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jueves, 24 de marzo de 2016

Batman v. Superman. El amanecer de la Justicia: Amor, odio… creencia o ateísmo cinematográfico

“Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia”
Título original: “Batman v. Superman: Dawn of Justice”
Director: Zack Snyder
EEUU
2016

Sinopsis (Página Oficial):

De la mano del director Zack Snyder (El hombre de acero) llega “Batman v Superman: El amanecer de la Justicia”, protagonizada por el ganador del Oscar Ben Affleck (Argo) en el papel de Batman/Bruce Wayne y por Henry Cavill (“El hombre de acero”, “Operación U.N.C.L.E.”) como Superman/Clark Kent en la primera aparición en la gran pantalla de los dos protagonistas juntos. Ante el temor de las acciones de un desenfrenado Superhéroe, el formidable y contundente vigilante de Gotham se enfrenta al más admirado héroe de la era moderna de Metropolis, mientras que el mundo se debate reflexionando sobre qué tipo de héroe necesita realmente. Y con Batman y Superman en guerra, pronto aparece una nueva amenaza que pone a la humanidad en uno de los mayores peligros jamás conocidos. Dirigida por Zack Snyder, la película también está protagonizada por los nominados al Oscar Amy Adams (La gran estafa americana (American Hustle)) en el papel de Lois Lane, Jesse Eisenberg (La red social) como Lex Luthor, Diane Lane (“Infiel”) como Martha Kent y Laurence Fishburne (“Tina”) como Perry White; los ganadores de los Oscar Jeremy Irons (“El misterio von Bulow (Reversal of Fortune)”) como Alfred y  Holly Hunter (“El piano”) como la Senadora Finch; y Gal Gadot (las películasFast and Furious (A todo gas)) en el papel de Wonder Woman (La Mujer Maravilla) /Diana Prince.

Crítica Bastarda:

He aquí un producto que resume en cierto modo a las sagradas escrituras: intocables para algunos, interpretables para otros, cargadas de contradicciones ―errores e incoherencias― para los más críticos. Tras el estreno de “Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia” se ha encadenado un debate sobre las creencias y el ateísmo cinematográfico, respecto al papel del espectador como fervoroso de una fe cuestionada por los medios que analizan las producciones destinadas a los primeros. Vivimos en tiempos de marketing viral a golpe de hype y mercadotecnia adulterada, resultando complicado establecer un equilibrio entre expectativa y celebración popular cuando alrededor yacen numerosas «capas rojas» dictaminado las corrientes previas a seguir. Es complicado permanecer impermeable, aunque el análisis más propicio es aquel que puede establecerse desde un punto de vista «teológico», estudiando lo divino y el sentido metafísico de todo dogma «fílmico». Evidentemente existe un claro precedente a la transición y sobre esa base podemos establecer una constante para delimitar el producto de su aureola de calidad y satisfactorio rendimiento emocional. “Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia” aterriza con un cielo repleto de numerosas estrellas en el firmamento Marvel, planetas perceptibles y resplandecientes en las producciones televisivas en The CW y, para finalizar, un peligroso agujero negro cercano en ese inestable horizonte. Esa singularidad capaz de devorar todo tiene nombre: El hombre de acero. La controvertida película de Zack Snyder generó todo tipo de reacciones y virulentos debates, sembrando opiniones de toda índole ―e incluyendo una memorable y extensa review en cinecutre.com (donde conviene recordar tampoco se han salvado controvertidas cintas como El renacido, Star Wars: el despertar de la Fuerza oSpectre)―. Nada ni nadie está libre de pecado ni de ser sometido a la más perversa comparación. Posiblemente muchos se empeñen en encadenar ambos films como parte de un mismo organismo cuando la impresión es que el regreso de Kal-El, tras la decepcionante “Superman Returns (El regreso)”, era un objeto independiente para dar pie a la trilogía alrededor de La Liga de la Justicia y las películas dedicadas a cada uno de sus integrantes. Más allá de lo subjetivo conviene recordar el dato, ese elemento ecuánime sobre el que cimentar una interpretación. Los 668 millones de dólares recaudados en todo el mundo dejaron un visible poso de meta incumplida e incluso pudiéramos enlazar con algunos rumores surgidos desde dentro de Disney respecto al fiasco (!) de taquilla alcanzado por Vengadores: La era de Ultrón por recaudar «solamente» 1.400 millones y convertirse en la séptima película con más dinero conseguido en salas de cine en la historia. Todo, desde luego, es relativo. Y dentro de ese determinismo aparece la figura de una falsa secuela que desea, por el contrario, portar un titánico peso sobre sus espaldas y aspiraciones, pudiendo enterrar el conjunto si es incapaz de marcar un ya complicado camino. Considero que “Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia” se (auto)define en algunas involuntarias metareferencias y conexiones que quiebran la cuarta pared. Divisamos a un Kal-El que ha dividido a la sociedad entre el amor y el odio más absolutos siendo su comparación a una entidad divina (o extraterrestremente peligrosa) la mejor recapitulación de esa alegoría de Cristo que ya planeó en su momento Bryan Singer. El elegido se encuentra atrapado en una vorágine de fanboys y haters dentro de un tornado agitado por la manipulación mediática y política, condicionando cualquier «acontecimiento» en nuestros días. También somos testigos de que cómo Alfred (Jeremy Irons) define el comienzo la recta más pirotécnica del espectáculo con una onomatopeya que no sabemos si es propia del exceso de las circunstancias o de la implícita incapacidad de describir con palabras un cortocircuito de acción e imágenes digitales. Y, finalmente, la secuencia final antes de los créditos finales traslada al otro lado la necesidad de creer en el milagro proyectado, en toda esa fe a través de la luz. Podemos dejar enterrado y bajo tierra el propio icono que personifica la idea (y película) o hacerle levitar hasta nuevos y épicos horizontes. 


Es posible que “Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia” sea esa cinta mainstream que vuelva a dividir al público (y medios) en bandos enfrentados, entre los que critiquen virulentamente lo que otros aman y viceversa; entre los que posicionen entre lo más bajo de sus rankings personales en lo que adaptaciones de DC Comics se refiere y, por el contrario, aquellos que queden encantados con los personajes que encarnan Ben Affleck o Jesse Eisenberg. Considero que el film va a sorprendernos a todos aquellos que esperábamos lo peor de esos cuestionados fichajes, aunque esa segmentación igualmente pudiera aplicarse entre los que posicionen lo mejor de la cinta bajo el sello de Geoff Johns o Zack Snyder según les interese por convicción o necesidad. Repito, todo es relativo. No obstante, el apunte sin interpretación que valga es que el director de “Watchmen” sigue abrazando un tono serio y grandilocuente, vestido en trauma y dramas, bañado en oscuridad y ramificaciones que van desde el 11-S a ciertas implicaciones de la ética política pasando siempre por el filtro de un cariz religioso dentro de los terrores de una sociedad que ha acabado convertida en parte de un devastado escenario por una guerra entre dioses venidos de otro mundo. Snyder desea recrearse en sus imágenes, volver a establecer la eficacia del poder pictórico de elaboradas composiciones, dar forma a una magia todavía indefinida que haga despertar emociones al otro lado de la pantalla. Ese cúmulo de pretendido simbolismo desea acomodar un discurso sobre los temores y heridas de la propia audiencia respecto a aquello que allí se proyecta, como si los espectadores acabáramos siendo parte de esa sociedad dividida entre el pánico a lo desconocido o la entrega a ese objeto divino condenado a ofrendar su propia existencia para purgar con nuestros pecados y reticencias. El autor, por lo tanto, desea plasmar una resurrección y ascensión de sus dos protagonistas, trasladando esa alocución a líneas que les dividen entre héroes y villanos y delimitan sus conflictos en secuencias oníricas. Existe también una lectura sobre la sangre y la construcción de mundos, como si el individuo tuviera capacidad de moldear su propio discurso interno y otorgar la apropiada perspectiva girando el cuadro que tiene ante sí, quedando plasmada tal alegoría en el conflicto de Lex Luthor (un diablo que se considera un serafín). Y sobre ese objeto se encuentra el punto de vista que convierte al hombre en dios, a ángeles en demonios, a esos citados héroes en villanos. Esa ambivalencia y relativismo plantea un nuevo orden en el mapa sociopolítico del universo en el que se recrea “Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia”, siendo la Batalla de Metropolis en cierto modo equiparable a la de Nueva York en el cosmos de Marvel. El director de “300” se deleita sobre ese cambio de perspectiva, pasando de la supremacía de Superman a la vertiente terrenal que le propicia el punto de vista de Bruce Wayne ante la barbarie y la destrucción a su alrededor, tomando conciencia de un nuevo peligro que sobrevuela y devasta su mundo. Se trata, además, de un propicio punto de giro para presentar a más metahumanos que vayan esculpiendo esos planes cinematográficos para justificar la irrupción de La Liga de la Justicia en la gran pantalla y, tal vez, en ese territorio echemos en falta algo de mimo (e incluso estilo) en el libreto de Chris Terrio y David S. Goyer. Sin embargo, todo queda abreviado en un easter egg dentro de la propia película generado como si fuera un extra secreto de un videojuego o un DVD, una secuencia habitual de unos post-créditos introducida desmañadamente a mitad de película. Tal vez la intención es que no falte elegancia ni estilo en los recursos de guion sino espacio para poder introducir al resto de integrantes de La Liga de la Justicia, como si esa brusquedad continuada e inmediata necesidad fueran finalmente los baluartes de una propuesta tejida en intenciones e irregularidad.


“Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia” nos habla de un evidente albor y despertar, siendo su propia estructura labrada a través de temas coincidentes que nos remiten a sus secuencias oníricas como representación formal de los conflictos de sus protagonistas. Esa sensación pesadillesca esconde la crónica de la épica pero, al mismo tiempo, muchas incoherencias internas como algún punto de giro en la que tal vez nos falte perspectiva de conjunto. Interesa más su elaborada capa dramática estableciendo la mencionada dicotomía entre el ser humano y el dios en la figura de Kal-El, como si Clark Kent y Superman vivieran atrapados en el mismo cuerpo. Algo similar ocurre con el retrato de Bruce Wayne, como si fuera un pliegue sobre el que asentar el film. En los márgenes de esa perspectiva de humanidad su héroe trágico, Snyder explora ciertos aspectos dramáticos que nos remiten a su trauma y vuelta de tuerca, estableciendo el elemento por el que ese «ángel alado» puede arrodillarse y someterse al más pérfido de los demonios terrenales. Y es ahí donde el film establece su más certera jugada para que con una simple rotación del cuadro facilite otro tipo de contexto a ese anunciado enfrentamiento entre dos titanes y antagonistas (condenados a entenderse). En el centro siempre Lex Luthor, una de las sorpresas por su catálogo de matices, sumiendo a su personajes en espeluznantes desequilibrios que no desentonarían en absoluto de los de un Joker algo comedido y con ligeros excesos. Precisamente su personaje enmarca el concepto pretendido por el libreto de Terrio y S. Goyer ―que hilvanan todo el material comiquero propiciado por Dan Jurgens, Roger Stern, Louise Simonson, Jerry Ordway, Karl Kesel o Frank Miller― donde los protagonistas faciliten esa necesitada ambivalencia para facilitar el avance de la propuesta, tiñendo de traumas y explosiva rabia a un Bruce Wayne condenado a ejercer de bisagra en la ascensión de Superman, siendo el diálogo visual entre sus respectivos nacimientos la clave para entender las intenciones de la propuesta. De nuevo, volvemos a la esencia de las imágenes, a esa devastada mansión de Thomas Wayne que personifica la psique encadenada del superhéroe a su padre, como si todavía quedará un mundo por volver a reconstruir su influjo perdido. En la cima del mundo, por su parte, Clark Kent se reencuentra con Jonathan Kent para hallar de nuevo esas respuestas que necesita. Todo es onírico y psicológico, aunque el recuerdo de Lex Luthor marca las distancias de aquel «honrarás a tu padre», delimitando el concepto a un entorno físico siendo incapaz de acercarse a ese hombre que le moldeó sin malograr su legado. Esas réplicas y moldes en las secuencias oníricas alrededor del Caballero Oscuro vuelven a estar marcadas por el concepto de la sangre y el conflicto psicológico alrededor de un nexo común ante la pérdida, como si en el horror se estableciera la comunión entre opuestos. No obstante, considero un gran acierto el estreno de “Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia” en Semana Santa como parte de su discurso, pero me quedan demasiadas dudas ante el objeto de recrear una película milagro que satisfaga a todo tipo de paladares y creencias. En cierto modo, es coherente que una cinta que trata de ser tantas cosas y objetos en un mismo espacio acabe siendo tremendamente cuestionada. Tal vez, como punto de partida, ya exista demasiado ateísmo al otro lado de la pantalla y se debata tanto la fe como la existencia de la divinidad de un film condenado ya desde su primer germen, infravalorando sus resultados y méritos y aplaudiendo más su carcasa de blockbuster claramente condicionado en su estruendosa recta final. ¿El mundo ha perdido ya la posibilidad de creer o estamos condenados a estar divididos? ¿Hemos quedado atrapados en ese conflicto de inferioridad para hacer sangrar a entidades todopoderosas y arrebatarlas así su supremacía? ¿Debemos hacer nuestra la propia fe y evolución de Bruce Wayne en el futuro del mundo y transformar una pesadilla y postacaplispsis en otro sueño contradictorio, épico y placentero? Todo es relativo porque, al fin y al cabo, aquel que siempre porta una lanza de kryptonita es el propio espectador. Aquel policía, juez, jurado y ejecutor, aquel capaz de voltear el cuadro a convicción y transformar a ángeles en demonios. ¿La moraleja de esta controvertida película es, por lo tanto, que somos nosotros mismos aquellos que decidimos ser Lex Luthor o Bruce Wayne?


APUNTES BASTARDOS:
Tremenda coincidencia cósmica en el multiverso al comprobar que Thomas Wayne y Martha Wayne están «interpretados» por Negan y Maggie Greene deThe Walking Dead”, con toda la carga kármica que ese imposible acto conlleva.
Se ha hablado (y se hablará) mucho sobre el personaje de Lois Lane al servicio de Amy Adams. Si es un pelmazo que tiene que estar en todos fregados (que aprenda de Karen Page en Daredevil), si es una inútil-roba-planos o, por el contrario, aquella única y capaz de «salvar» a la humanidad gracias a provocar que un alienígena capaz de exterminar el planeta se convierta en un cachorro en busca de «likes» y aceptación popular. Yo aquí hablo de datos y cifras. Amy Adams va a cumplir 42 y Henry Cavill 33. ¿Nueve años son suficientes para considerar el asalto a una cuna? ¿Qué piensa la redacción del Daily Planet de todo esto?
Retomando lo anterior, es curioso que Henry Cavill vaya a cumplir la edad de Cristo. Curioso, curioso…
Nadie en el mundo (ni ningún guionista o archivillano) puede consentir que Metropolis vuelva a pasar por otra destrucción masiva. Oh, wait… #PrayForMetropolis
(SPOILER?) Todo se resume en que Martha Kent y Martha Wayne se llaman igual y que madre sólo hay una. Si a eso se le une contar con los inapropiados «shurikens» de una periodista entrometida y omnipresente ya tenemos clímax… ¿O anticlímax? 
Parafraseando al mejor crítico de este país podemos vestirnos de hater y resumir la propia película en que «sale un personaje sin el menor interés al que interpreta horrorosamente un actor negro».

Reseña redux de la publicada en Cinema Ad Hoc.

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3 comentarios:

  1. Esta película ya estaba condenada por la crítica desde antes de su estreno, por ser lo que es: un blockbuster, venir luego del Batman de Nolan (sip no negamos sus méritos, pero tiene que seguir siendo la regla de medida?), por aquello de DC vs Marvel, por Snyder, por Affleck y mil razones más... Tiene fallos si, pero es que es un blockbuster.. No soy fan de DC pero me encantó, quizás porque entre a la sala con mente abierta y dispuesta a gozarmela.... Me ha encantado, la verdad y me lo volvería a ver... Saludos

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  2. Excelente la alusión al pedante y racista Boyero reseñando Star Wars! una consideración, la semana santa es un vicio hispano, en los estados unidos la mayoría ni sabe que existe, celebran la pascua, que es otra cosa, con huevos de chocolate y conejos, pro lo demás, interesante reseña con algunso apuntes muy lúcidos

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