Medio-relato basado en hechos reales y dramatizado para la ocasión
Cierto es que cuando truena, tormenta se avecina (salvo que Halle Berry de “X-Men” llame a nuestra puerta para tomar el té de las cinco) y lo que voy a narrar ha sucedido en una cadena sincrónica cuyo fin parece no haber llegado. Todavía, al parecer, nos quedan lluvias torrenciales pero de momento nos encontramos en un inicio tormentosos afín a la inestabilidad temporal que padecemos.
Todo se inició con un robo esporádico de un monedero en uno de los offices de mi empresa matutina. La afectada no es de mi departamento ni campaña pero la conozco y su error fue dejarse olvidado el monedero encima de una de las mesas después de desayunar. Craso error. Testigos oculares indicaron posteriormente que vieron el monedero impertérrito e inmóvil pero finalmente dejó de existir, al menos, en esa postura, espacio y tiempo. Obviamente fue birlado y nunca devuelto. Existió cierta esperanza de humanidad (y del mayor bien que hace distinguirnos de los animales) en esa compañera, que esperó una devolución no de su dinero sino de alguna pertenencia personal o de un metrobús apenas sin usar. A día de hoy sigue esperando el monedero, sus pertenencias y que esa esperanza de confianza en el prójimo y la humanidad siga encendida.
La tragedia se sucedió en algunos días posteriores. Una compañera al ir a utilizar su abono transportes observó que éste fallaba y lo achacó a una desmagnetización habitual de esas máquinas colocadas para evitar el pillaje y tentaciones picarescas del pueblo español. No, no era así. Alguien le había hecho un cambiazo monumental por otro de un mes anterior con habilidades que rozan la genialidad artística del mundo del crimen. El abono siempre estuvo junto con ella desde que lo sacó hasta que lo dejó, al parecer, imprudentemente en su puesto de trabajo. Un lugar que aparentemente es tan confortable y seguro como un hogar o casa pero que, todas las pistas indican, puede convertirse en un imán del delito. En la mesa lo único que lo distinguía del resto de pertenencias era la propia funda. La urraca ladrona quedó prendada de ese nuevo botín (por la ejecución todo indica que los crímenes fueron cometidos por el mismo intérprete) y actuó. Rápido, muy rápido. Con una celeridad y perfección tan asombrosa que nadie notó el hurto.
Al día siguiente yo desconocía la tormenta que se me avecinaba y a mis vecinas atormentadas pero el destino estaba escrito desde que fui informado del estreno de la nueva y presuntamente criminal e inefable película de uno de los mayores ladrones (de subvenciones) llamado Álvaro Sáenz de Heredia. En el cartel de “La venganza de Ira Vamp” rezaba la frase: «Se atormenta una vecina…» y no dudo que en el Festival de Málaga, lugar donde se presentaba y acorde con la negativa calidad del cine patrio actual, fuese recibida a golpe de “esos seres oscuros repletos de sangre”. Es decir, con morcillas (aparte de piedras o cualquier objeto que pudiese matar de un golpe certero).
La adaptación a la pantalla grande de la obra de teatro de Charles Ludlam, que ya protagonizó el propio Josema Yuste, no es más que un cúmulo de errores habituales de la comedieta española del tres al cuarto que tristemente no desentona en el panorama actual. El trailer no tiene ninguna gracia, pero ninguna. Lo de «Aún no has visto las dos caras del miedo» entiendo que se refiere a una segunda parte si es que algunos despistados van a verla al cine. Ni que decir tiene que el cruce cinematográfico e inenarrable de la estupenda “Rebeca” y la mediocre “El robobo de la jojoya” promete ser uno de los mayores fiascos (en lo referente a calidad) del año español. Por supuesto sale Chiquito de la Calzada si alguien lo dudaba.
Pero, incisiones narrativas aparte, el suceso que me convertía en protagonista en esa cadena de deleznables crímenes estaba por acontecer. Fui informando de los robos y se requirió de mi ayuda. Al parecer el abono que utilizó el criminal podría ser el suyo o estar vinculado al mismo. Una de las vecinas afectadas y atormentadas llamó al teléfono de atención al cliente del consorcio de transportes ya que en caso de pérdida y si el cupón es encontrado te lo remiten a tu domicilio. Su sorpresa y la de la teleoperadora que le atendió fue mayor cuando al preguntar por los datos del cupón del cambiazo aparecen los de un… ¡HOMBRE! Obviamente la vecina atormentada tuvo decir que se había equivocado de numeración de cupón ya que al inicio de la llamada había dicho que era de ella y fue ahí cuando mis servicios, por mi voz varonil, fueron requeridos.
Todo se inició con un robo esporádico de un monedero en uno de los offices de mi empresa matutina. La afectada no es de mi departamento ni campaña pero la conozco y su error fue dejarse olvidado el monedero encima de una de las mesas después de desayunar. Craso error. Testigos oculares indicaron posteriormente que vieron el monedero impertérrito e inmóvil pero finalmente dejó de existir, al menos, en esa postura, espacio y tiempo. Obviamente fue birlado y nunca devuelto. Existió cierta esperanza de humanidad (y del mayor bien que hace distinguirnos de los animales) en esa compañera, que esperó una devolución no de su dinero sino de alguna pertenencia personal o de un metrobús apenas sin usar. A día de hoy sigue esperando el monedero, sus pertenencias y que esa esperanza de confianza en el prójimo y la humanidad siga encendida.
La tragedia se sucedió en algunos días posteriores. Una compañera al ir a utilizar su abono transportes observó que éste fallaba y lo achacó a una desmagnetización habitual de esas máquinas colocadas para evitar el pillaje y tentaciones picarescas del pueblo español. No, no era así. Alguien le había hecho un cambiazo monumental por otro de un mes anterior con habilidades que rozan la genialidad artística del mundo del crimen. El abono siempre estuvo junto con ella desde que lo sacó hasta que lo dejó, al parecer, imprudentemente en su puesto de trabajo. Un lugar que aparentemente es tan confortable y seguro como un hogar o casa pero que, todas las pistas indican, puede convertirse en un imán del delito. En la mesa lo único que lo distinguía del resto de pertenencias era la propia funda. La urraca ladrona quedó prendada de ese nuevo botín (por la ejecución todo indica que los crímenes fueron cometidos por el mismo intérprete) y actuó. Rápido, muy rápido. Con una celeridad y perfección tan asombrosa que nadie notó el hurto.
Al día siguiente yo desconocía la tormenta que se me avecinaba y a mis vecinas atormentadas pero el destino estaba escrito desde que fui informado del estreno de la nueva y presuntamente criminal e inefable película de uno de los mayores ladrones (de subvenciones) llamado Álvaro Sáenz de Heredia. En el cartel de “La venganza de Ira Vamp” rezaba la frase: «Se atormenta una vecina…» y no dudo que en el Festival de Málaga, lugar donde se presentaba y acorde con la negativa calidad del cine patrio actual, fuese recibida a golpe de “esos seres oscuros repletos de sangre”. Es decir, con morcillas (aparte de piedras o cualquier objeto que pudiese matar de un golpe certero).
La adaptación a la pantalla grande de la obra de teatro de Charles Ludlam, que ya protagonizó el propio Josema Yuste, no es más que un cúmulo de errores habituales de la comedieta española del tres al cuarto que tristemente no desentona en el panorama actual. El trailer no tiene ninguna gracia, pero ninguna. Lo de «Aún no has visto las dos caras del miedo» entiendo que se refiere a una segunda parte si es que algunos despistados van a verla al cine. Ni que decir tiene que el cruce cinematográfico e inenarrable de la estupenda “Rebeca” y la mediocre “El robobo de la jojoya” promete ser uno de los mayores fiascos (en lo referente a calidad) del año español. Por supuesto sale Chiquito de la Calzada si alguien lo dudaba.
Pero, incisiones narrativas aparte, el suceso que me convertía en protagonista en esa cadena de deleznables crímenes estaba por acontecer. Fui informando de los robos y se requirió de mi ayuda. Al parecer el abono que utilizó el criminal podría ser el suyo o estar vinculado al mismo. Una de las vecinas afectadas y atormentadas llamó al teléfono de atención al cliente del consorcio de transportes ya que en caso de pérdida y si el cupón es encontrado te lo remiten a tu domicilio. Su sorpresa y la de la teleoperadora que le atendió fue mayor cuando al preguntar por los datos del cupón del cambiazo aparecen los de un… ¡HOMBRE! Obviamente la vecina atormentada tuvo decir que se había equivocado de numeración de cupón ya que al inicio de la llamada había dicho que era de ella y fue ahí cuando mis servicios, por mi voz varonil, fueron requeridos.
Yo pensaba que no me iban a decir nada cuando les conté el rollo que tenía planeado: «He perdido mi cupón del abono transportes hace un día y desearía confirmar la dirección que tienen…» Mi sorpresa fue similar a la de alguno de los episodios de Antoine Doinel en “Besos robados” de Truffaut cuando la teleoperadora me suelta el nombre, apellidos y dirección del titular del abono. Yo tuve que decir que sí, que era yo en un breve silencio que pareció perpetuo, mientras buscaba un papel donde apuntar la información retenida. No les puedo desvelar nada porque estamos todavía investigando y todo se encuentra en un secreto de sumario. Eso es un mutis absoluto aunque les puedo adelantar y revelar que el criminal tenía todo bien atado y planeado. Y también les advertirle de algo: ¡cuidado! Los cacos de guante blanco amateurs ahora planean crímenes perfectos.
Es cierto que cuando suceden sucesos como los que acabo de narrar se prende una llama en la población llamada histeria colectiva. Yo ya no dejo el abono transportes en el interior del bolsillo de mi cazadora. La dejaba a la intemperie colgada mediante a una percha en los despoblados e insuficientes percheros de la oficina; lo normal es dejar el abrigo en el propio asiento. Ahora el abono ocupa lugar cerca de mi paquete. No sean mal pensados, me refería al bulto que se me forma en el bolsillo delantero del pantalón al colocar la nutrida cartera junto su nuevo y asustado y atormentado vecino, el abono transportes. Efectivamente, como la serie que protagonizaron Fernando Fernán-Gómez y José Luis López Vázquez, “Los ladrones van a la oficina”. Tengan cuidado, mucho cuidado. Una Irma Vep reencarnada de la película de “Les vampires” de Louis Feuillade o la mismísima Maggie Cheung caracterizada por Olivier Assayas
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