Vayamos a uno de los círculos interiores del infierno de Dante o, lo que es lo mismo, a la nueva edición de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Como suele ocurrir en estos catastróficos eventos, el tufo político estaba presente desde la alfombra roja y la nube de tópicos y reivindicaciones iban a abrir fuego desde sus propios albores. Nada nuevo. Es cierto que las intenciones eran absolutamente loables y con un sentido dentro del cine español: el recuerdo merecido a Yvonne Blake y la nube de abanicos rojos bajo el hashtag #MASMUJERES (sic. porque, ¿dónde memoles está el acento?). Podemos hablar sobre el resultado, las intenciones, el fondo y la forma pero, sin embargo, estaremos tratando de lidiar con ese monstruo para cualquier productor o profesional del medio. ¿Cómo agilizar una gala de los premios Goya si optimizar el ritmo y el tiempo supone la mayor de las torturas diseñadas por Jigsaw? En esta ocasión, da la impresión de que se habían escuchado nuestras reivindicaciones. Si las apariciones de “Muchachada nui” habían funcionado, ¿por qué Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes no presentaban la función? Dicho y hecho. ¿El problema? Que el fin no justifica los medios y muchos echamos en falta (esta parte de la frase va a la ‘maldita hemeroteca’) a Dani Rovira. Como oyen. Cualquier tiempo pasado fue mejor. Somos hipócritas, ¿qué se le va a hacer? Esa propia incoherencia y contradicción por nuestra parte revela, en el fondo, que algo no funciona y que parece dar lo mismo contar con lo más acertado de la noche (Paquita Salas y las musas). El resultado va a ser siempre idéntico: fallos técnicos y humanos, delirios en la puesta en escena o deficiencias en la realización. Pensemos en que esta review no va a contar nada de lo que nos hayamos quejado años anteriores. ¿Estamos condenados a criticar 32 Gala de la Ceremonia de los Goya como cuestionamos las últimas?
Vayamos al plano político y social. Era evidente que la ‘no’ bajada del IVA iba estar presente por motivos obvios pero, sin embargo, el gran mérito de la edición fue dejar todo en segundo plano y reivindicar a la mujer dentro de cine español y su industria embrionaria amparada en mínimas subvenciones gubernamentales. Tal vez muchos premios estaban planificados sobre esa concepción aunque, no obstante, nadie duda de que Isabel Coixet o Carla Simón tendrían que estar entre las premiadas de la noche. La segunda porque “Verano 1993” se ha convertido en uno de los filmes más mencionados por los medios especializados en los tops de 2017. Que encabezara la selección de mejores películas de Caimán Cuadernos de Cine revela que la propuesta de Simón está destinada a perdurar y que su merecido galardón a la mejor dirección novel —junto los premios recibidos por Bruna Cusí y David Verdaguer— incluso pueda saber a poco. Por parte de Coixet, la Academia tenía que reconocer en algún punto la ‘utilización’ de la cineasta para traer a la gala cada año numerosos rostros conocidos del ámbito internacional. Además, “La librería” se ha convertido en un pequeño clásico popular en que se puede cuestionar la campaña de marketing que intentó eludir el nombre de Coixet en cualquier momento de su tráiler. ¿Tanto odio y repulsión ‘popular’ generan la cineasta? ¿Estamos ante un redención ante la repulsión de la autora que nos emocionó con “Mi vida sin mí”, “A los que aman” y sobre todo “Cosas que nunca te dije” en los primeros compases de su obra cinematográfica? Sea como fuera, el largometraje protagonizado por Emily Mortimer se hizo con los premios más importantes de la noche (Mejor película y dirección), añadiendo el de mejor guion adaptado en su triunfo frente a los 10 ‘cabezones’ de “Handia”.
Superada la fiebre sociopolítica y el rigor informativo de los premiados, el interés personal sobre la gala era su implícita representación televisiva. Se hablo en vasco como nunca, se actuó sin filtros como siempre. ¿Qué falla pues? Lo de siempre. Es imposible conseguir cierto ritmo si cada uno de los premiados han de que acordarse de su ‘mamá’ y de 500 personas más. Es imposible conseguir cierta velocidad si no se erradica ese problema de raíz: ¿por qué tienen que hablar ‘diez’ personas si solo reciben un único Goya? ¿Por qué Marisa Paredes ha de sacrificar su discurso en pos de esa brevedad y concisión que ignora la Academia que premio y reconoció su carrera? Aunque la política y feminismo estuvieron consecuentemente presentes, los problemas reales siguen sin ser los soniquetes sino el propio conjunto. Da lo mismo que salga la guerra de Irak a la palestra o que Santiago Segura regrese para promocionar su nueva película y hacer algún chiste sobre la Constitución. Da lo mismo ya, es parte del guion y el implícito espectáculo. El inconveniente sigue siendo construir una gala ágil con trabas por todas partes y Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes fueron incapaces de estar a la altura de evitar muchas catastróficas circunstancias. La culpa no es totalmente de ellos. Ni mucho menos. Los insertos fueron lo mejor y tanto Carlos Boyero como las musas, junto a la participación de Paquita Salas, salvaron una parcela de una noche para el olvido. La madre de Gustavo Salmerón, además, cumplió con su papel y nos regaló ese sentimiento de poder femenino que quería dejar patente la gala. ¿Por qué el año que viene no recoge todos los premios Julita Salmerón en nombre de todos los galardonados y grabarán éstos un vídeo que se podría ver online si son los ganadores? ¿No sería la solución idónea para conseguir agilidad y humor? Entre la arritmia y los múltiples defectos, seguimos sin encontrar una ceremonia a la supuesta altura de la circunstancias. Nadie va a entender ni la puesta en escena, ni los decorados o la temible ausencia de carisma y huella en la historia. Ni ese recuerdo a Chiquito de la Calzada puede ser suficiente para invocar su espíritu de originalidad propia. Esperemos que el año que viene mejor algo, que ceremonia a ceremonia, va a peor.
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