(2012)
EEUU
Director: Larry Charles
Título
Original: “The Dictator”
Sinopsis (Oficial):
“El
dictador” nos cuenta la historia de un
dictador que hace todo lo posible para que la democracia no llegue a su país. Sacha
Baron Cohen se mete ahora en la autocrática piel del almirante general Haffaz
Aladeen. Rico en petróleo y bastante aislado, el estado norteafricano de
Wadiya lleva siendo gobernado por el vehementemente antioccidental Aladeen
desde que éste tenía seis años, cuando fue nombrado líder supremo tras la
desafortunada muerte de su padre, muerto por desgracia en un accidente de caza,
alcanzado por 97 balas y una granada de mano. Desde que accedió al poder
absoluto, el consejero de más confianza de Aladeen es su tío Tamir
(Ben Kingsley), quien ejerce de jefe de la policía secreta, jefe de
seguridad y proveedor de mujeres. Por desgracia para Aladeen y sus
consejeros, el muy vilipendiado Occidente ha comenzado a meter las narices en
los asuntos de Wadiya, y las Naciones Unidas han sancionado repetidas veces al
país en la última década, pero el dictador no va a consentir que un inspector
del Consejo de Seguridad entre en sus instalaciones secretas de armamento (¿es
que acaso no saben lo que quiere decir ‘secreto’?). Pero después de que un
intento de asesinarle le cueste la vida a otro de los acólitos del líder
supremo, Tamir convence a Aladeen de que vaya a Nueva York a
solucionar la cuestión de las Naciones Unidas. Y así, el general Aladeen,
Tamir y su séquito llegan a Nueva York, donde no son muy bien recibidos,
pues la ciudad está repleta de exiliados de Wadiya cuyo mayor deseo es ver a su
país libre del despótico régimen de Aladeen. Pero en la tierra de la
libertad, a Aladeen le esperan muchas más cosas que unos cuantos
expatriados furiosos y algunas sanciones indeseadas (¡e injustificadas!).
Sacha
Baron Cohen y Larry Charles, conscientes
de que no pueden repetir el formato con el que catapultaron a personajes como Borat
o Bruno, han decidido galopar sobre la ficción como única posibilidad
actual de embestida. El personaje (y el homenaje a Kim Jong- Il) así lo
merecía pero el conjunto está afectado por
la necesidad de la inmediatez. Puede que “Operación Canadá” de Michael
Moore mantenga las mismas cardinales que “Fahrenheit 9/11” pero una
será defenestrada al mismo tiempo que otra encumbrada. Y es que el formato
mockumentary y la exaltación del personaje sobre un referente real y cotidiano
se pierde en esa falta de interacción con bases reales. “El dictador”
funciona mejor sobre su marketing y campaña promocional que girando sobre los
mecanismos que propone en la ficción. A nadie se le va a olvidar la imagen del General
Aladeen cuando se presentó en la alfombra roja de los Oscars con
las cenizas de Kim Jong-il con un previo polémico en el que inicialmente
no estaba invitado. Antes de que la seguridad muy vigilante le invitase a
‘desfilar’ arrebatándole la urna, logró esparcir parte por el lugar
‘sacralizado’ y encima de Ryan Seacrest, presentador de “American
Idol”. Muchos recordarán esa imagen incluso por encima del ‘pezóngate’ de Jennifer
Lopez…
Comentado
la versión unrated con una persona que vio la versión ‘rated’ no observé
ninguna diferencia. ¿Realmente se puede ‘cortar’ una lamida de un sobaco peludo
o el instante más romántico en el interior de un útero dilatado en pleno
paritorio? La provocación esta vez traza un dibujo irregular donde su humor
zafio es en sí la hipérbole que necesita la sociedad y que llena salas de cine
o sienta a millones de espectadores delante de televisores. Aunque la película
vuelve a no dejar títere con cabeza y los judíos, occidentales y árabes son
objetos de todo tipo de virulentos chistes, realmente engloba su burla hacía
toda la sociedad y escisiones. Nadie está a salvo de la mirilla crítica: ni
lesbianas, minusválidos, neonatos, fallecidos y minorías raciales.
Con “El
gran dictador” en la mirilla, Sacha Baron
Cohen utiliza el machismo retrógrado,
inenarrables versiones árabes de REM o Marvin Gaye y armas de destrucción masiva fálicas para hilvanar su
discurso sobre falsas democracias, la hipocresía de los países más poderosos
del planeta y su capacidad sádica y parafílica con único fin: ganar dinero a
través de la mentira y manipulación del pueblo. Es cierto que salvando la funcional
burla se puede hacer una crítica seria y que pocas sátiras políticas son
capaces de recaudar 167 millones de dólares en todo el mundo. Descubrir el lado
orgásmico-onanista de “Forrest Gump” merece la pena, aunque esta vez el
filme del tándem no consigue sobreponerse del todo al arsenal de clichés y
lugares comunes. Realmente “El dictador” vive atrapada en una dictadura
llamada ficción.
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