“Thor: Ragnarok”
Director: Taika Waititi
EEUU
2017
Sinopsis (Página Oficial):
En “Thor: Ragnarok” de Marvel Studios, Thor está preso al otro lado del universo sin su poderoso martillo y se enfrenta a una carrera contra el tiempo. Su objetivo es volver a Asgard y parar el Ragnarok porque significaría la destrucción de su planeta natal y el fin de la civilización Asgardiana a manos de una todopoderosa y nueva amenaza, la implacable Hela. Pero, primero deberá sobrevivir a una competición letal de gladiadores que lo enfrentará a su aliado y compañero en los Vengadores, ¡el Increíble Hulk!
Qué coño electricista ni electricista, ¡¡llamad a Thor!!... que tengo el coño que me hace chispas.
Carmen de Mairena disfrazada de Lady Sif antes, durante y después de ver “Thor: Ragnarok”.
Con “Thor: Ragnarok” se ha confirmado un debate que llevaba tiempo en al aire: ¿el subgénero de superhéroes ha de girar definitivamente hacia la comedia? Era algo evidente que el Universo Cinematográfico de Marvel estaba virando claramente hacia tal condición pero, sin embargo, faltaba una pieza en su cosmos fílmico que se apoderara de la etiqueta al completo tras “Deadpool” de Tim Miller. La película de Taika Waititi se rinde al humor desinhibido y autoconsciente, destruyendo todos los clichés sobre los que se había cimentado todas las cintas dedicadas a la superheroica. Para entender la evolución de la actual trilogía protagonizada por Chris Hemsworth, basta con echar la vista al pasado y repasar los problemas de tono que tuvieron “Thor: El mundo oscuro” de Alan Taylor y “Thor” de Kenneth Branagh. Ya sea por público o crítica, algo no funcionaba. Ni fusionando los ‘telones’ de Shakespeare con una revisión de “Los visitantes ¡no nacieron ayer!”, en el filme original, ni adentrándose en el espíritu de ‘Doctor Who’ con una lectura auto paródica voluntaria, en su continuación. “Thor: Ragnarok” es un paso definitivo y salto sin red sobre el tejido cómico que atañe a todo el absurdo implícito en una space opera. Waititi desea romper definitivamente las convicciones del subgénero y propulsarse a través de los logros de las dos partes de “Guardianes de la galaxia” de James Gunn. Lo hace con el sarcasmo de Jeff Goldblum y convirtiendo a Chris Hemsworth y Tom Hiddleston en humoristas de un teatro irónico y autoparódico. Precisamente la secuencia que sintetiza el tono del filme es aquella en la que se realiza una representación teatral de la (falsa) muerte de Loki. Contar con Sam Neill como Odin, Luke Hemsworth como Thor y a Matt Damon como Loki, supone un acercamiento al sketch de ‘Saturday Night Live’ y a un consciente reflejo de la spoof movie. Waititi, por lo tanto, desea desmitificar la grandilocuencia y las exageraciones en las que reincide la superhéroica y la épica actual del mainstream. Todo es puro teatro, todo es pura diversión y burla para unos espectadores ya introducidos entre el público de la ficción. Pero, ¿tienen que ser personajes como Thor y Loki versiones contemporáneas de Laurel y Hardy atrapadas en “Community”?
En realidad, el gran mérito de “Thor: Ragnarok” es el tono que ha sobrepasado el subgénero en el que estaba enmarcada y, al mismo tiempo, en su concepción audiovisual con la que se viste de ‘cult movie’ dentro de un videoclub ochentero con la pomposidad digital de la era actual. Dentro de la maquinaria lúdica que propone Waititi encaja cualquier proposición. Ya sea hacer suyo ‘Immigrant Song’ de Led Zeppelin —para conceptuar el éxtasis entre constantes sintetizadores— como adaptar libremente ‘Planet Hulk’ de Greg Pak o plasmar pulcrísimas estampas como el enfrentamiento de las valkirias con Hela. En ese «todo vale», la sátira y el humor son el catalizador de una propuesta que también trata de dar un sentido a personajes como Hulk o Thor dentro del UCM, desarrollando nuevos conceptos temáticos para cada una de las películas de los superhéroes en solitario o cintas de orígenes. Sobre tal aspecto, la película se podría entender desde el viaje de crecimiento/transformación para todos los protagonistas siendo una clara esencia trágica el detonador de la superación de sus respectivos conflictos. Bruce Banner, por ejemplo, quiso ‘escapar’ de la posibilidad de hacer daño Natasha Romanoff (y a otros seres humanos) y acabó transformando en un monstruo a modo de hechizo hasta escuchar nuevamente la voz de la mujer que le ama. Thor y Loki, por su parte, tendrán que hacer frente a la muerte de su padre y todo aquello que conlleva tal adiós (y su propia relación como hermanos). Hela, la Diosa de la Muerte, aparece en la historia y relato familiar para revelar las mentiras, violencia, destrucción y muerte en la que se han construido las grandes civilizaciones. Asgard no es una excepción y su retorno, como la hija primogénita de Odín, desvela cómo se llevó a cabo la conquista de los nueve reinos y la necesidad de expansión de todo imperio hasta que la hipocresía hace acto de presencia: el Dios de la Guerra desea convertirse en el de Paz. Hela no solamente emerge para Cate Blanchett disfrute ejerciendo de villana sino que, por el contrario, la cuestión desde los compases iniciales de la cinta era dar un sentido existencial a Thor a través del destino impuesto. Surtur, el hijo de… perra, tenía un función el universo. Asimismo, el hijo de Odín tenía que rendir cuentas a ese trono y pueblo al que gobernar como parte de un relevo generacional le guste o no. ¿Quién iba a hacerlo si no? ¿Loki? ¿Más estatuas y obras de teatro metaficcional para alimentar su ego? El pasado es pasado y la franquicia desea mirar al futuro en esos postcréditos que nos dejan claro que The Sanctuary II de Thanos ya está aquí y que, presumiblemente, Loki se viera atraído por las piedras del infinito en su misión de hacer que Surtur provocara el Ragnarok en Asgard para derrotar a Hela. ¿El sentido del cosmos tiene un orden dentro de todo el caos y violencia que genera o, sin embargo, es una espiral condenada a repetirse (como ese ciclo generacional en la pérdida del ojo de Odín/Thor)?
Hay más preguntas en el aire intergaláctico, ya que existen ciertos aspectos en la historia que desconocemos si son producto del ‘lobby judío’ o parte de una adaptación ‘espacial’ de los Libros del Éxodo. Sea como fuere, “Thor: Ragnarok” queda finalmente esculpida como una de las más efectivas comedias que hemos visto en los últimos años en la gran pantalla. Recordemos que hasta “Deadpool” se hizo hueco en tal categoría en los Globos de Oro. El problema, no obstante, podría ser para los puristas que consideran que el subgénero de superhéroes ha de ceñirse a la grandilocuencia, la épica y el más estricto drama. El problema de tal concepción es que “Thor” era ya un vivo reflejo de todos esos problemas. La razón es que los intentos de la propuesta de Kenneth Branagh, por construir un drama romántico al adaptarse un asgardiano a las costumbres terrícolas, eran pura comedia involuntaria. Es cierto que esas críticas sobre la pureza del subgénero suelen venir de voces que defienden desmedidamente los últimos intentos de hacer brillar el Universo extendido de DC Comics. ¿Se han olvidado de la magistral review de Cinecutre sobre “El hombre de acero” de Zack Snyder? ¿De los 4 Premios Razzie de “Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia”? ¿Del 4,9 que tiene “Escuadrón suicida” en Filmaffinity? Nada de lo anterior fue casualidad ya que las anteriores cintas, según crítica y público (generalizando sin generalizar demasiado) eran comedias involuntarias sin noción de la vergüenza y el ridículo. La pregunta, entonces, es: ¿qué sentido tiene buscar la prosopopeya y lo pedante si las carcajadas y sus ecos van a resonar al otro lado de la pantalla? Quizás “Wonder Woman”, pese a sus innumerables desbarajustes argumentales, supiera concebir aquello que ha de ser un espectáculo de aventuras con toques de comedia en el menú. El humor, por lo tanto, no parece una opción en el subgénero dedicado a la superheroica sino una completa necesidad a estas alturas. Y “Thor: Ragnarok” se sube al trono que parecía en posesión de “Deadpool” y, en realidad, ambas cintas no hacen más que constatar las posibilidades sobre la deconstrucción y la autoparodia de un universo que tengamos que tomarnos en serio (o no) según el momento y la ocasión.
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