(2012)
Francia
Director: Leos Carax
Sinopsis (Página Oficial):
El
señor Oscar es una persona que viaja de vida en vida: pasa de ser un gran
ejecutivo a un asesino, después un mendigo, una criatura monstruosa, un padre
de familia… El señor Oscar parece interpretar varios papeles, sumergiéndose
completamente en cada uno de ellos, pero, ¿dónde están las cámaras? Está solo,
únicamente acompañado por Céline, una señora mayor y rubia que conduce la
limusina que le lleva a París y sus alrededores. Como un asesino concienzudo
que va de sueldo en sueldo. En búsqueda de la belleza de un gesto. Del motor de
la acción. Mujeres y fantasmas de su vida. Pero, ¿dónde está su casa, su
familia, su paz?
El cine
siempre ha sido esa gran máscara capaz de tergiversar la vida y enmarcar la
realidad, pero “Holy Motors” no trata de engrandecer el discurso de la
gran mentira o verdad sino de alcanzar cierta ambivalencia entre ambas
propiedades. En “Cosmopolis” de Cronenberg, limusinas aparte, hay
una conversación entre el ‘despeinado y asimétrico’ protagonista y su verdugo
sobre la imitación de actos y la plasmación de los crímenes como una fantasía
rancia y al mismo tiempo social: hacemos lo que otros hacen como modelo de
reproducción. Nuestros actos se convierten en copias idénticas que a su vez
fueron plasmadas en fotografías en movimiento para, que a su vez, moldeemos modas
e iconos como un gran enjambre. Sobre apropiaciones y falta de originalidad en
los actos humanos, en las letanías de protestas para intentar generar un cambio
suele converger el cine.
Concerniente a esos mecanismos confluye “Holy motors”: nos convertimos en espectadores de una película que se autodefine como tal. Chocamos contra esos espectadores que divisan un filme en la oscuridad porque nosotros somos su pantalla y viceversa. Leos Carax convierte su regreso en ese reflejo de lo que fue el cine y del cine que se convertirá siempre en reflejo: el cine como vida, la vida como actuación, la actuación como máscara, la máscara para la vida, la vida como cine… La concepción episódica refunde en un conjunto cinematográfico de gran todo. El anhelo de un bosque abre la puerta y cerrojo del filme, para trasladarnos a los lugares más recónditos del subconsciente cinematográfico dormido. Empezando desde un barco, como si llegáramos a un puerto donde comienza el camino de un viaje tal vez sin retorno o como un elemento circular…
Del sex-motion-capture a la mutación de géneros y el homenaje como consorte omnipresente y pegamento de lo invisible. Los adjetivos que quedarán atados a “Holy Motors” serán tan numerosos como recurrentes. De lo fascinante a lo complejo, de lo detestable a lo ridículo. “Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas” de Apichatpong Weerasethakul, otra de las películas referenciales de esta década, perfilaba el celuloide entre el pasado y el futuro cohesionado a través de lo onírico en lugares transitorios y numerosas películas posibles. El filme de Leos Carax muestra lo lineal e identificable con lo inaccesible y oculto. El cine quedará como ese sueño de retazos del pasado y su implicación y reminiscencias en nuestras propias fantasías. Louis y Auguste Lumière situaron una cámara de cine en 1895 en una estación para que el público saltara de sus butacas pensando que esa mentira era realidad. Ahora, el cine ha sido domesticado, envasado y corrompido como simple producto pasajero. Los espectadores yacen dormidos y amansados en un coma inducido por las cadenas del orden y lo predecible. Es hora de que nuestras máscaras palpiten y regresemos de un salto a la vida con un cine indómito, anárquico y quimérico. Que la irrealidad y lo imposible sean la nueva verdad. Y “Holy Motors” quiere convertirse en ese tren (y limusina) que obre de nuevo el milagro fosilizado y perdido.
Grandísimo.
ResponderEliminarGracias por el comentario y Saludos Alfonso! ;)
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