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sábado, 6 de diciembre de 2014

Magia a la luz de la luna: Creer o no creer en la magia de Woody Allen

“Magia a la luz de la luna”
Título original: “Magic in the Moonlight”
Director: Woody Allen
EEUU
2014

Sinopsis (Página Oficial):

Ambientada en la lujosa Costa Azul de la Francia de los años 20, “Magia a la luz de la luna”, de Woody Allen, es una comedia romántica que cuenta la historia de un mago (Colin Firth) que intenta desenmascarar a una médium (Emma Stone). El hechicero chino Wei Ling Soo es uno de los magos más populares de su época, pero poca gente sabe que no existe en realidad, pues tras el disfraz del famoso mago se encuentra Stanley Crawford (Firth), un personaje británico, gruñón y arrogante con el ego por las nubes que siente verdadera aversión por los falsos espiritistas que afirman poder hacer magia de verdad. Su amigo de toda la vida, Howard Burkan (Simon McBurney) le convence para que se embarquen en una misión en la Costa Azul. Sin embargo, para su gran sorpresa y malestar, esa médium llamada Sophie realiza numerosas hazañas en las que consigue leer la mente y realizar otros actos sobrenaturales que desafían toda explicación racional, lo que le deja perplejo. A continuación ocurren numerosos acontecimientos mágicos, en el más amplio sentido de la palabra, que hacen que las historias de los personajes den mil vueltas. Finalmente, “Magia a la luz de la luna”, consigue que todos creamos en la magia.

Crítica Bastarda:

En la infravalorada “Conocerás al hombre de tus sueños” Woody Allen nos hablaba sobre la necesidad de la espiritualidad para sobrellevar estos tiempos materiales, donde la crisis y la supervivencia física del día y a día no dejan espacio a pensar en cuotas más etéreas. A través de una falsa vidente el argumento nos revelaba que el destino no era fortuito sino premeditado, siendo la suerte (al 50%) tanto el motor de la ilusión como de la propia vida desde un punto absolutamente realista. La ciencia y la creencia sopesaban la balanza de esos personajes atrapados y divididos entre aquellos que vivían felices en la credulidad sobre la espiritualidad que les aportan sus timadores y aquellos que utilizaban la sabiduría como respuesta tangible a sus preguntas y acababan en ascuas, pendientes de un incierto futuro en que ninguno de ambos decidía sino dotaba de un sentido subjetivo ese 50%. “Magia a la luz de la luna” da la impresión de retomar en cierta medida todo ese discurso para posicionar la lucha interna del personaje principal del film. Stanley Crawford (Colin Firth) es el hombre que se esconde detrás de un mago y hechicero chino llamado Wei Ling Soo, que trata de desenmascarar a una bellísima médium Sophie Baker (Emma Stone) en la Costa Azul de la Francia de los años 20. Stanley es mago pero no cree en la magia y se ve enfrentado a la espiritualidad, a tener que plantearse su propia creencia en la racionalidad de todo aquello que sucede ante la vida. 


¿Conseguirá Sophie conquistar la mente y el corazón del arrogante y admirador de Nietzsche llamado Stanley? Volvemos a la moraleja de vivir felizmente en la ignorancia y la mentira, de ser el espectador de ese espectáculo de ilusión inexplicable y truco focalizado en el propio show. Acusada de ser una película menor, dentro de la filmografía de ese incombustible director que nos va a regalar dentro de poco su quincuagésimo film, “Magia a la luz de la luna” no merece ser tan rápidamente desechada. El escepticismo del propio espectador entabla el diálogo con el cineasta a través de esos dos personajes principales. ¿No es acaso Allen una personificación de esa médium tratando de acaparar el cerebro y corazón de todo ser racional y amargado frente a su truco y mentira (y por extensión el del propio impostado cine romántico)? ¿O el posicionamiento es contrario? ¿Woody Allen trata de hallar una cura a su nihilismo ejerciendo de ese mago que no cree en la magia? El director de Blue Jasmine invoca viejos espíritus —como “Balas sobre Broadway”, “La rosa púrpura del Cairo”, “Acordes y desacuerdos” o una de sus últimas joyas, Midnight in Paris— buscando hallar una respuesta de ese más allá, de esa vida cinematográfica que muchos consideran muerta y enterrada. Pero el propio director de “Magia a la luz de la luna” decide no identificarse como un Dios al que invocar en un momento de desesperación sino como ese doctor capaz de someter el destino de su propia obra ante un accidente y punto sin retorno. Son sus actos únicamente aquellos que tenemos que valorar por encima de esa espiritualidad que pudiera filtrarse en su filmografía porque, en definitiva, estamos ante un estricto ateo descreído. Sus propias palabras son la cita y guía perfecta a su último film: «No importa lo que hagamos en vida, todo es una ilusión sin sentido porque nada perdura». Posiblemente las filmotecas dentro de 50 años revelen que estaba equivocado, que esa ilusión finalmente cobró sentido y perduró a través de su magia.


Sobre ese discurso nos encontramos con un enfrentamiento ante ese inicial Allen que hablaba de la magia, de la ensoñación, del cine como el arte de gestar trucos, frente a ese nihilista y ateo que busca una vía que revele que está equivocado en su enfoque. Todo es, en resumen, un cauce hacia una comedia romántica clásica con cierta esencia a una screwball europea, un tanto anodina, ligera y previsible. El conjunto nos remite, no obstante, al choque sobre el realismo que implica la aceptación de la ciencia moderna como lectura irónica. Cedemos a la negación absoluta y abrazamos a Nietszche pero nos topamos con esas terribles consecuencias, como convertirse en un amargado mecanizado sin sentimientos… que ve el amor como un acto de locura cuando posiblemente sea el único suceso mágico de nuestra existencia. La Cava, Lubitsch, Hawks o Cukor pudiera haber apuntalado el argumento y ofrecido un clásico. Allen no pretende ser anacrónico salvo en la forma y se da cuenta del envoltorio que le ofrece la fotografía de Darius Khondji y la perspectiva de su historia y personajes. En el punto de giro de “Magia a la luz de la luna” llega verdaderamente el discurso y jugada del autor para lanzarse hacia la comedia romántica y destapar esa ilusión que nadie puede racionalizar o explicar mediante la ciencia: el amor. El elemento etéreo, irreal e impalpable contrasta frente a la lógica y la sensata visión sobre la vida y la creencia.


Ciertamente, lo más interesante de “Magia a la luz de la luna” por encima de despistes, desplantes, citados errores y nula química entre los protagonistas es esa concepción poética y metafórica sobre el sexo, como si Woody Allen fuera consciente de ese anacronismo que plantea su ejercicio sobre el romanticismo ambientando en la fidelidad de los años 20. La letra de las canciones (Estoy siempre a la caza de los arco iris) entre otras sutiles guarrerías de doble lectura nos lleva al precioso plano confeccionado para dar sentido al propio título del film, a esa magia a la luz de la luna. La secuencia climácica y atmosférica en el observatorio bien pudiera ser divisada como un fálico telescopio atravesando una vagina de una cúpula abierta, dispuesta a mostrar los oscuros y luminosos misterios de la magia por lo desconocido, de ese amor (y placer) oculto por los protagonistas. De ese otro viaje sexual y orgásmico a la Luna. Y no citen a Méliès sino a Freud para que Woody Allen hable de sí mismo:
Diría que tiene un clásico desorden neurótico de la personalidad, obsesionado con la mortalidad, no cree en nada. No le encuentra sentido a la vida. Se trata de un perfecto depresivo con todo ennoblecido y encumbrado en su arte. Y menudo artista. Es alguien que alguna vez quiso escapar de la realidad pero, como Freud, no se dejará seducir por pensamientos infantiles solo porque son más reconfortantes.
Da la impresión de que Woody Allen es capaz de ceder al amor como única vía de sentido, magia y respuesta a la fatalidad impuesta en su visión para nada reconfortante de la vida. Allen, de este modo, nos ofrece una salida aunque sea la suya propia para recibir esa respuesta que le haga volver a creer aunque sean en esa locura y magia del amor a través del cine. La magia está flotando ahí, en el aire, proyectada sobre una pantalla. Creer en la misma… es opcional.

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1 comentario:

  1. No entiendo Maldito Bastardo, ¿Porque dices que Conocerás al hombre de tus sueños esta infravalorada cuando tu mismo le diste solo un 6?

    ¿Vale la pena convencer a alguien de que una película es menos mala si la nota máxima solo sera ese 6?
    ¿La película mala es menos mala pero aun así es mala?
    En el pasado le he dado semejante puntaje a películas que no me gustaron y tu nos tratas de convencer en esta critica que aunque esta no es lograda es ¿menos fallida de lo que se cree?

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