Páginas Bastardas

domingo, 22 de enero de 2017

La ciudad de las estrellas (La La Land): Canto a la fama, la vacuidad y la intrascendencia

“La ciudad de las estrellas (La La Land)”
Título original: “La La Land”
Director: Damien Chazelle
EEUU
2016

Sinopsis (Página Oficial):

Mia (Emma Stone), una solitaria aspirante a actriz y Sebastian (Ryan Gosling), un carismático aspirante a pianista de jazz, se enamoran en la ciudad de Los Ángeles, una ciudad que les ha dado el amor, pero que también puede arrebatárselo. En una competición constante por buscar un hueco en el mundo del espectáculo, Mia y Sebastian descubren que el equilibrio entre el amor y el arte puede ser el mayor obstáculo de todos. Damien Chazelle (Whiplash, “Grand Piano”) ha escrito y dirigido la película, contando con J.K. Simmons, Jessica Rothe y Sonoya Mizuno para completar el reparto principal.

Crítica Bastarda:

En tiempos en los que se venera la vacuidad y la intrascendencia es complemente coherente que “La ciudad de las estrellas (La La Land)” se vaya a coronar como la gran pieza que defina el año cinematográfico estadounidense por encima de “Moonlight” de Barry Jenkins, “Manchester frente al mar” de Kenneth Lonergan e incluso deLa llegada de Denis Villeneuve. Vendiendo artificioso ritmo junto a falsas e impostadas postales de musicalidad y belleza cuestionables, el filme de Damien Chazelle bebe evidentemente de la evocación de “Los paraguas de Cherburgo” y “Las señoritas de Rochefort” de Jacques Demy junto al musical norteamericano para desarrollar, en paralelo, una agridulce historia de amor con un discurso sobre el influjo de los sueños y la nostalgia. El director de Whiplash únicamente parece tomar el timón del cuento que quiere contar a través de planos secuencias y travellings, tratando de entablar un diálogo entre las réplicas que él mismo produce de otros filmes clásicos de Hollywood. Ese sentido y sentimiento a azaroso collage se rinde a la influencia de sus dos estrellas, siendo Emma Stone y Ryan Gosling las dos constelaciones sobre las que todo gira y acaban por ensombrecer cualquier otro satélite alrededor de los mismos. Chazelle es conocedor de que está enfrentando el pasado al futuro y desea ‘estirar’ todo lo posible los efectos del color y el CinemaScope cayendo generalmente en una sensación de producto prefabricado sin ninguna clase de talento y originalidad, en la que una mera etiqueta sirva de título y definición de la obra. Sometido a la tristeza y melancolía, tanto de relato como del letimotiv, la historia de amor trata de sumarse a esos conceptos para constatar su exuberancia y ambición, pero olvida en el camino el concepto de eventualidad implícito para recrearse en el enfrentamiento pragmático de los sueños. Todo, incluido el propio cine, es una mera excusa para recrear ilusiones y fantasías, al fin y al cabo. Lo que se cuestiona aquí es si la forma es una hábil artimaña para camuflar una clara ausencia de fondo en estos días en los que una imagen de Instagram vale más que mil tuits.


El conflicto de la película lo establece ese sentimiento que habita en la nostalgia del arte y su incapacidad de encajar en los actuales cánones de la industria. Da lo mismo que hablemos de música o de cine. Y aquí, evidentemente, el musical encaja como hábil maniobra de hallar la comunión deseada por Chazelle mientras se ciñe a multitud de referencias en ese Hollywood de cartón cuché que solamente tiene sentido para iluminar a sus estrellas o que éstas logren desprenderse del poder gravitatorio para volar y bailar (literalmente) en el firmamento. La postura discursiva pudiera ser consecuente si existiera algún tipo de personalidad en la historia y relato pero, no obstante, “La ciudad de las estrellas (La La Land)” se ciñe a su ejercicio de mimetismo, como si Ryan Gosling y Emma Stone fueran réplicas posmodernas de Fred Astaire y Ginger Rogers y vivieran felices de tal dependencia. La realidad es muy desalentadora para el director de Whiplash al caer en un recital de hipocresía magnánima y egocéntrica comprometiendo su propio arte a ese pasado que ya ni es moda ni tiene sentido en los mecanismos modernos de la industria. Chazelle no hace más que sobrevivir adaptándose al guante y reciclando todo tipo de clichés vendiendo un ensueño y magia enlatada plagada de efectismos y conexiones con un público familiarizado con el hipnotismo que representan conceptos visuales como el ‘Mannequin Challenge’ o los vídeos/fotos en 360 grados. La sensación es que esos personajes simplemente están preparándose para el selfie de rigor y rellenar sus necesidades emocionales en las redes sociales. No hay más. Seamos claros y directos: se escribirán infinidad de tuits de esta película pero pocos libros. Ni siquiera un ejercicio de crítica cinematográfica sobrevivirá al reincidir en sus referencias y lugares comunes, hilvanando estrofas y chascarrillos de 140 caracteres que olerán a simple déjà vu. Y es que el historia de Mia y Sebastian no va más lejos de unas escuetas líneas, ya que el respaldo del uno en el otro es fundamental para completar sus sueños y aspiraciones, dándose cuenta ambos en el proceso que el camino de perseguir los mismos está plagado de contradicciones. Y el grave problema de “La ciudad de las estrellas (La La Land)” es que la propia película no deja de ser a tal fin contradictoria.


En realidad, “La ciudad de las estrellas (La La Land)” habla sin tapujos, ya sea desde su inconsciencia o conocimiento, de la prostitución audiovisual reinante en el mundo contemporáneo. Al igual que Keith (John Legend) actúa como un proxeneta musical indicando a su populosa clientela qué debe ser entendido (y comprado) como jazz en nuestros días, Chazelle nos hace sentirnos como el personaje de Emma Stone en ese concierto repleto de falsedad e impostura. ¿Nos hallamos rodeados de domesticados rebaños y ‘fanboys’ que veneran cualquier ‘objeto estético’ como el mayor y más excitante acto de fe en el arte? Si bien The Messengers revela aquello que representa la eléctrica creación cinematográfica de Chazelle el discurso no deja de remachar una competición de ver quién se prostituye más a nivel artístico. El personaje interpretado por Ryan Gosling decide pervertirse en diferentes variaciones, alcanzado su cenit cuando comprende la esencia intrínseca de morderse el labio a golpe de flash y portada de revista de moda. Aquel que propicia Emma Stone hace lo propio como marca la tradición de toda actriz que ha de convertirse en una estrella del mainstream conociendo qué lastres ha de soltar para seguir ascendiendo. Nada nuevo bajo la coreografía de pedir un café y de danzar al son de unos tacones de diseño. Pero, a pesar de todo, es Chazelle aquel que gana la batalla y contienda al envilecerse y degradarse a niveles de la morigeración impuesta por los moldes en los que trata de adaptarse. Su concepción artística de la fama son un puñado de Oscars… No pide más y es conocedor a través de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)de Alejandro González Iñárritu de las pelusillas del ombligo de Hollywood que ha de tocar para conseguir tal agradecido y dorado botín. Resultado incluso más doloroso contemplar que a nivel artístico hay todavía menos que rascar aquí. Con un montaje tan pobre como la estética de la película o sus recursos de guion, el filme si es o consigue ‘algo’ es gracias a sus referencias y conexiones; hábiles mecanismos para rentabilizar el adorno de la vacuidad por encima del contexto edulcorado sobre el que se deleita. Cualquier plano de Michel Hazanavicius en The Artist, por ejemplo, tiene más capacidad fílmica y magnetismo que “La La Land” entera. Aquello que puede resultar preocupante de cara al espectador y al análisis es lo poco con lo que se conforma Hollywood en la actualidad. Incluso “Chicago” de Rob Marshall contenía una notable sátira afilada y ácida respecto al mundo de la fama heredada del musical de Bob Fosse y Fred Ebb. El filme de Chazelle, por el contrario, creo que queda definido por tres apuntes: 

1.- La historia se resume en una aspirante a actriz un tanto bipolar sin teléfono con una autoestima por los suelos que alquila el teatro peor insonorizado de la historia de todos los tiempos. El otro lado de la historia lo aporta ese señor afroamericano del puerto que ve cómo Ryan Gosling le levanta a su señora con la excusa de echarse un baile bajo una apropiación gratuita por necesidades de la melodía y su coreografía.

2.- La mejor canción de la película es ‘Tainted Love’ de Soft Cell. 

3.- La única musicalidad manifiesta y auténtica que refleja la cinta es la bocina del coche de Sebastian. Creo que Damien Chazelle la incluyó de manera reiterativa para levantar al público de su letargo… o animarlo a saltar encima de sus coches para quebrar a las aseguradoras del mundo entero a golpe de revolución. Esta película tiene que tener algo más… Me niego a creer que algo tan bobalicón, vacuo e intrascendente vaya a ganar los Oscars este año. Puede que tal vez el filme consista en eso y sea realmente la precuela de Mad Max: Furia en la carretera”. Cualquier opción es mejor que pensar en ese sueño que va camino de hacerse cruenta realilalaland.

Licencia de Creative Commons
Historias Bastardas Extraordinarias by Maldito Bastardo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.

2 comentarios:

  1. En resumen:
    Es como ver "Wimbledon" (Kirten Dunst y Paul Bettany) pero en versión baile y canto.

    ResponderEliminar

Lea antes los Mandamientos de este blog.