“La gran apuesta”
Título original: “The Big Short”
Director: Adam McKay
EEUU
2015
Sinopsis (Página Oficial):
Vieron lo que ningún otro pudo ver. Cuando cuatro tipos fuera del sistema descubren que los grandes bancos, los medios de comunicación y el gobierno se niegan a reconocer el colapso de la economía, tienen una idea: ‘La Gran Apuesta’ pero sus inversiones de riesgo les conducen al lado oscuro de la banca moderna, donde deben poner en duda todo y a todos. Basada en la historia real y en el ‘bestseller’ de Michael Lewis.
Todos, muy dentro de sus corazones, esperan la llegada del fin del mundo.
Haruki Murakami
Pese a que la cita del autor de ‘Tokio blues (Norwegian Wood)’ pudiera sugerir que nos encontramos ante una cinta (pre)apocalíptica —dando a entender que vivimos actualmente en una distopía donde los bancos (generalizando) dominan el mundo—, “La gran apuesta” decide establecer su prólogo y letimotiv con una cita de Mark Twain: «No es lo que no sabes lo que te pone en problemas, sino lo que crees que sabes que no es así». Adam McKay se empeña en explorar las muchas veces sutiles diferencias entre el fraude y la estupidez, dando a entender que el actual sistema se encuentra (retro)alimentado por la necedad, respaldado por esa sociedad que ha decidido vivir felizmente en la ignorancia o seguir el ejemplo de los (interesados) idiotas que gobiernan sus existencias (y se enriquecen a costa de ellos y sus desgracias). Lamentablemente, la fábula de la que nos habla el director de “Los amos de la noticia” está basada tanto en hechos reales como tarta de clarificar los motivos de la actual crisis económica mundial de la que todavía son visibles sus profundas secuelas. Posiblemente la secuencia que mejor sintetice el film sea la visita de Charlie Geller y Jamie Shipley a Lehmann Brothers, en pleno albor del apocalispsis financiera, para descubrir aquello que allí se escondía con tanto secretismo tras hacer el ridículo en la recepción de un gran banco de inversión tiempo atrás. Simplemente hallan un cementerio, un lugar que no daba signos de que fuera habitado previamente por adultos, como si una gran guardería fuera el lugar que manejó en el pasado los fondos de todo el sistema capitalista. Utilizando ese sistema fraudulento suicida McKay vuelve a recuperar el baile de cifras que cerraba la infravalorada “Los otros dos” para ir amplificando ese sensación final en el espectador en el que la risas queden congeladas, comprobando quiénes fueron las víctimas y la impunidad de los verdugos, limitando el espectro a que el sistema es cíclico y condenado a repetir los mismos errores que lo colapsaron. La comedia se transforma en drama y a nadie le va a hacer ni puta gracia la moraleja de la historia.
Esto es Wall Street. Si usted nos ofrece dinero gratis, vamos a tomarlo.
“La gran apuesta” quiere ser una película comprensible, que llegue a todo tipo de públicos y facilite su discurso y entendimiento a través de elementos propios de cultura de masas, utilizando a Margot Robbie, Selena Gomez, Richard Thaler o Anthony Bourdain para explicar a la audiencia ciertos conceptos financieros. McKay rompe reiteradamente la cuarta pared, como si quisiera diseccionar aquello que ya exploró Charles Ferguson en “Inside Job” bajo una capa de documental ficcionado. Esa simbiosis de realidad y ficción, le sirve para modular un mosaico con todo tipo de imágenes y percepciones visuales, mareando incluso al espectador con ese desfile de personajes, datos y tramas. El director de “Pasado de vueltas” quiere ser más accesible que J.C. Chandor en “Margin Call”, romper todo tipo de costuras fílmicas, como si su obra deseara contener todo el abanico audiovisual perceptible para cualquier espectador. Dentro del caos, existe un orden expresivo, con un narrador que nos introduce la figura de Lewis Rainieri como aquel hombre que cambió nuestra vida «más que Michael Jordan, el iPod y Youtube juntos», que nos habla cómo la banca cambió para siempre gracias a los bonos hipotecarios… que finalmente mutaron en una monstruosidad que engendró la crisis que colapsó el sistema. “La gran apuesta” desea señalar a los responsables y escupir a su cara sin pelos en la lengua, aunque existe un contrapunto trágico (e incluso paradójico) en esos héroes visionarios que vieron lo que nadie veía o simplemente se negaba a ver al dejarse llevar por ese sistema idiotizado, que vivía felizmente en la ignorancia y al que no le importaba quebrar porque el propia estado tendría que hacerse cargo de todos sus codiciosos delirios. Los protagonistas de la cinta quedan afectados por el síndrome de Casandra, divisando ese futuro en el que una gran burbuja explotaría y ‘apostando’ en contra de aquello que parecía la inversión más segura. Tratados más como locos que como excéntricos, ellos también consiguieron hacer millones a costa de la quiebra del sistema, pero poco o nada sirvió incluso acudir a la prensa para avecinar el apocalipsis u ofrecerse al gobierno para explicarles las deficiencias del sistema. Nada importa: vivimos en un mundo de locos, ladrones y, por supuesto, idiotas. El gran mérito de “La gran apuesta” es que quiere que no quede ningún tonto en todo el planeta, exponiendo una piedra en la que otros nos obligarán en un futuro no muy lejano a tropezar de nuevo. Y si usted lo hace, parece decirnos McKay, será doblemente estúpido.
Podemos integrar el film como si fuera la secuela de “El lobo de Wall Street”, sobre esos excesos que acabaron distorsionando todo, que sacaron a relucir la falta de ética y escrúpulos del sistema bancario por exprimir los máximos beneficios posibles siendo la codicia su enfermedad. Nos encontramos, por lo tanto, ante una película necesaria que todo el mundo debería ver (y disfrutar) para comprender (más si cabe) todo lo que sucedió en ese circo financiero, entendiendo que el auténtico protagonista es la banca moderna y su historia; la recreación de un paraíso artificial realmente inexistente bajo el salvaguardo de un estado cómplice. Aquí están tanto el cómo, el dónde y el porqué, bajo un prisma tragicómico conceptuado en un alegato del personaje que interpreta Brad Pitt (Ben Rickert) para rebajar cualquier posible euforia respecto a esa ‘gran apuesta’: «Si tenemos razón, muchos perderán sus casas, perderán sus empleos, perderán todos sus ahorros, perderán sus pensiones. Lo que más odio de la banca es que reducen a la gente a cifras. Por cada 1% que aumenta el paro mueren 40.000 personas». Tal vez al director le falta la misma ambición que algunos de sus protagonistas, la certeza de hallar un equilibro entre las desiguales formas y conceptos. No parece importarle, como si esa amalgama justificara el discurso que pretende formular. A través de diferentes géneros, McKay desea instruir y divertir a partes iguales, dejando en su epílogo —e incómodo anti-happy-ending— una clara advertencia al espectador, como si ya nada ni nadie pudiera sentirse en esa ignorancia impuesta por un sistema fraudulento basado en la estupidez y en salirse siempre con la suya. La banca siempre gana, dicen. Y he aquí una nueva lección basada en hechos reales que lo demuestra. Al fin y al cabo, la culpa de todo —y según estos señores y señoras de los que nos fiamos tanto y gobiernan nuestras vidas— la tienen los inmigrantes y los pobres (y los maestros)…
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