Páginas Bastardas

sábado, 16 de abril de 2016

El libro de la selva: La gran epopeya de Mowgli

“El libro de la selva”
Título original: “The Jungle Book”
Director: Jon Favreau
EEUU
2016

Sinopsis (Página Oficial):

“El Libro de la Selva: The Jungle Book” es una nueva epopeya de acción real sobre Mowgli (con el debut de Neel Sethi), un niño al que cría una manada de lobos en la selva, y que se embarca en un fascinante viaje de autodescubrimiento cuando se ve obligado a abandonar el único hogar que ha conocido en toda su vida.

Crítica Bastarda:

«Un cachorro humano se convierte en Hombre, y el Hombre está prohibido».

Entre el remake del icónico film de Disney y una nueva adaptación de la novela de Rudyard Kipling, “El libro de la selva” trata de encajar como un guante en los márgenes de una lectura con cierto calado y el contexto del cine actual de entretenimiento. Jon Favreau es conocedor de tener entre sus manos un artefacto que trata de aunar la evolución de los efectos visuales de Hollywood y, al mismo tiempo, establecer una aureola vital como una sombra sobre ese componente humano ―en el completo sentido de la palabra― y amoldando el conflicto de su héroe para poder también conectar con un mundo que crece mucho más rápido a su alrededor. Mowgli desea focalizar la regresión del espectador adulto a su infancia ―gracias al film de Wolfgang Reitherman― y la conexión con los más pequeños en su viaje hacia el descubrimiento (y desarrollo) dentro de un escenario hermoso y también peligroso. En ese mimetismo, existe tanto una intención del estudio para ir rescatando sus clásicos de la edad de oro en los límites de los presentes mundos digitales que, poco a poco, están estableciendo en la gran pantalla su propio reino. Pero, simultáneamente, la cinta trata de instaurar un discurso sobre la supervivencia que incluso pudiera resultar más certero, cercano e integrado en el espectáculo del cine de aventuras que el propuesto por Iñárritu enEl renacido. La naturaleza tiene voz propia y Favreau trata de equilibrar todas las emociones que se desarrollan en la pantalla incluso integrando a las propias manadas de animales como parte ese fotorrealismo digital que acaba conformando su propio ecosistema fílmico. La ley de la selva, de este modo, establece un manto sobre el que asentar el conflicto principal: la capacidad de regirse como un código que sirva de lengua común a las bestias. Esa norma evidentemente es diferenciar entre el ‘lobo’ que sigue y cumple las reglas y aquel que se cierne en las sombras para seguir la senda amoral. Hay heridas y cicatrices visibles en los personajes y es el propio cuerpo de Mowgli aquel que pudiera servir de metáfora para los peligros que esconde la supervivencia en la selva y mundo inhóspito con los más débiles que deben adaptarse rápidamente, aunque su propio limitado crecimiento les impida integrarse sentenciándolos a ser ‘siempre’ un ‘cachorro’. Ese universo, que plantea la cinta, encuentra un nexo de unión al alcanzar todas las especies una tregua y paz ante una descomunal sequía, como si únicamente un gran peligro común pudiera acercar posicionamientos distantes.


Tras ese prólogo y premisa, yace el concepto antagónico en las visibles heridas sobre el rostro de Shere Khan, donde curiosamente se cierra en círculo existencial en la vida tanto de presa como del cazador. Mowgli está condenado a crecer, convertirse en ese ‘Hombre’ tan temido y prohibido en la selva. El villano de “El libro de la selva” se erige, por lo tanto, como una víctima de los excesos del hombre aunque contrariamente acaba siendo un verdugo por su propio odio a la humanidad y sus secuelas psicópatas, imponiendo en el miedo su discurso para manipular al resto de seres. Ese alejamiento es interesante en un film que convierte a animales en ‘personas’ dentro de los márgenes de la humanización tan habitual en el sello Disney. Pero sobre ese territorio, Favreau sabe que maneja otro material que le permite enfrentar la carnalidad de Mowgli a los efectos visuales que componen el resto de especies (digitales) y el escenario de fondo que remarca tal pretendido concepto. Mowgli, como ser humano, no pertenece a ese mundo que ha mimetizado la realidad. Esa batalla entre el pasado y el futuro cinematográfico encuentra reflejos en la dialéctica de la imagen y las propias dudas del espectador. ¿Qué es real? ¿Qué es imaginario dentro de la forma y fondo de la imagen? Esa transformación sigue una línea de continuidad dentro de ese otro lenguaje audiovisual de referencias que pudieran ir desde conexiones con Avatar, After Earth y “Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario” (Aslan) pasando por un componente étnico (“Slum Dog Millonary” ‘conoce a’ La vida de Pi por un colorista filtro digital de Satyajit Ray). Y es ahí donde el estupendo espectáculo audiovisual de Favreau desea reivindicar su espacio propio en ese surco de corrientes cinematográficas. Otra cuestión es que su independencia finalmente quede lastrada al influjo (musical) del film de animación de Disney y toda esa exhumación de sus clásicos para rentabilizarlos nuevamente con remakes con actores reales. Pero incluso en ese soporte el director de Iron Man quiere reconducir la pesada ancla ―seguramente generada entre el homenaje y los despachos de los ejecutivos― al material originario de Rudyard Kipling, como si todo fuera parte de ese gran y animado libro que conjuga todo tipo de diversos y variopintos materiales visuales y dramáticos. Ese epílogo y geniales créditos finales realmente revelan cómo la cinta desea quitar cierto poso trágico y serio de su discurso con algo de humor en la desproporción, cediendo espacio a ese rey orangután que actúa como bufón de la obra con ciertos matices agresivos y amenazadores.


Tal vez la disputa interna respecto al target deseado (PG-13) y finalmente revelado (todos los públicos) empañe los riesgos más adultos del director y libreto en pos de alcanzar la soñada concurrencia de cara al box office. Las gotas de sangre que brotan del cuerpo del protagonista representan la humanidad de Mowgli, dando cierta hondura a los planteamientos formales de la propuesta. No es excesiva, más allá del color representa esa metáfora del cuerpo de un niño con cicatrices y generalmente marcado por las ‘picaduras’ de la supervivencia. Esas heridas remarcan el conflicto de la obra, siendo la búsqueda de uno mismo su viaje de crecimiento y enlazando con esa ‘flor roja’ y concepto sociopolítico cual muda de serpiente. Puede que siempre se traten de buscar respuestas en la realidad para expresar las imágenes que surgen de la pantalla, conectando voces con actores o estableciendo líneas que aten el hipnotismo de Hollywood (Scarlett Johansson) con el poder de la verdad sobre los más pequeños y la carne más tierna sobre la que se retroalimenta la gran industria. ¿En “El libro de la selva” podemos establecer también alguna clase de lectura sobre personas errantes perseguidas y utilizadas por otros para sus intereses egoístas y personales? ¿O todo trata sobre la (im)posibilidad y despreocupación de seguir creciendo tal y como dictamina el concepto antagónico sobre la madurez de Baloo y Bagheera? ¿Habita con un concepto ecológico o sobre el poder del miedo y la única posibilidad del trabajo conjunto de la sociedad para combatirlo? Tanto Shere Khan como el Rey Louie apuntalan el discurso sobre la interacción del hombre con en el reino animal. El tigre se ha vestido de su odio para acabar con todos ellos y su descendencia, provocando irónicamente aquello que lo destruirá continuadamente. El Rey Louie, por su parte, envidia los logros del hombre y desea ser uno de ellos, utilizando a Mowgli para hacerse con esa ‘arma de destrucción masiva’ que le confiera el poder que ansía sobre el resto de especies. También acabará contrariamente siendo víctima de un imposible, sepultando su propio reino en el proceso. Ambos personajes son parte de esos matices condenados a la autodestrucción y esa estructura de mosaico en los distintos personajes, con rasgos paternales y maternales, toma forma alrededor de Mowgli para dotar de hondura emocional su epopeya. Considero que aquello que realmente desea plantear “El libro de la selva” es el concepto de la propia asimilación de la naturaleza y su sabiduría, amplificado sus resonancias en esos elefantes que han abandonado la disciplina militar del film de Reitherman para someterse a un filtro místico. Y si existe una moraleja, más allá de una interpretación orgánica de un ecosistema por sobrevivir (incluso a las acciones del hombre), es que los niños nunca podrán ser completamente lobos, aunque sean criados por los mismos. Tendrán que reivindicar su propia línea evolutiva y aquello que les diferencia de esos animales para hallar su crecimiento y espacio en un mundo adverso, tan admirable como inseguro, declinando ser parte de una amenazadora arma que pudiera convertir a los más inocentes en monstruos. ¿Un reflejo de nuestro mundo actual?


APUNTE BASTARDO

Después de todas las polémicas de PETA por utilizar animales salvajes en series y películas al existir una tecnología que puede generarlos por ordenador, sigo esperando que UNICEF pida a Disney, ante tanto sufrimiento de Mowgli, que a partir de ahora no utilice niños reales en sus films y que éstos sean también digitales o ‘reborns’ como en El francotirador

Reseña publicada originalmente en Cinema Ad Hoc.

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2 comentarios:

  1. Bastardo, ¿se viene algún comentario de 11.22.63?

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    1. Me quedan los dos últimos. Cumple y se deja ver, pero me parece sobrevalorada más allá de un entretenimiento de calidad.

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