Con la emisión de los últimos capítulos de “Mad Men” sentimos que es el final de una época en la que no avistamos una inmediata réplica. Algunos shows han tratado de igualar o tomar prestados de la creación de Matthew Weiner pero su protagonismo seguirá vigente, tanto dentro como fuera de la pantalla de televisión, una vez se complete su ciclo. La despedida de los años 60 confirma ese definitivo nuevo paso en el drama de AMC por dar sentido a ese postre de un gran manjar que llevamos disfrutando desde 2007. Precisamente de sentido trata “New Business”, noveno episodio de la séptima y última temporada de “Mad Men”. Todo ese razonamiento final por parte de Weiner quiere ser tan sólido como el peinado de su protagonista. Tras “Severance” (7x08) se confirma la tendencia del show por revelarnos ese gran carrusel de mujeres alrededor de la (doble) vida (y milagros) de Don Draper… No hay vuelta atrás y todo se ha ido… De este modo, nos sentimos como el personaje principal de la serie de AMC: completamente desorientado ante el vacío que tenemos delante y nos rodea. Nos queda volver al pasado, pensar en esa familia que dejamos atrás y ver a Don en la cocina de casa de Betty, preparando unos batidos para sus hijos, marcando esa nostalgia y desconcierto en la audiencia. Sabemos que no es un flashback al ver a Bobby y Robert pero sentimos que la entrada de Betty supone esa metáfora visual que tanto satisface a Matthew Weiner, como esa marca de vino que todavía permanece en la alfombra del apartamento de Draper a modo de alegoría. Henry Francis se hará con el control de la batidora y remarca la sustitución de la que es partícipe ya en la distancia Don, divisando ese reflejo de una vida que él mismo destruyó…
Con el segundo divorcio de Don vamos a recuperar a una Megan con problemas financieros y con una carrera que no la ha llevado a ninguna parte. Aquí existe alguna burla de Roger respecto a la ex de Don por tomar decisiones y alejarse de ese rol de obediencia y actitud de florero de toda esposa… según ese matiz conservador que encarnaba incluso Jane. Pudiéramos imaginarnos a Don eligiendo ir a Hollywood sin arruinar todo “In Care Of” (6x13), con su mujer triunfando como actriz, reviviendo algunas de esas postales que visualizamos al comienzo de la séptima temporada… Al fin y al cabo, la vida de Don siempre fue una mentira que él mismo decidió creerse a convicción, pudiendo reinventarla hasta que ya no quedó nada. Imaginarse un regreso de Don con Betty y esos sueños de hacerse psicóloga —y dar sentido a sus aspiraciones— son prácticamente inviables. “Mad Men”, pese a ser un melodrama estilizado, nunca se ha caracterizado por el efectismo aunque en “New Business” tenemos una referencia a Charles Manson que pudiéramos acoplar con esa loca teoría sobre la sexta temporada y la camiseta de Megan que conectaba con Sharon Tate. ¡Incluso algunos llegaron a decir que era ‘spoiler’ cuando los guionistas de “Mad Men” nos estaban trolleando! A Matthew Weiner le gustan los guiños culturales y cinéfilos pero nunca suele ir más lejos de la propia referencia amparada en la metáfora emocional de sus propios personajes. No nos imaginamos a una secta satánica asaltando el hogar de los Francis y asesinando a su patriarca para que Don pueda ocupar ese lugar que él mismo decido abandonar. Las cosas nunca fueron así y dudamos que se ceda ante un giro y golpe de efecto. En cierto modo, la inclusión de Charles Manson es premeditada y un tanto irónica, como si Weiner nos quisiera recalcar la ‘muerte’ de Megan dentro del show. A su modo, claro.
El capítulo va a centrarse en la propia situación de Don y esas mujeres que han pasado por su vida. En “Severance” (7x08) vimos el destino fatal de Rachel Katz pero también el concepto de la vida no vivida por los protagonistas. En “New Business” nos centramos en Don y su divorcio con Megan que llega desde California para trasladar sus pertenencias del apartamento y firmar los papeles. Ha dado por imposible conseguir una indemnización aunque Harry también revela a Don que su ex mujer la llamó para encontrar un nuevo agente y éste está preocupado por lo que pueda pensar su compañero de trabajo. “Mad Men” siempre se ha movido por líneas cómicas en ese drama de oficina y en el capítulo las aportaciones vienen por parte de las dos secretarias de Roger o esa reconocida artista de la fotografía. Samantha ‘Pima’ Ryan que va a encandilar tanto a Stan como a Peggy en un doble juego sexual. Bienvenidos a la bisexualidad del show de AMC aunque esa carcasa esconda un dulce envenenado en las aspiraciones artísticas de Stan como esa referencia a su actual pareja, Elaine: no es digna de él… aunque estamos acostumbrados a que los personajes escojan siempre el lado equivocado de la vida. Peggy también aprende algo nuevo: una persona que se odia a sí misma puede tener un enorme ego.
Don quiere reinventarse ante esa nueva crisis y sabíamos que esa camarera llamada Diana era el perfecto objetivo a tal fin. Don localiza a esa mujer por la que se siente atraído (y está obsesionado) en su nuevo lugar de trabajo y le da su número. Diana le llama en mitad de la noche y es el principio de algo: ambos están divorciados y son lobos solitarios en una gran ciudad. Hay romance, pasado, drama… pero también una tragedia soterrada que va aflorando. En cierto modo, la soledad es una manera de escapar del pasado y descubriremos que Diana perdió a su hija por una gripe. Don también se enfrenta a viejos romances como su encuentro en el ascensor con Arnold y Sylvia Rosen, como su choque con Megan… La llegada de la segunda esposa de Don a Nueva York es el material principal del capítulo junto a las conversaciones de Mister Draper con ese Club de los Divorciados de S&P. En cierto modo, nos sentimos identificados con la madre de Megan, que acompaña a su hija, al preguntar por los motivos de dejar a un hombre como Don. ¿Llegaron a aclararlo en la serie del todo dentro de ese contexto que el espectador y su inteligencia deben rellenar? Para la hermana de Megan esa separación supone un fracaso y esas tiranteces en sus visiones sobre el matrimonio y el divorcio llevarán a una discusión para que Marie Calvet (Julia Ormond) se quede sola en el apartamento. Sí, comienza la tragedia… y un traslado de muebles en la que Roger será invocando para pagar a la empresa de mudanzas y hacerse con todas (sí, todas) las posesiones del lugar. Sabemos que la historia de Roger y Marie está condenada a la atracción irrefrenable y su beso apasionado marca el clímax. El almuerzo de Harry y Megan, por el contrario, no acaba cómo quisiera ese personaje que considera a su antigua compañera de trabajo como ‘la fantasía todo hombre’. Puede que ahora entendamos por qué Megan no conseguía papeles en Hollywood o porqué Harry sigue solo y es tan miserable… La cuestión es que los guionistas han buscado la excusa perfecta para que Megan regrese a aquel que fue su hogar y se encuentre con la infidelidad de su madre. Todo ese cóctel explota en la oficina del fiscal con Don y Megan solos en un despacho. De nuevo, el componente y diálogo es teatral, como si no pudiéramos diferenciar entre el culebrón que protagonizaba Megan y esa otra historia que se proyecta ante nuestros ojos. Las verdades afloran y Don decide darle esa vida que se merece y que fue incapaz de proporcionar a su esposa. El cheque lleva una cantidad de un millón de dólares y Megan devuelve su anillo de boda… Al menos y parafraseando a la familia Calvet, es un milagro que Don Draper no tenga sífilis… con tanta infidelidad y Megan puede sentirse aliviada. La puesta en escena es pretendidamente de una telenovela que contrasta con ese otra obra teatral que encarna con Diana. No obstante, la intención de “Mad Men” es de apuntalar que el matrimonio de Don con Megan era un negocio y escaparate. Precisamente echamos en falta a la gran olvidaba y damnificada con la decisión de Mister Draper en el pasado y quedarse con su secretaria y niñera: Faye Miller. ¿Otra vida no vivida o la repetición de los mismos errores por parte de Don al tratar de hallar una nueva Betty que salió rebelde e independiente?
Después de infidelidades, bisexualidad y un Harry repugnante, llega la cadena de sucesos. En el hotel, Megan es informada por su hermana que su madre deja a su padre. Por parte de esa otra historia de amor entre Don y Diana llega la verdad como purga. Entre lágrimas, Diana confiesa a Don que tenía dos hijas y que una murió y otra fue abandonada, quedándose con su padre en Racine (Wisconsin). Da la impresión de que Diana considera esa vida como penitencia, ese pequeño cuarto como condena de sus pecados y su soledad como el único futuro que le queda por vivir. El dolor es la respuesta y Diana no quiere olvidarlo por nada ni nadie. Don se topará también con ese destino al comprobar que la mudanza de Megan dejó tan vacío su interior como ese apartamento en el que únicamente se encuentra él y su propio desconcierto. Todo ya es estéril… Todo se ha ido…
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