Título original: “Ai no mukidashi (Love Exposure)”
Director: Sion Sono
Japón
2008
Sinopsis (Oficial):
Yu (Nishijima Takahiro) es un adolescente que se ha criado en el seno de una familia cristiana de Japón. Vive con su padre, quien tras quedarse viudo, se ha ordenado sacerdote. Yu se debate entre la imagen idílica del cristianismo que profesaba su madre y entre actuar de manera incorrecta para conseguir la aprobación del padre, obsesionado por absolver todos sus pecados. Uno de los ‘pecados’ de Yu es su obsesión por fotografiar las entrepiernas de las chicas que van con minifalda. Cuando Yu conoce al a extraña Koike (Sakura Ando), una chica atormentada por traumas familiares, todo dará un nuevo giro, haciendo que Yu se sienta cada vez más confundido. Pero por la relación con su padre, que lo dejará confundido y enamorado y a la que él verá como a la María (clara referencia cristiana) que había prometido a su madre que encontraría. Será entonces cuando ella se convierta en su principal objetivo pero al mismo tiempo será cuando la trama se torne rocambolesca, enfermiza, delirante pero sobre todo divertidísima y veremos como Yu deberá lidiar con un amor no correspondido y luchar contra los elementos que precisamente, obstaculizan su amor puro.
¿También te gustan los chochitos?
Lo mío son los pecados. Empecé haciendo fotos mira-las-braguitas porque tenía que pecar, no porque me excitara. Porque era pecaminoso.
¿Cuando dices pecados te refieres a crímenes?
No. Pecados bíblicos. Nunca había tenido una erección hasta que conocí a una persona maravillosa. Cuando le vi las braguitas, me di cuenta de lo hermosas que eran. Ese fue el momento en que me convertí en un pervertido de verdad.
Basándose en una historia real, Sion Sono nos habla sobre la sectas en las que cae la sociedad por vacíos afectivos partiendo del relato de un pequeño y la obsesión de su madre por la Virgen María, la elegida. La promesa de un niño a su enferma —y prácticamente difunta progenitora— provoca que busque una mujer como la virgen para casarse con ella. Su padre también se ve afectado por ese giro fatal de destino y decide hacerse cura. Es el principio del fin o el fin de principio. El director de “Suicide Club (El club del suicidio)” quiere entablar un discurso sobre esas distintas sectas que componen la sociedad, que rellenan esos huecos emocionales de las personas partiendo desde la familia a la religión (en cualquier variación y esencia), a las tribus urbanas o cualquier institución, a los ‘clubs’ que practiquen un actividad (incluida el fanatismo al sexo) e incluso a manicomios como la secta de los locos.
En toda esa extravagante odisea de fetichismo, religión, perversiones morales —y pecados— los protagonistas buscan una redención ante sus conflictos. Los personajes quedan atrapados en una gran madeja de incoherencias donde el pecado se convierta en deidad de un gran y conjunta religión. Un cristiano, nuestro antihéroe, es condenado a pecar porque su padre (cura) quedó atormentado por romper sus votos con una trastornada lujuriosa que utilizó la religión para lidiar con sus actos de amor fou y que arrastra a su ‘hija’ que odia los hombres (menos a Kurt Cobain) a conocer y profundizar con uno que se disfraza de mujer para alcanzar su amor. Todos ellos son utilizados y manipulados por una violenta perturbada que acabó castrando a su depravado padre antes de ayudar a dirigir un culto religioso llamado CERO. En todo ese maremoto de contradicciones, el antihéroe acaba siendo el Rey de los Pervertidos, convirtiéndose en el cura de los guarros, conceptuando ese discurso sobre distintas y variopintas sectas y religiones que forman la sociedad. El sexo bien pudiera ser el Dios del pueblo y virus de la cultura, evolucionando en la porno como parte de sus muchas sagradas escrituras. Pero en esa variedad ilustrativa, Sion Sono encuentra la vía para gestar un tour de force de toda la filmografía nipona en la que únicamente faltaría alguna referencia al subgénero kaiju o j-Horror. La experiencia, por lo contrario, de ser realista ante esa hiperbólica sensación de locura, desenfreno y desvarío constante.
Del Allegretto de la séptima sinfonía de Beethoven al Bolero de Ravel, de una cuenta atrás para encontrarse con un milagro a un recital de fetichismo, faldas cortas, bragas y travestismo. De la lectura de pasajes bíblicos a la erección como gran alegoría del amor verdadero, de la telenovela a una cinta de artes marciales. Del amor fou a la locura, de la auto-destrucción al renacer… Sasori nos remite a la trilogía iniciada por Shunya Ito en “Female Prisoner #701: Scorpion” (1972) y ciertamente “Exposición de amor” se mueve entre el ‘pink film’ y una de yakuzas, sintiéndose como un desopilante y loco manga visual. Esa mezcolanza de cultura también quiere generar un discurso sobre el mundo de las sectas pero no ciñéndose a un argumento sobre sus peligros sino sobre aquello que las genera y extiende: la falta de amor en un mundo loco y sin sentido. Se ha tildado “Exposición de amor” de ser un film «inclasificable» pero realmente es la suma de otras muchas películas (y referencias) «clasificables». La gracia es el compendio, la voluntad de complemento y despunte sobre lo atípico que acaba siendo típico. ¿O no lo acaba siendo cada una de las parafilias que sometieron su voluntad en modas? Toda el conjunto acaba siendo tan provocativo como profundo, tan delirantemente cómico e hiperbólico como pretendidamente ridículo. Se trata sobre una sátira respecto a la hipocresía de esas sectas que conforman nuestra sociedad necesitada de amor o, al menos, de exponerse al mismo.
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