“Zombies party”
(Una noche... de muerte)
Título original: “Shaun of the Dead”
Director: Edgar
Wright
Reino Unido
2004
Sinopsis (Oficial):
La vida de Shaun es
un callejón sin salida. Se pasa la vida en la taberna local con su amigo íntimo
Ed, discute con su madre y descuida a su novia, Liz. Cuando Liz le deja
plantado. Shaun decide, finalmente, poner su vida en orden. Tiene que
reconquistar el corazón de su novia, enmendar sus relaciones con su madre y
enfrentarse a las responsabilidades de un adulto. Incluye una postal de la
película.
Muchas
películas nos traen recuerdos personales sobre esa gestación que comprende desde
el antes hasta el propio visionado de la obra, pero simplemente algunas son más especiales que otras por el propio y buen destino o la buena compañía. “Zombies party” llegó a
mi vida (y a la de otros) gracias al medio viral (y universal) por aquel
entonces llamado correo electrónico, como un enlace a un trailer y un puñado de
expectativas para generar un apetito que, por regla general, el resultado no
llegaba a saciar ni en una cuarta parte. ¿Cuántas veces hemos visto avances que
se quedaban en simples y meras proposiciones sin contar con la moda del falso
trailer consumada con “Machete”?
Tantos ejemplos como decepciones en una inabarcable lista: “Ovejas asesinas”, “Abraham Lincoln: Cazador de vampiros”, “El Ataque del
Pene Mutante del Espacio” y un interminable
etcétera. Pero la película de Edgar
Wright generó la suficiente y voraz ansía para que un grupo de amigos pasáramos
de beber cerveza en nuestro Winchester particular y acabáramos en una sesión
golfa en los Kinépolis de Madrid, uno de
los pocos cines que se dignaron a proyectarla en su invisible estreno en salas
españolas allá por finales de octubre en 2004. Esta vez el trailer se consumó en una película de culto y primer lametón de la audiencia a ese ‘cornetto’
que abría una trilogía (para la gran pantalla) que no finalizaría hasta casi
una década después.
El sabor del
helado fue a sanguinolenta y refrescante fresca y sigue dejando un regusto a
cada nuevo visionado. Un nuevo clásico del cine zombie nació el mismo año que Milla Jovovich decepcionaba al mundo de las adaptaciones de videojuegos y lo hizo caricaturizando
el subgénero desde el elaborado homenaje y la amplificada referencia,
confirmando aquello que muchos ya habíamos divisado las geniales e inolvidables
“Braindead” de Peter Jackson o “Posesión infernal” Sam Raimi a principios
de los noventa: el gore puede ser la nueva carne del slapstick y el humor oscuro
más fornido y socarrón. No obstante, Edgar
Wright empapaba su obra del inmovilismo que recorría la espina dorsal de su
protagonista y su reactivación sobre mínimos comunes denominadores dramáticos
como la amistad o salvar a la chica para reactivar aquello que aparentemente
estaba muerto, bajo esa constante plasmada metafóricamente, en el ya legendario Winchester.
¿No se han sentido muchas veces como los protagonistas de “Zombies party”? ¿Atrapados cada semana en el mismo sitio
comportándose como autómatas y muertos vivientes? Y es que bajo la epidermis putrefacta
del filme habita un contexto neta y claramente romeriano ya revelado en “Dawn
of the Dead”: los zombies y, por extensión los seres humanos, somos animales
de costumbres y rutinas. En esta ocasión la constante y el eterno martirio se convierten
en la salvación bajo mandatos egoístas e incluso nihilistas en preguntas de
indudable valor friki: ¿A quién le importa que el mundo se vaya a la mierda si
no consigo recuperar a mi chica? ¿Acaso no son los descerebrados muertos
vivientes la mejor y más fiable mano de obra? ¡Lo ves, no hace falta tener
actividad cerebral ni riego sanguíneo para jugar a los videojuegos!
Desde la
comedia romántica hasta el camuflaje zombie, Shaun revelaba que el humor inglés
al servicio de una feroz y tambaleante comedia que pudiera, aparentemente,
perder enteros en su recta final para lanzarse violentamente a nuestro cuello y
volver a la vida. Como una horda de comedia siempre sorprendente, “Zombies party” nos habla de callejones
sin salida y el filme se contagia víricamente de una alegoría sobre el
inmovilismo suplantada en el desintegrado y pútrido cuerpo del cine de zombies,
nutrido de una hábil y anti-coagulada comedia muchas veces visual. No importa
el arma sino el objetivo y la parodia parece el fin que justifica sus
caricaturescos medios. Es momento de levantarse del sillón y comenzar a
avanzar, parecía gritar detrás de la pantalla Edgar Wright a millones de frikis que, como Tarantino, sacralizaron
la película. Y es que en resumidas cuentas, ¿qué se puede decir de una película
que gustó hasta el mismísimo George A.
Romero y provocó un zombieficado cameo de Pegg y Frost en “La tierra de los muertos vivientes”?
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