Páginas Bastardas

sábado, 30 de enero de 2016

Fruitvale Station: De cómo convertir al espectador en mártir involuntario

“Fruitvale Station”
Director: Ryan Coogler
EEUU
2013

Sinopsis (Página Festival San Sebastián):

Narra la historia de Oscar Grant III, un residente de 22 años de la zona de Bay Area, en San Francisco. Su camino se entrecruza con amigos, enemigos, miembros de su familia y extraños en el último día de 2008.

Crítica Bastarda:

Hagamos un simple ejercicio mental. Si el proyecto para Ryan Coogler del Laboratorio de Guiones de Sundance hubiera sido narrar el punto de vista del agente de policía que disparó a Oscar Grant III y provocó su muerte, “Fruitvale Station” sería completamente distinta. Es obvio. Tal vez, incluso igual… si vamos sumando todos los trucos manipuladores, lacrimógenos y moralmente deplorables. Si cambiamos su rumbo subjetivo hubiéramos obtenido una película en la que el verdugo se convertía en víctima, en la que seríamos esos nazis del cine parisino de “Malditos bastardos” aplaudiendo 'Stolz der Nation'. El problema, por lo tanto, de “Fruitvale Station” es que todo ese compendio de manipulación emocional sigue colando, sigue siendo tendencia. La pornografía, emocional o no, sigue movimiento y removiendo el mundo. Distribuida por The Weinstein Company, premiada en los Festivales de Sundance y Cannes y con excelentes críticas, la pregunta que pudiéramos plantearnos debería ser otra: ¿de verdad que estas películas pueden engañar y tratar como estúpidos a los espectadores? No hablo sobre los hechos porque realmente Coogler nos remite al comienzo de la cinta un asesinato que escondía una ejecución en público en toda regla. Un ajusticiamiento que, conviene recordar, fue declarado como un asesinato involuntario en el juicio, siendo el alegato de la obra el mismo que pudiéramos obtener en el epílogo de la también manipuladora Mi nombre es Harvey Milkde Gus Van Sant. Ambos cineastas evidentemente no manipulan los hechos, ofreciendo un contraplano e historia dramática desde el punto de vista. En el caso de Coogler, a través de esas grabaciones realizadas por los propios testigos. Me refiero, como crítica, al germen dramático de la obra y no de empapar las hojas de guión en demagogia y un drama donde las buenas intenciones se tornan en la transformación de un hombre con un pasado del que quiere huir en un mártir involuntario. Puede ser el problema de convertir a un personaje en un sacrificado, en un mero accesorio de cara a esa crónica impregnada de porno emocional.


El último día de Oscar Grant III nos remite a su familia, a un aluvión de frases y planos de su hija Tatiana a cámara lenta, tan luminosos todos ellos como encuadrados en los márgenes de un anuncio publicitario diseñado para la ocasión. Interesa nuevamente el germen y construcción del personaje, sus problemas que le llevaron a la cárcel, su temperamento que le hizo perder su trabajo y, sobre todo, la lucha de ese hombre que sigue cometiendo errores que le encaminan a volver a vender droga y así regresar a esa condena llamada prisión. La búsqueda de una vida mejor, junto a cierta reconciliación con su madre (Octavia Spencer), provoca que Ryan Coogler meta secuencias que dan la impresión de entrar con calzador, de demostrar lo buena persona que era, lo mucho que se preocupaba por otros hombres y mujeres. Incluso que se nos revele que era un defensor de los animales en este mundo plagado de seres desalmados entra de nuevo en esa tónica de manipulación dramática y emocional. Realmente el contrapunto de interés es que el pasado del protagonista le persiga hasta el punto de provocar su muerte de la manera más desafortunada posible, como si el destino le hubiera conducido a ser ese mártir ejecutado delante de la población paralizada por la injusticia. “Fruitvale Station” pudiera ser muchas cosas dentro de distintas variaciones e incluso una revisión religiosa sería más honesta (no con los trágicos hechos que denuncia) que la finalmente escogida por Coogler: la fácil, la sensiblera, aquella que también dispara al espectador por la espalda y causa su muerte agónica. También nosotros somos mártires de enfoques plagados de tanta demagogia y manipulación sentimental. Somos, en resumidas cuentas, las víctimas de ese proyectil cinematográfico que busca desesperadamente y como objetivo el corazón y nunca la cabeza.

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