“Black Panther”
Director: Ryan Coogler
EEUU
2018
Sinopsis (Página Oficial):
“Black Panther” cuenta la historia de T'Challa, el recién proclamado Rey de Wakanda. Cuando un viejo enemigo reaparece, T'Challa será puesto a prueba como Rey y como Black Panther, viéndose arrastrado a un conflicto que pone en peligro todo el destino de Wakanda y del mundo.
Tras el exitoso estreno de “Black Panther”, toca plantearse si estamos viviendo una réplica de “Wonder Woman” —en lo que recepción de público y crítica se refiere—. La realidad es que vivimos en tiempos en los que el marxismo cultural se ha adueñado del consciente colectivo y cuesta identificar los auténticos discursos de los films de Patty Jenkins y Ryan Coogler al ser productos manufacturados por grandes estudios. ¿Hay autenticidad de reivindicar el feminismo y las raíces africanas en tiempos de sexismo/racismo generalizado o, por el contrario, nos encontramos antes orquestadas y calculadas maniobras para apoderarse de tales percepciones para sacar un lucrativo rédito? Sea como fuera, ambas propuestas están tocadas por graves problemas estructurales en sus guiones, plagados de lagunas argumentales y absurdos monumentales. La cuestión y mérito, sobre todo de la cinta de Coogler, es que tanto “Black Panther” y “Wonder Woman” camuflan sus muchas carencias (fracasan como dramas shakesperianos por la falta de potencia del material, que no por las actuaciones) al constituirse como ejemplares y funcionales entretenimientos que causen el aplauso de propios y extraños. Ambas, en definitiva, construyen sus propios universos dentro de ya otros constituidos y no solamente se amoldan a los mismos sino que, por el contrario, fortalecen su independencia y carisma dentro de sus respectivas franquicias cinematográficas. Wakanda es, en este caso, un perfecto ejemplo para revelarnos el potencial de ese país que poco fue revelado en “Capitán América: Civil War”. Precisamente, uno de los problemas del film del director de “Creed. La leyenda de Rocky” era encajar ciertas piezas respecto a la cronología dentro del ‘Marvel Cinematic Universe’ y las secuencias finales de post-créditos dan la impresión de integrar a Bucky Barnes y las posibilidades de contar con Wakanda ante la inminente llegada de Thanos y su ejército a la Tierra.
Pese a ese material informativo, “Black Panther” se somete a sus luces y sombras debido al absurdo planteamiento del núcleo y conflicto de la película. En los comienzos de la cinta —y posterior cierre de la secuencia introductoria— viajamos a 1992 para ver cómo el rey T'Chaka tuvo que acabar con la vida de su hermano, el príncipe N'Jobu. He aquí el enfrentamiento entre las políticas aislacionistas de Wakanda y el otro posicionamiento polarizado de utilizar la tecnología para liberar los africanos y sus descendientes en todo el mundo de la opresión generalizada contra su raza a nivel histórico. La cuestión es que los crímenes cometidos por N'Jobu, al ayudar a un pérfido traficante de armas como Ulysses Klaue a infiltrarse en Wakanda para robar una gran cantidad de vibranium, tomarán un giro difícil de asimilar al querer acabar el príncipe con la vida del espía de T'Chaka, Zuri, que había sido su brazo derecho. Resulta absurdo que la única decisión de aquel Pantera Negra fuera asesinar a su hermano para evitar un disparo cuando es de sobra conocido que su propio traje podía repeler la bala destinada a Zuri. Los escritores, sin embargo, utilizan esa débil y discutible secuencia como eje del argumento al revelar que el hijo de N'Jobu, Erik (Killmonger), fue abandonado y, de este modo, se creó un monstruo con el que tendrá que lidiar T'Challa. La cuestión es plantear una tercera salida a ese polarizado conflicto como solución más racional: debemos enmendar los errores de nuestros imperfectos antecesores (y padres) para hacer un mundo mejor. El problema es que para llegar a tal objetivo entra el altruismo en escena, como parte de ese tarro de las esencias sociales actuales a las que tanto se recurre y que, por el contrario, son parte de los grandes males del mundo actual. El inconveniente de que Wakanda se revele al mundo como la gran potencia mundial que es —sobre todo a nivel tecnológico— supone los problemas de correr la cortina sobre sus mecanismos de riqueza —seguramente al margen de la ley y de conformidades internacionales—. ¿Hablará al mundo de los ‘espías’ que utilizó a lo largo de los años? ¿Cómo se consolidó a nivel económico si no podía mover las grandes cantidades de dinero que generaba su sistema? Pensemos en que tratar de dar respuestas en una película que tampoco las tiene resulta fútil ya que, por ejemplo, ¿por qué robar vibranium si el auténtico potencial lo pudiera tener esa milagrosa hierba con la que convertir a soldados en ejércitos de superhombres? ¿No fue ya el macguffin de “Capitán América: Civil War”?
Es posible que el gran mérito de “Black Panther” sea sobrevivir a sus lagunas/absurdos argumentales y contradicciones propias de los temas políticamente correctos que trata. Del mismo modo que no tenía ninguna clase de sentido que Killmonger no matara antes a Klaue —salvo por necesidades del guion—, que tengamos una tribu vegetariana y vestida de pieles de animales —o que utilizan los huesos de éstos— no deja de subrayar esas dicotomías propias de planteamientos irracionales. Es cierto que el vibranium se convierte en el comodín del libreto para justificar prácticamente esos huecos y vacíos aunque, no obstante, llegamos a lo que considero una de las polémicas que pocos comentan. ¿Por qué si en Asgard hablan con un perfecto inglés sacado del Shakespeare's Globe Theatre —y en otros muchos planetas de la galaxia hemos visto idénticamente lo mismo—, qué sentido tiene utilizar ese acento y jerga africana para retratar a Wakanda? Es cierto que “Black Panther” es un film que homenajea las raíces de un colectivo maltratado históricamente y desea, como vuelta de tuerca, elevarlos al nuevo centro sociopolítico mundial. Otra cuestión es que, personalmente, me resulte tremendamente racista ver a los actores modular su voz para constatar un acento que debería tratarse más como una lacra segregacionista del mundo audiovisual cuando entran en escena ciertas razas. ¿O es que nadie vio parte del arco argumental de “Master of None” al respecto de muchas convenciones de Hollywood y la industria televisiva? El más certero análisis, sin embargo, es que el film de Coogler sobrevive a todo lo anterior esculpiendo un efectivo y contundente blockbuster con muchas proposiciones previas (James Bond, Wonder Woman, Fast & Furious) e incluso ofrece parecidos razonables con el mítico “The Climb” (3x09) de “Arrow”. La idea, además, es recurrir a los estereotipos para romper esos lugares comunes en los que se ha visto envuelto el subgénero. ¿O no es sugerente y rompedor la idea de ver el pie de Lupita Nyong'o pisando el acelerador de un coche junto a otra mujer guerrera (Okoye) y que una tercera se sume al festival feminista, Shuri, conduciendo otro automóvil en remoto? El problema, insisto, es que el libreto no ofrece respuestas —ni está a la altura— a ciertas tonalidades dramáticas shakesperianas por falta de contenido. Tal vez la respuesta sea someterse a todas las contradicciones de la película. ¿Por qué acentuar un discurso sobre el gran daño que ha hecho el racismo a la sociedad y, por el contrario, hacer continuados chistes sobre el «culo blanco» del personaje que interpreta Martin Freeman? ¿Tiene sentido defender la monarquía como la solución al (pos)colonialismo? ¿La monarquía? ¿De verdad?
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