Todavía sigo sin entender nada… todavía. Después de la conclusión del 30º cumpleaños de los Premios Goya sigo sin comprender absolutamente nada. Entiendo que David Lynch tomó notas durante toda la gala para completar sus guiones del regreso de “Twin Peaks”, pero el resto de mortales no entendimos nada. Nada. Cuando Dani Rovira se despidió, junto a los miembros del equipo que hicieron posible la presente edición de los Premios Anuales de la Academia, yo también tuve que arrojarme a una habitación a oscuras para poder gritar, llorar y golpearme contra las paredes. Me sentí como Susanne Lothar cuando preparaba su papel para “Funny Games (Juegos divertidos)” de Michael Haneke: completamente devastada y con la cara en un estado similar tras haber recibido una patada voladora de Chuck Norris directa a la sien. No pude acercarme ni siquiera a un teclado me sentí impotente, despojado de toda mi alma y ser, catatónico e inmóvil. Tras unas horas, y tratamiento psiquiátrico, puedo relatar los hechos que ocurrieron en la gala de los Premios Goya 2016. Algunos los consideraran paranormales, otros parte de lo que podría resumirse como “Inland Empire 2”… Aquello que sí se puede concretar y definir como constante es que nadie entendió absolutamente nada y aquellos que afirmen lo contrario han decidido vivir en la inopia o han sido víctimas de las bases neurobiológicas de la memoria para evitar una muerte cerebral espontánea. Debo confesar que me perdí el principio de la gala aunque me tuvieron informando en todo lo momento de los primeros indicios de extraños avistamientos de comunistas vestidos de impecable etiqueta, con pajaritas discordantes y brillantes perlas como capitalista complemento. Es política y la política es propaganda, y los Goyas siempre han tenido un matiz político venido de gente (por no decir parásitos) que viven a su vez de la política y las subvenciones de esos políticos a los que acusan de cerrar el grifo y que a su vez se subvencionan a ellos mismos. Con el grifo siempre bien abierto, claro. Aunque tampoco es pecado en un país en el que todo está subvencionado. Lo que no se puede entender es que el actual presidente de la Academia, Antonio Resines, lance proclamas en contra de la piratería y datos que revelan su falta de juicio y criterio. «En 2015 se han descargado 1900 películas, cada minuto, en España». ¿Y cuántas de esas películas eran españolas? ¿Cuántas de esas películas de nacionalidad patria se podían descargar simultáneamente a su estreno en salas comerciales? ¿¡Cuántas!? El problema no es la piratería sino la falta de interés del público por ver cine español. Camuflar esa deficiencia en manipular o sesgar datos revela un insulto a la inteligencia de cualquier persona para justificar un continuado fracaso a la hora de conectar con la audiencia. Pocas personas tienen tan poco y mal gusto de «descargar» cine español y si se les prohibiera tal opción, dudo que fueran al cine salvo si se lo dice la caja tonta porque, seamos sinceros, Atresmedia y Mediaset son los responsables directos de que sus productos cinematográficos sí hagan buenos datos en lo que taquilla se refiere. Lo del IVA cultural es otra historia… No obstante, todo lo anterior fue la parte ‘entendible’ y previsible de la noche. Del resto no entendí absolutamente nada.
Los Goya nunca se han caracterizado por ser ejercicios de concisión y orquestación milimétrica. Toda la ceremonia fue alocada, con ritmos enfrentados, precipitando sus nimios detalles y dando constante vergüenza ajena. Cuentan que los guionistas tuvieron que pasar por la puerta de atrás porque no eran conocidos de cara al photocall de rigor, por ejemplo. ¿Y por qué si se celebrara un cumpleaños no se le dedicó el detalle y presente a aquellos que protagonizaron la primera gala en 1986? La escasa memoria histórica revelaba ese toque histriónico, rancio, cutre y casposo de vanagloriar en el mismo escenario a Mariano Ozores, Luis Buñuel y Lina Morgan. El vestuario de Óscar Jaenada, birlado presumiblemente de su participación en “Piratas” de Telecinco, fue lo único coherente ante los poemas que reflejaban los rostros de Juliette Binoche y Tim Robbins. La primera parecía haber sido secuestrada unos piratas somalíes para ser la estrella de su gala de cine africano mientras el segundo pasó por un camello que le ‘recetó’ una correcta dosis y mezcla de esencias para soportar, cual caballero, una de las mayores pruebas a las que se ha enfrentado en su vida: sobrevivir a los Goya. Con alargados momentos musicales que no venían a cuento, con un orden de premios (e invitados que entregaban los mismos) que solamente podrían haber salido de una pesadilla de Freddy Krueger, con un completo catálogo de chistes sin gracia y con un recital ‘mágico’ que nadie comprendió salvo que uno fuera anarquista titiritero… Por allí dicen que apareció Joan Manuel Serrat aunque hay personas que consideran que todo fue un efecto secundario de la psicotrópica indigesta de la gala. En fin, que todo se podría resumir en que tenían a Pajares y Esteso y les dejaron en el banquillo para dar el Goya de Honor a Ozores… En 2017 se lo darán a Chiquito de la Calzada para mantener la coherencia.
¡SOCORRO! |
Es coherente que en ese sinsentido ganara “Truman” y ni siquiera he visto el resto de nominadas. Un film sin originalidad y talento salvo que el aporta el también premiado Ricardo Darín y en algunas dosis Javier Cámara. En el film de Cesc Gay se nota desidia, ese sentimiento rancio de recrearse en lo inexpresivo y la simpleza, sin capacidad de hacer brillar un argumento caduco que no aporta absolutamente nada. La película materializó 5 de sus 6 nominaciones, mientras que “La novia” fue la gran perdedora de una noche que decidió repartir sus premios para que solamente “Mi gran noche” de Álex de la Iglesia se fuera de vacío. “B” de David Ilundain, “El Rey de La Habana” de Agustí Villaronga y “Requisitos para ser una persona normal” de Leticia Dolera no partían como favoritas en las tres categorías en las que fueron nominadas.
Respecto a la forma se puede entender que la Academia:
1) No sabe copiar formatos de éxito como el teatro musical y sí lo hacía resultaban cutres, sin gracia y desincronizados.
2) Se empeña en hacer estrellas del humor a gente con poco talento —más allá de un chascarrillo o un formato de monólogo televisivo de menos de diez minutos— como Dani Rovira. ¿Por qué han espantando a la gente de Muchachada Nui?
3) Haga lo que haga, cae en el anacronismo casposo y rancio.
4) No hay personalidad, encajando la gala en moldes televisivos que no desentonan de un programa especial de Fin de Año.
5) No existe una concreción por el ritmo y una coherencia en los fragmentos y partes del espectáculo, como si fuera la función de teatro de un parvulario en la que todos tienen que actuar sin importar la conexión de sus participaciones.
6) Ante la nula concisión en los discursos de los premiados, la realización consistió en pasar a un gran plano general y cortar el audio. Y a Darín se le hincharon los ‘güevos’, normal.
7) La planificación de las butacas fue inexistente o patética, con gente huyendo de allí constantemente. Parecía el Titanic.
8) Salvo algunos detalles de la retransmisión virtual, todo olió tanto a caduco como a lynchanamente inexplicable.
9) Algunos fallos técnicos revelan la poca falta de sincronización y que los ensayos brillaron por su ausencia.
10) La gala será recordada por el sombrero de Óscar Jaenada, los pesadillescos pelos de algunas que pasaron por el escenario, por la pajarita de Pablo Iglesias, sus fotos junto a Albert Rivera y Pedro Sánchez, las perlas de Carmena y la presencia de Isabel Preysler y Vargas Llosa. Todo muy cinematográfico, sí. O, mejor expresado y dicho, más certeramente cinematográfico que el propio cine que allí se aplaudía y se premiaba.
Personalmente sigo sin entender nada salvo esto:
Sí, yo también lo siento.
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