La espuma de las olas de una playa deja ver su arena y el nombre de nuestro ‘héroe’: Steve Buscemi. Aparece ante un idílico horizonte, con sobrero e impoluto traje, Enoch ‘Nucky’ Thompson. Bien plantado, con sus pies en un suelo que es puro polvo húmedo… Muchas series quedan definidas por sus títulos de crédito o banda sonora inicial. Desde la inolvidable pieza musical de Angelo Badalamenti en “Twin Peaks” hasta la introducción milimétricamente poderosa de “A dos metros bajo tierra” pasando a la minimalista y breve concisión enigmática de “Lost” la ficción televisiva de culto ha marcado sentencia desde sus primeros segundos de emisión.
“Boardwalk Empire” introduce el punteo de guitarra de ‘Straight Up and Down’ de The Brian Jonestown Massacre como referente desde su mismo título a un personaje que va a estar al pie del cañón recibiendo olas y olas, viendo pasar el tiempo a su alrededor, sin que su clavel rojo se marchite y con una impasibilidad, paciencia y observación pasmosa ante el premio que va a recibir. Una multitud de botellas que parecen, en su práctica totalidad, llegar a buen puerto pese a la tormenta que las envolvía.
‘Nucky’ Thompson no sólo tiene la clase de encender un cigarrillo extraído de una pitillera de oro y fumárselo con total relajación sino que la espuma que arrollaba las olas abandona sus zapatos. Secos, impolutos, sin ningún rasguño y ningún fragmento de arena que permanezca en ellos. Es hora de volver al reino con total chulería y absoluta clase. Pura lección de categoría de lo que vamos a ver.
“Boardwalk Empire” da miedo desde ese excelente episodio piloto dirigido por Scorsese aunque su segundo episodio parece mera transición para pulir los personajes y futuras tramas. Bajón en toda regla después de un buen y notable trago que provocaba efluvios etílicos en los cerebros de los televidentes sobre un juego de mafia y política embotellado en gánsteres, caméos de la historia criminal y, sobre todo, en destilar el género por recovecos menos trillados. Puro mareo por sobredosis de genialidad venida a menos. Catalogar, puntuar y opinar sobre una serie que acaba de nacer es como hacer cábalas respecto al éxito de un nuevo local de copas en el centro de una ciudad.
Puede que funcione, puede que no. Puede que lo cierren en apenas unos meses, puede que aguante hasta dentro de cinco años. Puede que cambie de público o puede hacer feligreses cada semana y esperar su apertura después de vacaciones. Demasiadas quinielas y ‘puedes’ como el juego sobre el imperio redundante del juego y la cultura de éxito americano basado en el libro “Boardwalk Empire: The Birth, High Times, and Corruption of Atlantic City”. Sabemos qué vamos a ver pero no sabemos ni el cómo ni el cuánto. De momento precaución aunque los aires etílicos comienzan a nublarme la visión y los mareos convertidos en exaltación de la felicidad empiezan a confundirme. A la HBO también que ya ha renovado por una segunda temporada en vista del éxito de público y críticas. ¿Será el mensaje que contenía cada una de las miles de botellas que llegan la playa de sus títulos de crédito?
Porque servidor necesita beberse de “Boardwalk Empire” no un chupito ni dos, ni siquiera oler parte de lo que contiene su estimable botella al parecer de perenne cosecha. Deseo beberme el bar entero. ¿Nos dejará hacerlo esa ‘ley seca’ llamada audiencia, presupuesto y contratos con la HBO a lo más beodos y adictivamente beatos a esa nueva religión llamada Edad de Oro de las Series de TV?
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