[AVISO SPOILERS PRESIDENCIALES] Me gustaría entender “House of Cards” como un gran y notable díptico que finalizó con ese golpe de anillo (único) sobre la mesa del Despacho Oval. Esos depredadores y variaciones vampíricas de la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont empapados en Shakespeare, poder y sangre, removieron las cloacas de Washington para convertirse en el matrimonio más omnipotente del planeta y completar su venganza. El triunfo del mal —y una icónica y sonora señal sobre el tablero de ajedrez— eran suficientes alicientes para dar por concluido un gran drama de dos temporadas, que consolidaba ese concepto y renovación de las series… amplificando el anexo ‘de televisión’ por cualquier pantalla con conexión a internet. Netflix decidió dar continuidad a uno de sus buques insignias y esta tercera temporada se ha convertido en la perseverancia de un paréntesis sobre Francis y Claire Underwood en la Casa Blanca, siendo el Presidente de los Estados Unidos de América y la Primera Dama respectivamente. ¿Tiene algo que ofrecer realmente este conjunto de nuevos trece episodios? ¿Son un epílogo o el comienzo de un nuevo show? Pero, ¿hay algo o no qué contar en los márgenes de este drama (de suspense) político? Aunque ‘Chapter 26’ pudo considerarse un triunfo, para esos lobos que han conseguido alzarse con el poder absoluto, quedaron algunos asuntos y aullidos pendientes. ¿Qué nos ha ofrecido el cuestionado, amado y controvertido regreso de “House of Cards”?
Tiempo atrás, la adaptación de “Castillo de naipes” jugó a ser un thriller de conspiraciones con ramalazos de paranoia e incluso referencias al ciberterrorismo. Parte de esas vías abiertas desean cerrarse pero, al mismo tiempo, la creación de Beau Willimon pudiera haber elegido una vía para quitar del medio tanto a Gavin Orsay como Rachel Posner y Doug Stamper sin incluir prácticamente a sus personajes. Willimon desea ser incluso coherente a elementos cuestionados por la propia audiencia y seguir insistiendo en protagonistas como Jackie Sharp o Remy Danton, como si ese gran todo cobrara sentido en la presente temporada. De este modo, esa mutación de “Drácula de Bram Stoker” de Francis Ford Coppola se rige por un cuento sobre la eternidad del poder y una pareja condenada a permanecer juntos como elementos atómicos incapaces de separarse sin producir una tremenda explosión nuclear que devaste todo a su paso. Francis Underwood está por encima de todos y todo, por encima de aquel «Honrarás a tu padre». Le veremos, como pistoletazo de salida, mear en la tumba de su propio progenitor en su nueva apertura a su habitual tour de la maldad —del que somos testigos, espectadores y cómplices— que desplegará en la temporada:
No estaría aquí si pudiera elegir. Pero ahora tengo que hacer estas cosas. Me hacen parecer más humano. Y debes ser un poquito humano cuando eres el presidente. Ni siquiera pudo costear su propia lápida. La pagué yo usando el dinero de mi beca de la academia. Nadie vino al funeral más que yo. Ni siquiera mi madre. Pero te diré esto, papá, cuando me entierren, no será donde nací. Y cuando vengan a dar sus condolencias, tendrán que hacer fila.
Planteemos que uno de los temas troncales de la temporada es la bondad como pecado y remordimiento de sus actos. En ‘Chapter 30’ se despliega el concepto en una iglesia:
—Hay dos leyes que tenemos que recordar por encima de todo. Él nos pide amar a Dios y amarnos a nosotros mismos.
×No se puede amar a la gente que se mata.
—Claro que sí. Y tiene que amar a la gente que intenta matarlo. Jesús amó a los romanos. «Perdónalos, padre», dijo, «porque no saben lo que hacen».
׿Por qué no luchó? ¿Por qué permitió que lo sacrificaran?
—Esa pregunta me la hago mucho. Entiendo al Dios del viejo testamento, cuyo poder es absoluto, quien gobierna por medio del miedo, pero ¿él? No existe el poder absoluto para nosotros, a menos que seamos víctimas del mismo. Usar el miedo no lo llevará a ningún lado. No le corresponde determinar qué es justo. No le corresponde elegir cuál versión de Dios le gusta más. No es su obligación servir a este país solo, y será mejor que no sea su objetivo servirse a usted mismo. Usted sirve al Señor. Y por medio de él, sirve a otros. Hay dos reglas: Amemos a Dios. Amémonos unos a otros. Y punto. No es el elegido, Sr. Presidente. Solo él lo fue.
Francis reta al mismísimo ‘elegido’ escupiéndole sacrílegamente y provocando una respuesta en esos márgenes un tanto macabros y oscuros repletos de humor negro. Es precisamente ‘Chapter 33’ un capítulo fundamental para entender esa ruptura de la dinámica y contradicción en esa relación que ha atado a Francis y Claire Underwood el uno al otro. Ambos son reencarnaciones de esas estatuas de Franklin y Eleanor Roosevelt, atrapados en esos muros que han interpuesto entre ellos. La temporada, por el contrario, decide articularse conjunta y paradójicamente sobre la evolución de Doug, su recuperación ante ese ‘golpe’ del destino. La superación de su conflicto nos conduce de nuevo a ese discurso sobre la bondad como mayor de las debilidades de los personajes. Precisamente tanto en las tramas políticas de Francis y Claire la misericordia es ese elemento que acentúa las contradicciones internas en las que viven. Claire desea convertirse en Eleanor pero vivirá el duro y agrio sabor de la arcada al tener que valerse de su esposo para conseguir transformarse en algo más que un florero al servicio de la causa política de Francis. “House of Cards” se estructura sobre diferentes pivotes para revelar la política interior y exterior de EEUU y dos grandes bloques se establecen: un programa para crear empleo ‘AMWorks’ y lidiar con Rusia y esa versión ‘celebrities’ de Vladímir Putin (llamada Viktor Petrov) en una gran crisis internacional en el Valle del Jordán. Es obvio que el matrimonio va a utilizar toda clase de oscuras y maquiavélicas conspiraciones y estratagemas para salir airosos al respecto, aunque luchen contra mismísimos huracanes, el Congreso y el propio partido que les respalda. Planteemos que las meteduras de pata de Claire y el propio Francis son engendradas por esa contradicción ética y leitmotiv de la temporada fecundando un gran conflicto en su relación y matrimonio: ¿están dispuestos a sacrificarse el uno por el otro por mantenerse sobre ese castillo de temblorosos naipes que han ido construyendo?
He ahí el cuestionamiento ético y las dicotomías que quiebran su propio matrimonio al solventarse todo con el sacrificio de Claire y sus aspiraciones como embajadora en la ONU. Viktor Petrov puso precio a su cabeza como parte del tablero de ajedrez sobre el que tiene que jugar obligatoriamente Francis, ese dictador que va a quedar retratado con dos nuevos personajes y escritores. “House of Cards” se deshace rápidamente de la periodista Ayla Sayyad para revelar los límites de esa nueva dictadura informativa y que Seth Grayson —bastante desapercibido esta temporada— disponga de algo de protagonismo. El aterrizaje de Thomas Yates (Paul Sparks) y Kate Baldwin (Kim Dickens) va a desmigajar los interiores personales y políticos de Francis y, sobre todo, su relación con Claire. Planteemos que todo lo vivido en esas dos anteriores entregas, que funcionaban como un sobresaliente díptico, ha mutado en la concepción de un nuevo show que pivota entre la sátira política en ese personaje que desea mantenerse el poder y transcender sobre la propia historia de su nación. Al fin y al cabo, él siempre ha sido nuestro confidente y narrador. Beau Willimon ha encontrado un material psicológico —o de huracanes emocionales/matrimoniales— que muchos considerarán fallido, aunque sea el germen que sintetice la propia historia de la serie tanto para los espectadores como para ese escritor que interpreta Mickey Doyle de “Boardwalk Empire”. “House of Cards” desea crecer como drama y que Francis Underwood cuestione incluso a esa audiencia que pueda atreverse a mirar por encima del hombre (y hombro). El mítico «¿Qué estás mirando?» en el desenlace de uno de los capítulos más sobresalientes de la temporada (‘Chapter 32’) funciona más y mejor como escrutinio que una burla sobre los espectadores. La propuesta de Netflix siempre ha dinamitado la cuarta pared y es consecuente que muchos puedan quedar decepcionados con los errores que cometen Francis y, sobre todo, Claire. Resumamos el show como una revelación de la lucha de esos depredadores supra-inteligentes con la propia humanidad con la que se disfrazan y que explicaba el personaje que interpreta Kevin Spacey al comienzo de la temporada. Lady Macbeth perdió finalmente la perspectiva de ese trono que ocupa su esposa porque, finalmente, ella es una sombra y estatua al otro lado. Esa identidad de Claire Underwood —como la de Remy Danton o Jackie Sharp— queda dividida frente al de restos de personajes que muestran sus colmillos en esa jungla política de Washington. La selección natural no admite seres nobles y/o débiles y la transformación y cambio al lado oscuro de Heather Dunbar —supuesto timón ético y moral de los demócratas— remarca tal concepto y juego de falsedad e hipocresía. De este modo, Doug volverá a ser ese letal perro de presa al servicio de Francis y dará por concluido (en la onda de los hermanos Coen) todo el arco argumental de Rachel Posner (y por extensión de Gavin Orsay). Volvemos a ese discurso del dinero y el poder, a quemar una hoja del diario de Claire que vale dos millones de dólares y que da la entrada a ese club de monstruos de la inquebrantable rival política de Francis. En cierta medida, “House of Cards” ha sido una serie sobre el triunfo del mal en el escenario político norteamericano, acentuado con una mirada satírica e incluso irónica de esas serpientes a los que no se les puede acusar de actuar como remarcan sus afilados dientes. Los dilemas éticos, ciertamente, son para los perdedores.
—No puedo traicionarme a mí mismo. ¿Qué sería entonces?
×Sería un político. Y eso es lo que es. Deje que los otros griten y vociferen. ¿Quiere cambios? Entonces aprenda a transigir.
Me resulta interesante que el show de Netflix opte por dividir a esos personajes en bandos y prefiera hacer que Claire abandone a su esposo en plena campaña para ser candidato de los demócratas en 2016. Beau Willimon da la impresión de sugerirnos dónde está la salida y decidir a acompañar a su propia serie hasta el final y últimas consecuencias… o abandonarla sin mirar atrás, como si tuviéramos que elegir entre la democracia y la tiranía que engendra el poder de toda dictadura de una serie de televisión.
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Excelente crítica, aunque no me interese mucho la política, esta sería es excelente, muy bueno el personaje de Kevin Spacey (Frank Underwood), una mente brillante dispuesto a todo para llegar a la presidencia. Una presidencia que en un principio es dura...
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