“El hijo de Saúl”
Título original: “Saul fia (Son of Saul)”
Director: László Nemes
Hungría
2015
Sinopsis (Página Oficial):
Auschwitz, 1944. Saul Auslander es un prisionero húngaro que trabaja en uno de los hornos crematorios de Auschwitz. Es obligado a quemar todos los cadáveres de los habitantes de su propio pueblo pero, haciendo uso de su moral, trata de salvar de las llamas el cuerpo de un joven muchacho a quien él cree su hijo y buscar un rabino para poder enterrarlo decentemente.
El fondo (sobre el Holocausto) siempre se ha encontrado difuminado, a la espera de encontrar una forma y persona que exprese ese dolor tan reiterado muchas veces de un modo morboso, maniqueo y/o ineficaz. Adornado con banda sonora lacrimógena y de efectos audiovisuales el séptimo arte había olvidado esa mirada que engendraron “Shoah” de Claude Lanzmann y “Noche y niebla” de Alain Resnais desde un posicionamiento documentalista, con invisibles filtros. Muchas veces se recurre a “La lista de Schindler” o “La vida es bella” como baluartes y bastiones, aunque los gestos spielbergianos o la desproporción de Benigni desvirtuaban el fondo y se ceñían a sus formas cuando por mucho menos Jacques Rivette crucificó a “Kapo” de Gillo Pontecorvo. ¿No habrá nunca paz para los malvados dentro de ese eterno bucle sin retorno? ¿Se ha convertido en un tan tema recurrente Auschwitz para el séptimo arte que el público ha quedado anestesiado ante una clara manipulación emocional y formal? ¿Hay salvación en los logros de “El pianista” de Polanaki, aparte de la falta del sentido de la claustrofobia, o en la irreverencia respecto a la historia de Tarantino en “Malditos bastardos”? Si recordamos el testimonio de Hanna Schmitz (Kate Winslet) en “El lector” el Holocausto y sus campos de exterminio pudiéramos evocar una macabra fábrica en la que el ‘producto’ eran seres humanos: cuerpos dispuestos para su erradicación y masacre. Volvamos al filme protagonizado por Susan Strasberg para ceñirnos a esa mortuoria industria donde unos prisioneros se hacen cargo de otros para revelar la pérdida de humanidad de un sistema de fabricación de muerte. Si algo define el largometraje de László Nemes es la lucha entre la ambición formal y la implícita desnudez empujando al espectador hacía el realismo cercano a la primera persona, arrastrándonos a ese universo fúnebre y sombrío que subyace en la propia mente de la audiencia pero, por el contrario, sorprendiéndolo con un tratamiento cercano al tiempo real.
“El hijo de Saúl” posiblemente sea una de las mejores películas sobre el Holocausto porque decide contrariamente alejarse de una visión global del Soah para hallar en sus propias limitaciones, sobre el remarcado punto de vista autoral, una vía para construir un retrato que aúne el horror confinado en el tiempo y el espacio. Esa comunión entre el discurso cinematográfico y de la historia planteada, nos introduce en esos cuerpos atrapados en esa fábrica del terror donde algunos prisioneros elaboran una fuga mientras siguen siendo piezas de un mecanismo mayor. La posibilidad de libertad conforma una peripecia condenada a la perdición, como una hazaña relegada al fracaso de esa ironía sobre la que se recrea el título del filme. La conexión que establece Saul Auslander con un cadáver conforma esa parcela de misericordia en un páramo deshumanizado y amoral. El Holocausto es, en realidad, una historia de supervivencia y el precio moral desatado de todo ese horror, implicando en el angosto punto de vista una posibilidad para que el público reconstruya ese infierno alrededor del protagonista. Centrándose la narración en los miembros del Sonderkommando, la cinta de László Nemes revela también los planes de los nazis a gran escala, aniquilando cualquier prueba y testigo del exterminio que cometieron y, aquí, el cine entra de lleno como parte de esa ‘verdad’ expuesta y revelada entrelazando un discurso ficticio con esos escenarios/testimonios en los que se recreaban Lanzmann y Resnais. Habita también una compleja lectura sobre la propia industrialización de cualquier concepto (incluido el exterminio), siendo los seres humanos tanto el producto como las piezas reemplazables de una maquinaria completamente funesta e indecente. Alejándose de retratar a héroes y repudiando la estética fílmica, “El hijo de Saúl” pretende centrarse en el cometido del protagonista, revelando su falta de sentido en ese contexto en el que la muerte se puede respirar y puede llegar en cualquier momento a través de ese escorzo en el que se sintetiza la proyección del protagonista respecto al espectador. Ese fondo ha quedado ya fuera de plano, impreciso y desenfocado para el propio eje del relato pero, no obstante, no exonera a la inherente historia de escabullirse de un enunciado afectado por la sucesión en la relación a la crónica del horror, como si Saul Auslander tratara de escapar de esa fábrica de exterminio contradiciendo sus propias reglas y revelando una conexión emocional por el cadáver de un niño al que considera su propio hijo. Tal revelo no es una epifanía sino una vía para escapar de esa maquinaria del caos haciendo lo correcto y encontrar una vía para tener algo por lo que sobrevivir en un abismo de muerte.
Valiéndose de la equidistancia entre el drama y el terror, “El hijo de Saúl” también desea centrarse en una revuelta dentro de Auschwitz como parte de esas necesidades de obtener un propósito por parte de los presos. Tal idea también nos revela que el ser humano, pese a estar subyugado por el terror o ser obligado a comportarse como una máquina, está condenado a revelarse a una condición impuesta. Esa libertad está teñida de sangre y perdición ofreciendo una mirada pesimista respecto al propio retrato de supervivencia planteado en el filme. A pesar de todo, la idea remanente es el conflicto del protagonista por encontrar una vía en el que esa herencia representada por el niño judío que se ‘negaba’ a morir encuentre un entierro digno y un fin concluyente alejado de esa fábrica del horror. Esa vía esconde una oscura metáfora al descubrir Saul aquello que era evidente para el espectador: el ser humano es capaz de hacer aquello que sea necesario para proteger su vida y el personaje principal trataba de dar un sentido a la misma hallando respuestas contradictorias. Ese propósito lo sintetizaba la posibilidad de hallar una vía que enfocara su propio legado existencial, que el mundo no estuviera condenado a ese punto de vista que arrastraba sus propias vivencias automatizadas como parte de un gran mecanismo en Auschwitz. Tal vez László Nemes desee conceder un halo de esperanza antes de la inherente condena (al absurdo) sobre la que se retuerce su protagonista y encuentre una vía en la que ‘transferir’ esa representación de la historia a modo de legado. Esa nueva perspectiva nos ofrece también un escape y evasión al otro de lado de la pantalla, como si la propia cámara finalmente se revelara como el eje principal de la obra. He ahí el perfecto sentido del testimonio y ese hijo al que hace referencia al título de la película, siendo la esperanza ese objeto testamentario de la característica humanidad pese a todo contexto violento, macabro y despiadado que acompaña su destino. Alguien —o algo, el propio cine— podrá contar esa historia que nunca quedará en el olvido.
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