Director: Sergio Corbucci
Italia/España
1966
Sinopsis (Oficial):
En un desértico pueblo de la frontera mejicana, una joven mujer es azotada por un grupo de hombres. Entonces llega un extraño personaje, que arrastra un ataúd en el que esconde su metralleta y dice llamarse Django. Decide salvarla y descubre que, en la zona, se enfrentan dos bandas rivales para obtener la supremacía del país: la del mayor Jackson, americano y fanático racista cerca del Ku Klux Klan, y la del general Rodriguez, mejicano y revolucionario.
Desde el plano inicial al final podríamos jugar de referencias, homenajes y conexiones con el “Django Desencadenado” de Tarantino. ¿Qué cogió, arrebató o permutó el cineasta que ha sobrevolado todo tipo de géneros marginales para transformarlos en una entidad pop? El director de “Pulp Fiction” se servía de la canción de Luis Bacalov para introducir los créditos como tiempo atrás realizara Sergio Corbucci. Se agradece precisamente que el libreto posicionara sus apropiaciones y creara un nuevo universo en base a otras contenciones del propuesto por Sergio Corbucci en los sesenta. Viajemos al film de 1966 y a esa idea de un final climático en un cementerio para trasladar el paralelamos de esa tumba con la que cargaba el antihéroe desde el arranque. “Django” es puro lodo, muerte y sangre cinematográfica.
Para algunos, se trata de una transformación, en clave de spaghetti western, del “Yojimbo” de Kurosawa junto al imaginario impuesto en el subgénero por Sergio Leone. La espiritualidad de Django embarrada en muerte, sangre y suciedad queda patende de su mismísima carta de presentación. Como si Django fuera la parca que desterrara la injusticia de la tierra, Corbucci evoca a Leone, Kurosawa e incluso alguna vertiente de cine negro para representar a ese ángel de la muerte que no necesita un caballo para marcar el ritmo y la esencia del western. La leyenda cuenta que el fim era tan explícito en la época que en algunos países llegó a ser prohibido y en otros no se autorizó para menores de 18 años. Que Tarantino quedó tan prendando como Robert Rodriguez que se serviría para “El Mariachi” y “Desperado” de los rasgos esquemáticos de la obra.
Al igual que Russ Meyer dirigía sus obras como si fuera Federico Fellini, Sergio Corbucci optó por la clase como ardiente arma y así lidiar con el recital de muertes cutres y malas actuaciones que forma parte de ese otro gran cementerio en el que la revolución es la mayor de los artefactos y potentes muertes. La violencia compensa la falta de originalidad y a Franco Nero como poderosa presencia para captar el culto con el sumatorio de credenciales. Después de la leyenda, cuenta, vino la copia como moda y explotación aunque “Django” trataba de revelar un mundo sombrío, convulso, corrupto, distorsionado por la codicia, la guerra e incluso el racismo para crear un ambiente de miedo y terror sobre el que moldear a la sociedad. Todas sus capas culminaron en esa última carcasa de culto con la cualidad de evitar el paso del tiempo hasta que otro cineasta talentoso desempolvara el sayo y añadiera sus propios retoques y bordados siendo fiel a esa vetusta y siempre útil capa final.
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