Páginas Bastardas

jueves, 23 de agosto de 2018

Oslo, 31 de agosto: Endless summer

“Oslo, 31 de agosto”
Título original: “Oslo, 31. August”
Director: Joachim Trier
Noruega
2011

Sinopsis (Página Oficial):

Anders pronto finalizará un tratamiento en un centro de desintoxicación. Como parte de su terapia para dejar las drogas y recuperar su vida, le autorizan a ir a la ciudad para asistir a una entrevista de trabajo. Aprovechando este permiso, se queda en la ciudad y se reúne con viejos amigos a los que hacía mucho tiempo que no veía. A sus 34 años, Anders es inteligente, guapo y de buena familia pero está profundamente traumatizado por las oportunidades que ha desaprovechado y por las personas a las que ha decepcionado. Todavía es joven, pero siente que su vida ya ha terminado. El día se termina y se presenta una larga noche en la que los errores del pasado suscitarán la posibilidad del amor y la esperanza de imaginar una nueva vida por la cual luchar. “Oslo, 31 de Agosto” es la segunda película del director noruego Joachim Trier. Hizo su debut con el film “Reprise”, que recibió numerosos premios internacionales incluyendo el Discovery Award en el Festival de Toronto. También fue nombrado por Variety como unos de los directores a seguir en el Festival de Sundance.

Crítica Bastarda:
Recuerdo tomar el primer chapuzón en el fiordo de Oslo el primero de mayo. Recuerdo conducir hacia Oslo los domingos al atardecer. La ciudad estaba completamente vacía. Recuerdo cuán altos parecían los árboles comparados con los del norte de Noruega. Recuerdo haber pensado: «Recordaré esto». Recuerdo a papá sentado en la cocina, fumando. Bebiendo café, escuchando la radio. No recuerdo Oslo como tal, es la gente lo que recuerdo. Nos mudamos a la ciudad. Nos sentimos extremadamente maduros. Recuerdo haber pasado horas en tranvías, autobuses, el subterráneo. Recorriendo caminos sin fin hasta alguna mítica fiesta… donde nunca sabías si estabas invitado o no. Recuerdo cuán libre me sentí la primera vez que vine a Oslo. Luego me di cuenta de lo diminuta que es Oslo. Recuerdo a mamá mostrándome donde ella alguna vez había alquilado una habitación. Ahora sólo hay oficinas ahí. Cada partido de fútbol que jugué fue con amigos que aún conservo. Y eso es porque soy de Oslo. Recuerdo su risa. El aroma de la sal sobre su piel. Todos estaban seguros de que ganaríamos. Recuerdo la decepción. Recuerdo la primera nevada. En aquel entonces todos fumaban. Cómo ellos insistían con que la ‘melancolía’ era mejor que la ‘nostalgia’. Teníamos mucho tiempo por delante…
“Oslo, 31 de agosto” comprime en un día el sentimiento de melancolía de su protagonista, de regresar a esos espacios que han seguido en pie sin él, en funcionamiento o simplemente vacíos. Sus excesos y adicción provocaron problemas financieros a su familia, un niño mimado que me metió la pata y ahora se enfrenta directamente a las consecuencias. Sobrio, acercándose al dolor de la más áspera realidad.  


Anders desea apartarse de ese pensamiento del pasado, donde instintivamente la heroína lo era todo. «Volver allí no es una opción», nos indica el protagonista que desea reinventarse aunque sabe que ha perdido el tren… Es un perdedor y trata de aferrarse a las paredes del pozo que traza de escapar aunque, a cada intento de subido, mira el vacío que dejó atrás. Su currículum vítae se tuerce en el silencio. Dejó de ser alguien tiempo atrás, dejó de ser algo… ya no es nada desde 2005, sino un cúmulo de talento y posibilidades que se perdieron y que han quedado condicionadas a esa vida sin él que le rodea, un mundo extraño y completamente distinto.


Joachim Trier se recrea en ese pensamiento y nostalgia, en ver a su antihéroe haciéndose invisible en ese mundo y vida que dejó atrás, en ese sentimiento de hallar la esperanza. Todo va mejorar, todo va a salir bien… Esos destellos se fusionan con la melancolía, con esos paisajes metropolitanos, como si “Oslo, 31 de agosto” entablara un diálogo con la audiencia como alegoría de la sociedad y sus tentaciones, de sus pecados y miserias, de esa huída hacia una espiral de perdición e intentos de agarrarse a un pasado que ya no está allí. Ese desencanto y choque con la sociedad contemporánea pudiera haber sido mejor plasmado en Martha Marcy May Marlene, esa evasión y desesperación por cambiar, es débil voluntad para someterse al hedonismo que a la redención. Esa evocación conmovedora acaba en un punto sin retorno para el protagonista pero con nosotros siendo cómplices de esas imágenes y recuerdos del mismo, de ese mundo que ha decidido rechazar y que posiblemente nunca vuelva a vivir, de ese verano que nunca acabará. 

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