Sus ojos de gata vivirán en el recuerdo de un tejado de zinc incandescente, sus largas pestañas se teñían de sangre cada vez que atravesaba el corazón de un caballero, sus ojos violetas petrificaron hasta al más valiente cinéfilo, su insinuante melena la hacía ser una heroína de cómic retro y cool. ¿Quién teme a Virginia Wolf? Desde luego nada ni nadie porque la nada por fin se llevó a una actriz a sus 79 años de vida. A una gran actriz que traspasó la barrera del mito. Desde una infancia donde mostró sus dotes sin saber cantar, bailar ni actuar hasta su meteórica carrera a partir de los 60 con dos Oscars por bandera y nominaciones ondeando con viento racheado. ¿Por qué conocemos a Liz Taylor? Conocemos a Liz por ser una Mujercita y acompañante de Lassie, por ser una mujer marcada, por ser una rebelde con una causa llamada SIDA, por devoradora de hombres, de muchos hombres, por vivir en el tormento junto a Richard Burton y generar una cúspide de tormentas, por estar operada más veces que Michael Jackson (y sin contar sus visibles operaciones de estética), por ser la otra ‘Gigante’ y, sobre todo, por ese último verano que nos atrapó de repente. Pero sobre todo seguiremos conociendo su estela histórica de excesos, por sus maridos y amigos, por su renqueante recuerdo de la dramaturgia fosilizada. Dama bastarda de las camelias, alma rebelde con cicatrices del recuerdo en un París que vio por última vez a un monumento llamado Cleopatra.
Zsa Zsa Gabor tiene celos: ella se considera la siguiente de la lista de esa Black Mamba con guadaña. No es la única muerte anunciada: el obituario del New York Times estaba escrito por una persona fallecida hace cinco años. Parece que el final está tan subrayado por las líneas del destino y es de todos tan conocido, que no queda más que contar en el último paso. Tal vez una pequeña línea y desenlace como Forever Liz.
FOREVER LIZ |
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