Director: Manuel Martín Cuenca
España
2013
Sinopsis (Oficial):
Carlos es el sastre más prestigioso de Granada, pero también un asesino en la sombra. No tiene remordimiento, ni culpa; hasta que Nina aparece en su vida. Por ella, conoce la verdadera naturaleza de sus actos y surge, por primera vez, el amor. Carlos es el mal, inconsciente de sí mismo. Nina la inocencia. Y ‘Caníbal’ la historia de amor de un demonio.
Comentarios habituales (de caníbales) sobre “Caníbal”:
«¡Qué mala que es!».
«¡Qué poca chicha que tiene!».
«Qué poco sale Granada, ¿no?».
Si en “Vértigo” James Stewart se enamoraba de un fantasma y de una mentira, un sastre de Granada va a ser enclaustrado por Manuel Martín Cuenca como parte de su (re)encuentro de una historia de amor. O más justamente, de la historia de amor de un caníbal que devora a sus víctimas (mujeres y trofeos) como parte de su imposibilidad de encajar en cualquier esquema social, (auto)condenándose a la soledad. Carlos (Antonio de la Torre) es La Bestia que traga (literalmente) a toda Bella que se cruza en su camino. Atrapado entre las telas de su taller, su diáfana y hueca intimidad y una ciudad que atraviesa su ventana, accede a su refugio en una montaña rodeada de nieve y asilada de ese otro mundo del que no puede escapar. La cabaña como cúspide de ese cobijo evidentemente potencia el carácter solitario de ese personaje prisionero que debe repetir el mismo ciclo que cabalga entre congeladores naturales y artificiales que marcan el camino a un mantel ornamentado como si estuviéramos presenciado un festín algo menos elaborado del Dr. Lecter en “Hannibal”, con la que comparte elementos narrativos como el suspense de la elipsis aunque rindiendo cuentas a la religión en el marco del deseo/pecado, del ritual trayendo la carne a través de la muerte y esa marcada ‘resurrección’.
Y, entonces, llego ella y regresó desde los muertos… para hacer que el monstruo y bestia se replantee la posibilidad de amor, de quebrar esa espiral y ciclo de muerte y digestión, de caza y asesinato. Los actos se paralizan, no se mata, no se come… se trata de amar y satisfacer al alma en vez de a las necesidades animales de la bestia. Desconozco si Manuel Martín Cuenca tenía en mente el paralelismo del mecanismo de la máscara y su reverso. Si el trabajo de ese sastre, que se complementa a su apetito peculiar y carnívoro, acababa fusionado en un cuento de amor con la imposibilidad de aceptación de su naturaleza por parte de la doncella. La bestia siempre será bestia por mucho que diga que ahora es príncipe. La catarsis, por supuesto, ambiental, fría y ciñéndose al propio mecanismo y paralelismos de la propia película, como un breve escape sin posibilidad de salida final. El caníbal tiene que seguir siendo caníbal… y no por necesidad sino por amor (o por falta del mismo). La tela es una máscara pero no hay un castillo ni mansión, simplemente su camuflaje es su soledad, sus ritos, la caza servida con un buen vaso de vino. La nevera se llena de carne y estamos invitados a esa revisión apropiada y devorada por el propio Martín Cuenca porque, aquí, tanto el amor y la referencia, se comen.
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