Director: Lisandro Alonso
Argentina
2014
Sinopsis (Página Oficial):
Los Antiguos decían que Jauja era una tierra mitológica llena de abundancia y felicidad. Muchas expediciones buscaron el lugar para corroborarlo. Con el tiempo, la leyenda creció de manera desproporcionada. Sin duda la gente exageraba, como siempre. Lo único que se sabe con certeza es que todos los que intentaron encontrar ese paraíso terrenal se perdieron en el camino.
El cine de Lisandro Alonso nunca ha admitido que germine una pasión completa y unánime. Odio, sopor u ovación, sin vacilaciones y con mucho entusiasmo. El director de “Los muertos” es normal que provoque emociones encontradas, que sea calificado como pretencioso, inentendible o simplemente mortal para muchos sufridos espectadores. Pero una gran parte de esos haters del cineasta argentino lo que realmente odian más que la cada una de sus películas son las críticas de los medios especializados, en las que se confunde el ombligo del autor de la obra con el del texto, en el que el halago acaba siendo una estructura armada de elocuencia y verbosidad pretenciosa, donde la parábola semántica provoca una explosión ocular en esos sufridos detractores de Lisandro Alonso.
“Jauja” es un film más ecléctico y que puede ser libremente interpretado por el espectador, donde la ambigüedad se conjuga con la mitología. Viggo Mortensen está en medio de esa tierra de abundancia y felicidad que en el film resulta un foco de naturaleza primitiva, como si quisieran remitirnos a los orígenes de todos los tiempos y también del propio cine. Ciertamente hay que disfrutar de “Jauja” como la historia de un hombre que pierde a su hija y tiene que enfrentarse al temor de la ausencia. No hay demasiada más historia. Lisandro Alonso es un director contemporáneo al que le vale una simple premisa —la búsqueda de un hombre de su hija perdida— para tratar los espectros de la separación y retomar sus anteriores discursos sobre sus solitarios protagonistas perdidos en territorios naturales. “Jauja” nos quiere devolver al espectador el papel de narrador ante las personas que se pierden en la inmensidad del horizonte para no volver jamás y, aquí, aparece el misticismo de ese lugar que sintetiza la locura del ser humano pero también el sueño de la abundancia y la felicidad.
El recorrido de Lisandro Alonso es obvio y cristalino, sirviéndose del material onírico y fílmico como único modo de retratar ese espejismo del ser humano. Poco le importa al cineasta la historia sino la mitología, el arte de las imágenes y los personajes que quedan encuadrados en su interior. Al director de “Liverpool” le interesa esa representación del cine más primitivo, capaz de producir en sus imágenes todo el concepto que representa, ese territorio no explorado y misterioso para la audiencia, esa controversia en su significado y también todo su propio sentido alegórico de abundancia y felicidad que es un simple espejismo y mentira. Nos arrastran a territorios prehistóricos, a caricaturas en ese se viaje existencial que no lleva a ninguna parte. He ahí el truco. Realmente ese juego de lecturas y posibilidades nos remiten a una misma, la más simple y calculada: es cine en su concepto controvertido, cuestionable y también hipnótico.
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