, ¿¡pero no te das cuenta que si fuera así cogería una pulmonía!? Podría
enumerar numerosos elementos que me parecen pifias con las que se suspenderían
(o amputarían miembros) a alumnos en talleres de guión pero prefiero quedarme
con las intenciones de una de nuestras mejores autoras.
La belleza de “Katmandú, un espejo en el cielo” justamente se encontraba en sus escenarios e instantes de descubrimiento, como ese viaje que hace Laia con su marido de conveniencia y donde halla el amor. Es, precisamente, cuando menos se habla y donde más se dice.
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