Páginas Bastardas

sábado, 16 de mayo de 2015

Mad Max. Furia en la carretera: Mad Max, Hype Road

“Mad Max: Furia en la carretera”
Título original: “Mad Max: Fury Road”
Director: George Miller
Australia / EEUU
2015

Sinopsis (Página Oficial):

Del director George Miller, creador del género apocalíptico y maestro de la legendaria franquicia “Mad Max”, llega “Mad Max: Furia en la carretera”, una vuelta al mundo del guerrero de la carretera, Max Rockatansky. Perseguido por su turbulento pasado, Mad Max cree que la mejor forma de sobrevivir es ir solo por el mundo. Sin embargo, se ve arrastrado a formar parte de un grupo que huye a través del desierto en un War Rig conducido por una Emperatriz de élite: Furiosa. Escapan de una Ciudadela tiranizada por Immortan Joe, a quien han arrebatado algo irreemplazable. Enfurecido, el Señor de la Guerra moviliza a todas sus bandas y persigue implacablemente a los rebeldes en la Guerra de la Carretera de altas revoluciones.

Crítica Bastarda:

Prólogo. Un héroe en el desierto con un gran, basto e interminable horizonte como frontera. Mucha voz en off, mucha chulería y un lagarto de dos cabezas que acaba siendo su desayuno. Bienvenidos de nuevo al feudo post-apocalíptico, a ese leitmotiv en el que todo ha quedado reducido a una presentación de pose, polvo y composición digna del mejor anuncio publicitario. Bienvenidos a esa sobredosis de arena y al mero instinto de supervivencia en un reino de locura en el que Max Rockatansky dejó ya de ser el rey. Algo falla con ese solitario héroe que vive con sus remordimientos y visiones de sus pecados, que es fácilmente secuestrado y dispuesto a ese nuevo mundo y lugar… Adiós ropa y pelo, adiós a esa imagen demacrada que remarca el paso del tiempo. Toca reinventarse. Al héroe no le quieren como guerrero ni interesa más allá del néctar que contiene. Le desean por su sangre y George Miller entabla en “Mad Max: Furia en la carretera” rápidamente un diálogo sobre esa gran industria que mancilla y absorbe la vida, cual vampiro, de cualquier superviviente en ese infinito,  yermo e infecundo universo mainstream. Todo ya es arena… Max no solamente es utilizado como un simple objeto, desprendido de cualquier rasgo humano y reconvertido en una bolsa de sangre. Acallado, encadenado, enmascarado… se convierte en el secundario de una historia en la que balbucea como un animal, en la que debe ejercer de guía para encontrar tanto su redención como la de otros, en la que ya no es el centro de esa huida del terror que gobierna ese nuevo orden. Es un accesorio, víctima de las actuales circunstancias, un simple prólogo de una historia de la que ha dejado de ser narrador y tener nombre.


Nudo. Si algo destaca del proyecto de Miller es su absoluta y radical simpleza, como si se tratara de una gran burla a la industria hollywoodiense, a ese reino de fondos verdes, de ‘inexistentes’ paraísos que el argumento se encarga de metaforizar como sueños etéreos del pasado que se desvanecieron en un terreno actualmente tóxico. La maquinaria de blockbusters se encuentra atrapada en chroma keys y millonarios efectos visuales, en un nudo del que no se puede desprender. A Miller le importa el material de la cuerda, su tensión, la sangre, el sudor, la arena palpable del desierto, el recuerdo de ese Tatooine que nos remitía al western y los violentos moradores de las arenas (y tribu autóctona que lo habitaba). Se trata de que la imagen se apodere de la pantalla de nuevo, que la gobierne y reduzca los diálogos huecos, las frases hechas condenadas a la disección de un trailer y consumo. “Mad Max: Furia en la carretera” es la simpleza de una persecución continuada, la evasión directa a esas consignas que han olvidado el funcionamiento y potencia de la imagen como retrato de una gran coreografía física, de ese tapiz realista en el que motores y llamas incluyan incluso una banda sonora diegética amparada en el propio delirio argumental. Habita una reiterada mueca al propio pasado de todos los involucrados a nivel artístico, como si Miller deseara gritar y escupir sangre después dirigir las dos partes de “Happy Feet” y “Babe, el cerdito en la ciudad”, como si John Seale quisiera prostituir su propia estatuilla a la mejor fotografía de “El paciente inglés” consumando una loca vuelta de tuerca a ese mismo desierto divisado como gran páramo apocalíptico. No estamos, por el contrario, ante un alejamiento radical de Hollywood sino en un aprovechamiento de sus recursos para conseguir las más frenéticas y excelentes imágenes que se integren una historia prácticamente visual. Dentro de esa donación habita el flujo sanguíneo de la hazaña, de ese relato de ángeles exterminadores y héroes inmortales condenados a vagar imperecederamente. Todo aquel que ‘beba’ de su sangre está condenado a la gloria, a la vida eterna. El líquido que corre por las venas de ese ‘mad’ Max remarca el renacimiento de Imperator Furiosa (Charlize Theron) o el sacrificio terminal de Nux por un bien mayor y futuro esperanzador. Se trata de no asesinar al mainstream sino drenarlo para generar nueva vida. El nudo debe ser desenmarañado con el propio nudo antes de hacerse invisible. 


Desenlace. En “Mad Max: Furia en la carretera” habita una lectura política sobre los dictadores (y Señores de la Guerra), sobre la perpetuación del poder durante la eternidad. Ese cuasi-putrefacto cuerpo de Immortan Joe, plagado de detalles físicos nauseabundos, personifica esa corrupción completa y ligadura al control de la sociedad a cualquier precio. Todos sus hijos, como su legado, están enlazados a la deformidad. El pueblo es mantenido gracias a su imagen icónica desde las alturas y al poder del ‘agua-cola’, como si fuera la única ‘droga’ y soma del futuro de la humanidad. ¿Putos yonkis del agua? Todo caudillo debe tener un ejército e Immortan Joe dispone de una completa guardia de jóvenes y locos fanáticos kamikazes, alentados con un paraíso al que accederán con un ritual dentro esos elementos que combinan tanto a los integristas islámicos como una religión amparada en referencias nórdicas y la mecánica bélica por bandera. Immortan Joe vive, muere y vive de nuevo en esa Ciudadela gracias a su familia de mutantes y restrictivas necesidades básicas de su pueblo, comerciando incluso con leche materna que obtiene de sus esclavas. Solamente una revolución puede acabar con él y ésta llega por parte de su mano derecha y también icono para población. Su legado queda puesto a prueba y el destino de Nux (y esa bolsa de sangre con bozal y supuesto héroe, Max) se van a cruzar en su camino. Y hay poca más historia salvo un largo desenlace articulado por clímax e imágenes insanas. “Mad Max: Furia en la carretera” es una gran tormenta de arena, adrenalina, locura, violencia y acción y uno de los films que dignifican el mainstream y glorifican el 3D con una simple guitarra, pero miedo me da el hype que está causando. ¿El mundo se ha vuelto loco siguiendo el eslogan del póster? Con unas críticas en EEUU que ya quisieran muchas de las ganadoras del Oscar a Mejor Película en los últimos 25 años, considero que nos estamos pasando con el hype… aunque la cinta de George Miller sea una gozada y esté, hablando claro y con esa plata labial, de puta madre. No obstante, un blockbuster por icónico que resulte —y permita líneas gratificantes de lectura en las que me niego a indicar la palabra «feminismo»— no deja de ser un blockbuster. No empecemos a chuparnos las pollas todavía. O, a partir de ahora, las vaginas. “Mad Max: Furia en la carretera” no se aparta en absoluto de un film exploitation confeccionado con 150 millones de dólares y toda la sabiduría de un cineasta que ha decidido confiar en la más visceral imagen por encima de modas y estatutos impuesto dentro una mecanizada industria. Miller no deja de construir algo automático e industrial en el fondo. Todos lo sabemos.  Nos encontramos ante esa película digna de sesión golfa y culto para ver con colegas y buena compañía —y algo de alcohol—, para gritar y aplaudir cada cinco minutos y, por supuesto, lanzarse a la pantalla a coger la puta guitarra en ese momento que ha marcado desde ya el 2015. ¡Todos amamos a ese puto guitarrista mutante! ¡TODOS! Otra cuestión es que lo anterior también lo tengamos con las dos primeras partes deSharknadoy Anthony C. Ferrante no necesitó ni un 0,000001% del presupuesto del film de Miller (y días de rodaje) para confeccionar un guilty-pleasure con una premisa que era la propia historia y una monumental oda al cine cutre por excremencia. Vayamos al desenlace y renombremos el asunto como ‘Mad Max: Hype Road’ y dejémonos de tonterías o, mejor dicho, disfrutemos con esta perturbada tontería condenada a la… ¿eternidad de ese infinito desierto que conforma el cine comercial actual? 

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2 comentarios:

  1. Seee, no vaya a ser que la esperanza de igualitarismo se nos contagie ¬¬

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  2. No solo MIller no es conformista, sino que empuja un poco mas alla los limites del 3d, de la accion, de la edicion y de los conceptos establecidos en las anteriores peliculas, obliga a construir en vez de extinguir, a unir en vez de segmentar y a que estes 2 horas apretado a la butaca sin poder respirar de la tension.
    MAGNIFICO.
    El mejor blockbuster en años, porque no le pido mas que me entretenga y vaya si lo hizo.

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