“El Club”
Director: Pablo Larraín
Chile
2015
Sinopsis (Oficial):
Cuatro hombres viven juntos en una casa aislada de un pequeño pueblo costero. Les han enviado a este lugar para que expíen los pecados que han cometido en el pasado. Viven sometidos a una disciplina férrea bajo la atenta mirada de una vigilante. Pero la frágil estabilidad de su rutina se ve interrumpida por la llegada de un quinto hombre que acaba de caer en desgracia y que trae consigo un pasado que creían haber dejado atrás.
Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
Génesis 1:4
En la excelente y completa entrevista de Cinema ad Hoc a Pablo Larraín, el director de “El Club” narraba que «el humor permite esconder ciertas ideas que, dichas de cualquier otra forma, sonarían discursivas o superinteligentes o burdas (…) que, seguramente, dichas de cualquier otra forma sonarían distintas. Es una buena mecánica, una buena estrategia para decir estas cosas». En cierta medida, el espectador se enfrenta a las áreas grises de su propia moralidad, ética y perspectiva con esas líneas cómicas tan escabrosas como engendradas de actos mundanos; un material perfectamente introducido para provocar incomodidad a la propia audiencia. ¿De qué nos estamos riendo? Puede que la cinematografía de Todd Solondz tenga las respuestas porque «cuando empiezas a escribir, todo se convierte en ficción». Hemos sido testigos en reputados documentales como “Líbranos del mal (Deliver Us From Evil)” de Amy Berg tanto de los abusos sexuales a niños por parte de miembros de la iglesia, así como la permisividad y encubrimiento de sus superiores. Ha existido una renovación dentro del estado eclesiástico que también desea reflejar Larraín aunque la metáfora sea consecuente para el inmovilismo actual de la iglesia, retratada como ese ‘Club’ en el que aquellas personas que no forman parte —incluidas las víctimas— jamás podrán traspasar. Todo es ficción pero las conexiones son claramente palpables en nuestra realidad.
Génesis 1:4
En la excelente y completa entrevista de Cinema ad Hoc a Pablo Larraín, el director de “El Club” narraba que «el humor permite esconder ciertas ideas que, dichas de cualquier otra forma, sonarían discursivas o superinteligentes o burdas (…) que, seguramente, dichas de cualquier otra forma sonarían distintas. Es una buena mecánica, una buena estrategia para decir estas cosas». En cierta medida, el espectador se enfrenta a las áreas grises de su propia moralidad, ética y perspectiva con esas líneas cómicas tan escabrosas como engendradas de actos mundanos; un material perfectamente introducido para provocar incomodidad a la propia audiencia. ¿De qué nos estamos riendo? Puede que la cinematografía de Todd Solondz tenga las respuestas porque «cuando empiezas a escribir, todo se convierte en ficción». Hemos sido testigos en reputados documentales como “Líbranos del mal (Deliver Us From Evil)” de Amy Berg tanto de los abusos sexuales a niños por parte de miembros de la iglesia, así como la permisividad y encubrimiento de sus superiores. Ha existido una renovación dentro del estado eclesiástico que también desea reflejar Larraín aunque la metáfora sea consecuente para el inmovilismo actual de la iglesia, retratada como ese ‘Club’ en el que aquellas personas que no forman parte —incluidas las víctimas— jamás podrán traspasar. Todo es ficción pero las conexiones son claramente palpables en nuestra realidad.
“El Club” nos habla sobre una penitencia y purgatorio para esos criminales y monstruos que no muestran ni reflejan ninguna clase de arrepentimiento. No hay signo de redención. Esa incomodidad sobre los reflejos de su humor también se revela en la puesta en escena y atmósfera. Nos acercamos a esos ‘pecadores’ en primeros planos filmados en gran angular para transformarnos en sus propios confidentes y confesores. Observamos el aliento de su enfermedad, sentimos que nadie quiere reconocer que es un criminal como marca y consiga de un convicto. Existe una sensación de onirismo delusorio, de un tono claramente desapacible y glacial, de matices visuales apáticos para transmitir un efecto de alucinación respecto a ese refugio. Ese distanciamiento sobre lo real que se proyecta en la pantalla se aminora por su clara articulación costumbrista, con ese retrato de la invariabilidad de todo aquello que allí habita, como el de esos habitantes y seres mortales que se limitan simplemente a sobrevivir con un trabajo duro y penitente. Esa población descontextualizada se conforma como un gran limbo espectral. Atrapados allí, junto a sus terribles errores y crímenes, se encuentran esos personajes rodeados de un mundo que ya no es el mundo que conocían y que, tal vez, nunca llegaron a conocer. Una sociedad prácticamente invisible convive en el cerco, como si fuera esa otra carcelera de la mentira que en aquel lugar mora. Al otro lado siempre está la inalterable constante, la posible referencia a la ‘obra de Dios’ en el horizonte de la costa del pueblo frente a esa otra naturaleza corrompida por el hombre. La sangre puede ser limpiada, purgada como pecados perdonados en ese limbo lleno de pecadores. Todo ese cúmulo de referencias en la cinta nos remite y transporta a un lugar claramente atemporal, como si nada cambiara ni nada quisiera cambiar.
Ese ‘Club’ ha alcanzado un equilibrio que estalla (literalmente) con la llegada de un quinto cura pedófilo. Larraín tampoco desea establecer en su discurso un eje similar a un film denuncia, aunque sí revela los miedos de la Iglesia respecto a los medios de comunicación y su no-creencia en la justicia civil, instaurando ese círculo cerrado y ajeno al mundo terrenal del que nos habla su título. No hay asunto o tema controvertido que no se explore en una película que habla de la homosexualidad, de niños robados, de secretos de dictaduras repletas de torturas y asesinatos que acalla a aquellos que saben demasiado, del propio olvido por el olvido en esa síntesis del pasado de la Iglesia… En ese retiro no existe la penitencia sino la interpretación de la Biblia en su propio beneficio. Ese galgo, el único perro que se nombra en el libro sagrado del cristianismo, articula el concepto pretendido por el autor: los curas que protagonizan la película no quieren ni desean ninguna clase de redención —al no considerarse como criminales o pecadores— sino aprovecharse de la retorcida lectura de su religión para seguir construyendo los márgenes de su egoísmo como sentido a su existencia y perpetuar su ‘Club’. La estrategia argumental del director de “No” para desestabilizar ese inmovilismo es traer tanto a un Padre (Marcelo Alonso) que desea purgar, juzgar y desprender de sus privilegios a esos curas, como a la voz de esas víctimas que exponga las consecuencias de las degeneradas transgresiones y delitos cometidos por la Iglesia. En ese entrecruzado desconcierto las máscaras van cayendo pero, al mismo tiempo, se construye una fábula oscura sobre la propia desconexión de esa institución con el mundo real, incapaces de entender tanto a las personas que habitan el mundo terrenal como los actos que generan. Son capaces de sacrificar todo para no conseguir absolutamente nada. La moraleja es terrible y, sincrónicamente, cómica ya que la única manera de que el criminal tome consciencia de sus fechorías es convivir directamente con las consecuencias de sus pecados, quebrando en el proceso el elitismo de ese ‘Club’ que sigue perdurando, atrapado en una espiral de enfermedad; condenado a lo atemporal y lamentablemente perpetuo para la sociedad.
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