“Alma salvaje”
Título original: “Wild”
Director: Jean-Marc Vallée
EEUU
2014
Sinopsis (Página Oficial):
En “Alma salvaje”, el director Jean-Marc Vallée (“Dallas Buyers Club”), la ganadora del Premio de la Academia® Reese Witherspoon (“En la cuerda floja”) y el guionista candidato al Premio de la Academia Nick Hornby (“An Education”), llevan a la pantalla la extraordinaria aventura de la popularísima autora Cheryl Strayed. Después de años de un comportamiento irresponsable, una adicción a la heroína y la destrucción de su matrimonio, Strayed toma una decisión precipitada. Obsesionada por los recuerdos de su madre, Bobbi (la candidata al Premio de la Academia, Laura Dern), y carente de toda experiencia, emprende –totalmente sola– una caminata de más de mil millas por el Sendero de las Cimas del Pacífico. “Alma salvaje” revela con enorme fuerza sus terrores y sus placeres a medida que sigue adelante en una odisea que la enloquece, la fortalece y acaba curándola.
Me resulta curioso el ‘odio salvaje’ que ha levantando en una facción de la audiencia, alentada por los clichés sobre el sexo y las drogas equilibradas por ese trauma emocional ante la pérdida que enmarca el conflicto de la protagonista. Se trata de un viaje redentor donde el paisaje y los encuentros con animales y seres humanos van provocando la recomposición del alma de Cheryl Strayed por su personalidad auto-destructiva. Que Jean-Marc Vallée deseara que su film hablara también sobre sus imágenes y montaje, induciendo también a un encuentro y catarsis sobre su propia audiencia. Las críticas han llegado por la propia historia. Aburrida, lenta, con un personaje para nada agradable y con una peligrosa concepción de una historia de superación. Y lo peor de todo: a Witherspoon la han nominado al Oscar por no usar maquillaje durante toda la película… aunque su pelo y ropa siempre luzcan estupendas.
Críticas hirientes aparte, el extremismo físico y emocional van de la mano en “Alma salvaje” donde todo el concepto queda articulado en ese encuentro de la protagonista con un animal y zorrillo como representación alegórica del alma de su madre. Es un viaje condenado hacia el reencuentro y a expulsar el dolor con el propio dolor como exorcismo a los muchos demonios interiores. Habita en su monólogo y recapitulación final un reverso oscuro al destino impuesto. Muchas veces se contempla el final del viaje como un acto redentor a los pasos previos pero Jean-Marc Vallée deja vislumbrar una lectura sobre el peaje de cada acto como justificación de cualquier suceso futuro. La salvación, por lo tanto, no conlleva
«Nunca estamos preparados para lo que esperamos», nos dicen en un film que nos sitúa ante esa concepción de la naturaleza como elemento redentor ya divisada en “Hacia rutas salvajes”, “127 horas” o “Cuando todo está perdido”. Nos olvidamos de esos escenarios naturales herzogianos y amenazadores aunque el peligro es un reflejo invisible. El verdadero riesgo es el sacrificio, perderse en la soledad… completamente extraviado. Tal vez por eso la heroína no sea ni una santa ni una víctima en ese reino silvestre en el que el mayor peligro sigue siendo el hombre… y, por supuesto, uno mismo. Pero posiblemente el interés y mérito de la cinta filmada por Jean-Marc Vallée sea la concepción de la tragedia como parte del destino y finalidad hacia esa redención en ese puente alegórico de la catarsis y no al revés.
No hay forma de saber cómo sucede algo y cómo otra cosa no. Qué conduce a qué. Qué destruye qué. Qué hace que algo florezca o muera. O tomar otro rumbo. ¿Y si me perdono a mí misma? ¿Y si me arrepintiera? Pero si pudiera volver en el tiempo, no cambiaría nada de lo que hice. ¿Qué si de verdad quise estar con todos esos hombres? ¿Qué si la heroína me enseñó algo? ¿Qué si todo lo que hice fue lo que me trajo hasta aquí? ¿Qué tal si nunca me redimí? ¿O si tal vez ya lo fui? Me llevó años llegar a ser la mujer que mi madre crió. Me tomó 4 años, 7 meses y 3 meses hacerlo. Sin ella. Luego de perderme en la jungla de mi dolor hallé mi propio camino para salir del bosque. Y ni siquiera sabía a dónde iba hasta que llegué. En el último día de mi excursión. «Gracias», pensé una y otra vez. Por todo lo que el viaje me enseñó y por todo lo que aún no comprendía. Cómo en 4 años cruzaría este mismo puente y me casaría con un hombre en un lugar casi visible desde donde estaba. Cómo en 9 años ese hombre y yo tendríamos un hijo llamado Carver y, un año después, una hija a la que llamé como mi madre. Bobbi. Supe que ya no tenía que leer con mis manos desnudas. Ver los peces bajo la superficie era suficiente. Eso lo era todo. Mi vida, como todas las demás vidas… misteriosa, irrevocable y sagrada. Tan cerca. Tan presente. Tan completamente mía. Qué salvaje era tan sólo dejarla ser.
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