Título Original: “L'apollonide”
Director: Bertrand Bonello
Director: Bertrand Bonello
Francia
2011
2011
Sinopsis (Oficial):
Nos encontramos en los albores de siglo XX, en París y nos introducimos en una casa de prostitutas de la época. Un ambiente lleno de decadencia, de lujuria y también de aburrimiento, de hastío, de tensiones internas, completamente cerrado al mundo exterior, como si se tratara de un microcosmos absolutamente blindado a los estímulos externos, en el que no puede entrar ni salir nada a excepción de los clientes, que se mantienen en un anonimato total. En ese contexto, un hombre marca a una de las prostitutas en la cara, abriéndole las comisuras de la boca con una navaja, de forma que parece que la mujer mantenga una sonrisa grotesca perpetua en su cara. A su alrededor, el resto de las chicas continúa con sus quehaceres diarios, en medio de sus cotidianas penas, insatisfacciones, terrores y envidias.
Existe un sub-sub-sub-sub-género dramático que engloba al burdel (pronúnciese los ‘sub’ a modo de sexo oral de la ‘s’ frente a la ‘b’). Los prostíbulos han sido glorificados siempre por la HBO; de hecho, una serie de la HBO sin burdel no es serie de la HBO. ¿Quién no recuerda a Trixie en “Deadwood” pasando revista a sus subordinadas y diciendo a una que su aliento olía a polla? ¿Quién no puede quitarse las imágenes de Meñique y sus chicas en “Juego de Tronos” o los escarceos amorosos de Jimmy Darmody con una prostituta en “Boardwalk Empire”? ¿O el Bada Bing! de “Los Soprano” aunque fuera un club de striptease? Por no escribir sobre “Roma” o “The Wire”, donde las ‘metrópolis’ se convertían en mastodónticos puticlubs con ciudadanos-putas y políticos-chulos al cargo. Pero “L'apollonide” de Bertrand Bonello quiere escrutar en otro tipo de placeres dentro de esa ‘casa de la tolerancia’ de un París que recorre el final del siglo XIX y principios del XX. Sus imágenes se convierten en goce para los espectadores, que nos transfiguramos en clientes voyeurs y, al mismo tiempo, nos sentimos atraídos, conmovidos y enamorados por la vida (y muerte) de sus atrapadas protagonistas.
“L'apollonide” habla de mujeres inmovilizadas y condenadas a un martirio en vida y marca infinita, mientras el mundo exterior de cambios queda fuera de campo produciendo un efecto claustrofóbico. Tal vez ese cliente sádico que desfigura a una de ellas la exime, en cierta medida, de continuar con esa vida… pero al mismo tiempo establece esa metáfora de deformación de la prostituta y la incapacidad de ser readmitida en la sociedad: será siempre divisada por un monstruo risueño si no acaba muerta y repudiada víctima de la sífilis. Los anacronismos en la banda sonora añaden una dimensión más amplia a sus resortes emocionales; como si al final, el castigo se perpetuará en la distancia y años hasta el infinito. Ese futuro es ocultado hábilmente por Bonello en una secuencia donde una de las prostitutas echa las cartas al resto y deja claro que si alguien las ‘elije’, se ‘convierten’ en más que objetos. Se trata del destino, del pasado… el presente… pero el futuro evita mostrarlo; simplemente nos muestra los rostros de las prostitutas y una pregunta con respuesta: ¿cuál es la peor? Simplemente, no hay salida… ni futuro.
Tal y como indican a modo de presentación: las cosas cambian en ese burdel, pero lentamente; porque el tiempo se detiene y la propia película se convierte en un decorado y tapiz. Esa representación teatral queda constatada entre la vida personal de esas prostitutas en sus habitaciones frente a sus dormitorios para establecer las relaciones con sus clientes y esa primera planta, con un salón principal, que se convierte en ejemplo de farsa e impostura; un teatro de pose y placer que define (y minimiza a la simpleza) el concepto del sexo y la prostitución. La alternancia del punto de vista parece no modificar la solución final, como representación de la tristeza y decadencia implícita en la obra. A Bonello le interesa mostrar lo que hay detrás del falso espejo que aquello libidinoso que se refleja en el mismo, que nuestro disfrute sea más sensorial que erótico, más inquietante y atmosférico que efectista y vacuo. Aunque Narcís Bosch y sus “Lágrimas de esperma” deberían salir en los agradecimientos finales de los créditos, en “L'apollonide” habita un magnifico y absorto cine condenado también a estar atrapado en la inmortalidad.
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