jueves, 24 de junio de 2010

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Eau de sobac

«Si eres español… cantarás»
Madre de un Bastardo
Cuando llega el verano retorna el destape y se convierte en esa estación de pechuga y lorza ‘apretujá’, de camiseta de talla estrecha y pantalón prieto, de sudoración abundante y olor aberrante. Sí, cuando usted entré en un autobús, tren de cercanías o metro (si es que todavía no lo ha hecho) notará que hay mucho (pero de calidad pucho) pezón en forma de revolución sexual pero cuantioso olor en aire de impotencia total, mucha peste, mucho sobaco, mucha aroma asilvestrada y natural hedor… ¡ha llegado el verano y los cerdos emergen de su anonimato invernal!

Está comprobado científicamente que un par de sobacos en pleno esplendor y efervescencia fluctuada pueden producir la muerte por inhalación de un autobús rebosante de viajeros. Equiparable a media tonelada de gas grisú y sin canarios salvadores por parte de esos anónimos transeúntes que gatean entre calores a ese medio de transporte con esperanza de que se acorte la distancia… pero a la muerte por envenenamiento. Sí, la barca de Caronte se llama autobús de la EMT o interurbano, tren de cercanías o metro en hora punta.

Esos sobacos no necesitan que los brazos de su portador se alcen para que aquello que yace se esparza sino que la peste de diabólico metano corporal es impropia y se extiende gracias a la atmósfera y el oxigeno. ¡Es el aire! Nuestra vida y nuestra muerte. Nuestra absoluta perdición. Si los brazos de alzan… corran… pero, ¿¡dónde!? Atrapados en jaula de cristal moriremos hasta la próxima parada. Aire fresco, al fin. Respire hondo y aguante la respiración porque su propia vida está en juego. Pura ruleta rusa, ¿y fin?

Lo contradictorio de nuestra existencia es que en tiempos lejanos y remotos las feromonas nos guiaban sexualmente y mantenían la especie sin extinguir. Ahora, es simple y llanamente el material anti-onanista-eréctil-libidinoso o como buenamente quieran llamarlo. La única llamada a la hembra que un macho oloroso por esa peste puede producir es la respuesta de una mofeta o una adicta a la coprofagía.


Es hipócrita que esta sociedad impida fumar en el transporte público pero deje montarse a mofetas que andas con dos patas. Animales en absoluto de compañía y cerdos monumentales que no han conocido el agua el jabón y con alergia a la ducha. Son, en definitiva, la mayor escoria de la sociedad civilizada ya que el mendigo, homeless o tradicional toxicómano irradiaba un natural hedor propio a su trágica historia y miseria… ¿o es que echarían una limosna a un desfavorecido que oliese a Agua De Loewe?

Pero estos otros seres se encuentran entre nosotros, trabajan junto a nosotros y, por desgracia, viajan junto a nosotros. ¿Habrán perdido todos los puntos de su carné de conducir por asesinar a algún guardia civil y no van por eso en sus coches aislados de manera inodora al exterior? ¿O son tan viles que prefieren compartir su humanidad con el resto de mortales... que dejarán de serlo cuando les conozcan?

El hecho irrefutable es que llevar una higiene personal y diaria consiste en una simple ducha, asearse diariamente axilas, pies y partes nobles y utilizar un buen desodorante. Precio de todo esto: seis míseros euros y el jabón y el desodorante pueden durar… incluso meses. Guarro y ruin hasta el fin.


Existe el enfermo, aquel que bien o no huele porque desde su nacimiento perdió su capacidad olfativa y el que dañó gravemente su sentido por el tufo que desprendía. Su cuerpo, para evitar inteligentemente el prematuro suicidio, decidió sacrificar uno de sus cinco sentidos. Otro es el más terrible aquejado y crónico porque sabe que huele y tan sólo puede acallar la peste temporalmente. Es aquel que hace público su problema pero es igualmente rechazado por la medicina y la sociedad. La vida es cruel y más si es uno el que huele fatal.

No sé si es mejor vivir en la ignorancia por tal y motivo y es ahí donde la sinceridad, por el bien propio y para evitar la muerte, puede ser un arma de doble filo. Las mofetas que andan a dos patas no suelen saber que huelen diabólicamente mal. No son conscientes. Si pones un cartel no se darán por aludidos. Si les lanzas indirectas nunca las tomarán como directas y su aroma pestilente hará que les resbale todo. Prueben y digan a una de ellas que en la oficina hay gente que no se lava y huele a culo de romulano. La mofeta  responderá que es una vergüenza y preguntará por el nombre del infecto ser pese a tener una nube de moscas orbitando a su alrededor.


Lo mejor es si el acontecimiento fétido tiene lugar en una oficina y si se trata del típico sujeto que repite con la misma camiseta durante dos días seguidos. Aquella ropa impregnada en pestilente sudor que es reutilizada y que erradica cualquier indicio de humanidad y capaz únicamente de anular dos duchas consecutivas.

La solución bastarda ahí es que todos los compañeros afectados consigan la misma prenda… y un objeto infalible. Al día siguiente cuando la mofeta entre en el trabajo descubrirá a todos su compañeros con su misma camiseta (lo suyo es imitar también el peinado y parecerse todo lo posible a él) y con… ¡una mofeta disecada en el hombro como complemento! Nunca falla. Cuando la mofeta viva con apariencia humana les pida explicaciones la contestación unánime e inamovible tiene que ser:
«Tranquilo que a ti no te hace falta la mofeta…¡Troll! [Se le puede añadir aquello que dijo Anelka a Domenech siempre y cuando no haya testigos]»
Sinceramente la gente se calla y pasa de malos rollos pero el problema sigue allí, como un elefante en una habitación que nadie quiere ver. Tal vez lo más propicio sea cantar, cantar una canción cuando nos encontremos con una mofeta para cambiar el rumbo de aquella frase que decía y dice mi madre. Aquella que nos soltaba cuando reconocíamos un acto bastardo como propio: «Si eres español… cantarás» para, que al menos, cantemos todos juntos y de diferentes maneras.

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