Páginas Bastardas

sábado, 19 de septiembre de 2015

Fast & Furious 7 (A todo gas 7): Aterradora y turbadora comedia sobrenatural de acción alopécica

“Fast & Furious 7 (A todo gas 7)”
Título original: “Furious 7”
Director: James Wan
EEUU
2015

Sinopsis (Página Oficial):

Siguiendo con las hazañas mundiales de la franquicia imparable basada en la velocidad, Vin Diesel, Paul Walker y Dwayne Johnson lideran el reparto de “Fast & Furious 7”. James Wan dirige este capítulo de la serie de películas altamente exitosas que también trae de regreso a favoritos de la audiencia como Michelle Rodriguez, Jordana Brewster, Tyrese Gibson, Chirs ‘Ludacris’ Bridges, Elsa Pataky y Lucas Black. Se les unen las nuevas estrellas internacionales de acción a la franquicia incluidos Jason Statham, Djimon Hounsou, Tony Jaa, Ronda Rousey, Nathalie Emmanuel y Kurt Russell. Neal H. Moritz, Vin Diesel y Michael Fottrell regresan a producir la película escrita por Chris Morgan.

Crítica Bastarda:

Desde “Saw” (2004) James Wan ha construido y formalizado un discurso y tratado sobre el género de terror, apuntalando en su esteticismo una atmósfera tan recurrente —al estar amparada en efectismos formales y giros argumentales— como revolucionaria, al esculpir una característica y malsana atmósfera sobre su tono autoral y distintivo estilo. “Fast & Furious 7 (A todo gas 7)” no escapa a ese énfasis en sus mecanismos pero, por el contrario, eleva la maniobra de torcer la tensión a niveles donde lo grotesco se transforma en burla ya demostrados en “Insidious: Capítulo 2”. Wan, por lo tanto, culmina su evolución reinventando el género terror, con intromisiones cómicas, revelando que el mundo sobrenatural está en clara conexión con el universo de la alopecia, el embrague empapado de reguetón y el rasurado genital (y neuronal). Con multitud de sucesos paranormales, que escapan a toda lógica incluso para el subgénero de casas encantadas y presencias sobrenaturales, el director de Expediente Warren: The Conjuringse adentra en los espeluznantes sucesos tras Fast & Furious 6 (A todo gas 6). En ese comienzo de un metálico y combustible terremoto fetichista —con aterradores monstruos, calvos y fantasmas de un catálogo de Benetton— la obra nos revela a una horda de demonios y polichinelas del cosmos de terror unificados por ese savoir faire revisionista del director de “Silencio desde el mal (Dead Silence)”


Desde “El Exorcista” e incluso “Poltergeist: fenómenos extraños” pocos autores se habían acercado tan inspiradamente al terror en estado puro, a llevar al espectador a una posesión del mismísimo pavor dentro de su cuerpo, retorciéndose sobre su alma inocente todo el pánico y las pesadillas de quedarse sin pelo, coche y novia. En ese desconcierto espectral, repleto de fuerzas misteriosas y malévolas, la tensión hiere gracias a esa sensación horrible y espeluznante de sentirse una marioneta en manos de una incontrolable adicción al riesgo y, sobre todo, a los polígonos. Con barbies diabólicas y trucos angustiosos de estilo —con toneladas de presencias fantasmales que hacen volar literalmente a los coches y chirridos en los motores provocados por la intervención de demontres—, el film conduce al espectador a un inquietante suspense con una lluvia de elaboradas setpieces turbadoras y sacudidas orgiásticas capaces de detener corazones entre calvas constantemente convulsionadas por golpes y balas. El nuevo cine de terror ya no pasa por casas encantadas —dando carpetazo a las hijas bastardas de “The Amityville Horror”— sino por automóviles poseídos por el mismísimo demonio y la alopecia como pacto como el mal reencarnado. Dentro de ese hechizo macabro y malsano, basado en la velocidad y las toneladas de proyectiles eréctiles, el tour de force de Wan rinde tributo desde a Hitchcock hasta a la trilogía deUn chihuahua en Beverly Hills en esos largos travellings fordianos. El magnetismo, no obstante, se permuta sobre la esencia de establecer las franquicias cinematográficas como rituales satánicos donde la eminencia de la brujería conviva con la excentricidad y las modas impuestas por los telespectadores, miembros de la secta adoradora de aquel que no debe ser nombrado como forzadas víctimas a sacrificarse en el proceso junto a su cerebro y vergüenza. “Fast & Furious 7 (A todo gas 7)” no sólo es una de las mejores películas de terror producidas en los últimos años sino una exploración de los oscuros rincones de los tormentos del alma humana cuando el contador de la gasolina llega a su fin o te lanzan un misil asesino en el maletero.


El film nos transporta a un mundo paralelo (y para lelos) que pocos seres mortales han visitado y del que ninguno pudo escapar. Ese viaje transcendental y tenebroso nos lleva a conocer a Jason Statham, que encarna a una peligrosa y vengativa presencia espectral que pone en la mirilla de su infernal plan a los protagonistas de la saga: todos guapos, estupendos, fotogénicos y, sobre todo, calvos (los personajes femeninos y alguno masculino llevan pelucas). Mientras Letty se enfrenta a sus recuerdos y muerte entre flatulencias ectoplásmicas, el resto de personajes da la impresión de también estar en un limbo repleto de sombras amnésicas, como si esas explosiones y carreras quisieran despertar a esos fantasmas atrapados en mundo que se niegan a identificar. Con Hobbs fuera de combate, tras penetrar anal y violentamente a Elsa Pataky desde 20 metros de altura y en caída libre, llegamos a un territorio similar al ofrecido “El arte de morir” de Álvaro Fernández Armero. Deckard Shaw (Statham) va a ir cazando uno por uno a todas esas almas-chonis-en-pena para condenarlas definitivamente al infierno y desaparición. Paul Walker conceptúa esa lucha y conflicto intrínseco dentro de la necesidad de la propia audiencia. Es conocido en todos los círculos satánicos que la productora engañó mundo entero con el hermano del difunto actor ganador de dos MTV Movie Awards. Paul Walker, en realidad, no tiene un hermano que se le parezca ni utilizaron efectos digitales sino que hechizaron la película con un conjuro de nigromancia para que fuera la energía espiritual de los propios espectadores aquella que invocara su espectro desde el más allá. Dentro de esa experiencia sobrenatural tanto fuera como dentro de la pantalla, Mr. Nobody (Kurt Russell) aparece como una angelical presencia, presumiblemente manejada por algún médium desde el plano terrenal, para guiar a los personajes en su contraataque y salvación. Tratando de hacerse con el Ojo de Sauron y ayudando a la hacker élfica que lo construyó (se rumorea que trabajó en la corte de Daenerys Targaryen seduciendo a hombres castrados hasta que viajó a otra dimensión), sus aventuras les llevan a enfrentarse con sus demonios interiores. Literalmente. También con terroristas africanos metrosexuales y su troupe de devotos captados en la Semana de la Moda de París y dramas metafísicos al tratar de diferenciar entre imitaciones y ropa de marca en un mercadillo. Entre emboscadas de brujas, exorcismos en cristaleras de rascacielos, horripilantes muñecos ‘action-heroes’ y muchos elementos siniestros y tenebrosos como collares del todo-a-chien, llegamos un enfrentamiento final y destrucción explosiva del mundo sobrenatural. No obstante, los personajes se niegan a abandonar ese plano fantasmal y abrazan su alopecía como visible y retórica mentira enmascarada. Wan, en el epílogo, derrumba los conceptos de la comedia de terror con grietas de acción y meta-referencias respecto a la propia muerte de Paul Walker. ¿El final alegórico representa que están todos muertos y que siguen luchando en un aterrador limbo por no descender al infierno que el marca el cierre de toda saga cinematográfica? Considero, después de tan aterradora y magistral experiencia sobre el género de terror, que todos los protagonistas están muertos. Puede que incluso nosotros… al descubrir que «séptimas partes fueron mejores (y recaudaron casi como las cinco primeras juntas)». 

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