“¡Soy un pelele!”
Director: Hernán Migoya
España
2008
Sinopsis (Página Oficial del Director):
El oscarizado director de cine Amador Mata pierde la memoria y se olvida de que es gay. “¡Soy un pelele!” es una película que va a por todas en el campo de la comedia, en el intento de hacer reír al espectador. No nos quedamos en ningún terreno medio: habrá gente que odie la película, habrá gente que la adore. Yo he querido que la gente se muera de risa, dejarlos exhaustos. Para ello he creado una gran mezcolanza con todas las cosas que a mí me hacen reír y emocionarme: hay un poco de Howard Hawks, de Gregory La Cava, de los Hermanos Farrelly, de Mariano Ozores, del anime para adolescentes tipo “School Rumble”, de los ‘Diálogos para Besugos’ y los guiones surrealistas de Armando Matias Guiu, de las pelis de Jim Carrey, Adam Sandler y Will Ferrell, de Blake Edwards, de Miguel Mihura, de Benny Hill… Es una película hecha para el gran público, en un país donde paradójicamente lo más difícil es hacer cine comercial. Además, he recuperado a Paco Calatrava, el feo de los Hermanos Calatrava, en un papel entrañable que va a sorprender: la gente le va a adorar.
Considerada una de las 50 peores películas del siglo XXI y una de las 100 mayores abominaciones del cine español, enfrentarse a “¡Soy un pelele!” pasa por asimilar tanto la autoría de la obra como la noticia y polémica que envolvió a su estreno. Desde los créditos de la propuesta se instaura una fragancia fecal y pestilente podrían concebirse como la “Glen o Glenda” española, pero sin el halo de culto de aquel que fue considerado el peor director de todos los tiempos. Ed Wood fue todo un visionario que se masturbó con el cine experimental y eyaculó una obra inclasificable sobre cambios de sexo y personalidades. Hernán Migoya, posiblemente, se imaginó en el cuerpo del mítico director esnifando las cenizas del escroto de Charlie Kaufman enviadas en una máquina del tiempo y alcanzando su nirvana creativo. Decidió e ir al cuarto de baño ante las contracciones y explotó un mojón en formato diarreico que no pudo reconstruir satisfactoriamente a modo de arcilla y, para su desgracia, otros tiraron de la cadena antes de poder rescatar algo de material con que componer una obra que no fuera un desecho y deyección. Con las manos revelando el delito y la pestilencia a su alrededor, Migoya dejó evidentemente su huella fecal en una historia alrededor de un oscarizado y amnésico director de cine que ha olvidado su propia esencia y trata de reconstruir su vida y entorno. Todo bien pudiera resumirse en los intentos de Paco Calatrava por esnifar algo de humo de tabaco mientras su hijo, interpretado por Liberto Rabal, desata sus adicciones por la cocaína sin importarles a ambos demasiado el destino de un proyecto condenado a que la ironía se haga cargo del mismo. ¿Podrá mantener Olvido (Rosa Boladeras) en el olvido a ese amor imposible y seducir a ese mismo ser que arruinó su vida y la postró en el olvido? Olvido, olvido, olvido... ESO es lo que le valdría a esta película para sobrevivir.
Convienen recordar que Hernán Migoya estuvo ligado a la revista El Víbora (1992-98), siendo el autor de ‘Todas putas’, y su película se vio sometida a un escándalo que él mismo desató al demandar judicialmente a la productora por engañar a la Administración Pública por su estreno fantasma. Que Nacho Vigalondo confesara que «dentro de veinte años, presumiré de haber visto (la película) en una sala de cine» nos lleva a analizar tal frase por la utopía de haber podido presenciar aquello que fue designado un unicornio a ojos de otros ante tan vertiginoso y fulminante tránsito por escasas salas de cine. En realidad, “¡Soy un pelele!” define parte de ese cine ‘made in Spain’ que ha desnaturalizado y oscurecido el sistema de subvenciones ante parásitos que han buscado todo tipo de artimañas para vivir del dinero público sin ofrecer nada artístico a cambio. En ese otro lado precisamente se encuentra el propio Migoya, víctima también de esas malas artes en las que incluso desconocía de qué presupuesto disponía mientras presenciaba un falseamientos de números y datos (delante de sus narices) por parte de la productora. Con un secuestro del material rodado incluido, la cronología del relato propiciada por el director resulta mucho más interesante que la propia película, alternando un slasher con una comedia macabra y sin puta gracia en el que a Iris Star poco o nada le interesaba la promoción o distribución sino masacrar el trabajo creativo de seis años de los implicados. El problema se agrava con un producto final también a la deriva. Pese a que “Encuentro en París” se convierte en una referencia, el humor escatológico y/o casposo se entromete rápidamente en un relato ya marcado por sus irregularidades y absurdos. La amnesia del protagonista marca los tiempos de un aventura que sirve al director (dentro y fuera de la pantalla) para construir una película alrededor de su propia construcción, hilvanando todo tipo de instantáneas casposas dignas del más desinhibido cine cutre por ‘excremencia’. La personalidad es un simple escaparate, incluida la orientación sexual, parece contarnos Migoya, que trata de rentabilizar contar con el feo de los Hermanos Calatrava o el ya mencionado Liberto Rabal sin que sepamos demasiado bien qué pintan ante tanta defecación de ingenio y mal gusto. En realidad, sendos personajes marcan el camino del vicio de lo chabacano sobre otras tramas amparadas en grandes y alargadas micciones o incluso en los créditos finales aparece la artillería de tetámenes y chochetes al sol como marca de ‘españolada’ ramplona. Poco o nada funciona en una película que acabó siendo un pelele en manos de tantos, contrayendo la propia película que tratan de plasmar dentro de la pantalla sobre esa improvisación y amnesia sobre la que se recrea un argumento tan absurdo y delirante. Si Ed Wood levantara la cabeza…
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