“Yo escribo hasta las cuatro de la mañana metiéndome puñados de pasas en la boca para no dormirme. Lo cual explica por qué llegó al trabajo siempre con pedorrera.
Ver episodios de “30 Rock” o “Rockefeller Plaza” es como comer pistachos. Empiezas a meterte uno en la boca y, poco después (bueno, pasadas unas horas o días), observas incrédulo un amasijo de cáscaras amontonadas. ¿Su secreto? Tiene el enloquecido ritmo de la screwball y el órdago de sumergirse en lo imprevisible. No es de extrañar que su creadora y actriz principal, Tina Fey, sirviese de enlace con su formación en el humor a través del “Saturday Night Live” con la agilidad de la improvisación en el gag. No sé lo que opinaría Gregory La Cava si resucitase para ver el reverso catódico-cómico pero seguramente se sumase tocando su piano para conducir el ritmo de las secuencias que protagoniza un socarrón y genial Alec Baldwin.
Me gustan muchos sus vientos de screwball porque realmente la serie se basa en comadreo de un directivo con mucha personalidad y una disparatada y solitaria jefa de guionistas. Mentor y ‘mentada’ reunidos en conversaciones sobre la búsqueda de planes para el futuro y estabilidad emocional. Ese alterne con la ‘alta sociedad’ se contrasta con los actores de un programa que engendra situaciones surreales y guiños con una realidad televisiva palpable, posiblemente basada en peripecias de la creadora en “Saturday Night Live”. Poca diferencia existe entre los devaneos cómico-catódicos de “Ginger y Fred” de Fellini y los realitys paródicos que aparecen en “Rockefeller Plaza”. El estilo realista evitando las risas enlatadas y sumando los exteriores a la convivencia dota de luminosidad la propuesta. El aluvión de personajes es notable y no extraña que secundarios tan carismáticos y peculiares como Kenneth Parcell o Frank Rossitano arrastren su propio club de fans. Por sobredosis parece que también se puede ganar la batalla de la audiencia.
¿OTRA MIRADA AL HUMOR? |
“30 Rock” se basa en esa suma de elementos: diversidad de personajes y situaciones, muchos secundarios con carisma, ráfagas de humor explosivo, diálogos ácidos y corrosivos y muchos cameos de conocidos en el ámbito televisivo y cinematográfico. Desde Julianne Moore, Matt Damon, Al Gore, Steve Buscemi, Edie Falco a Jon Hamm. ¿Qué le falla? Pues como siempre ese afán de meternos más de veinte episodios por temporada (esto no es la HBO ), de encajar con la finalidad de la audiencia, sus diálogos y referencias muchas veces no son del todo entendibles para un espectador foráneo y, sobre todo, tantea demasiado con lo naif. Digamos que “Rockefeller Plaza” se queda en una agradable sitcom de consumo, tan a veces surreal como sofisticada, sobre el mundo televisivo y la mordacidad manifiesta del ridículo catódico y en crisis. Sin ideas, desde luego, no existe futuro y permanencia en el recuerdo.
CADA LOCO CON SU TEMA |
Parece que la pérdida del trono en los Emmy a la Mejor Serie de Comedia en su cuarta temporada, tras el monopolio de las tres anteriores y a favor del mockumentary impuesto en “Modern Family”, ha supuesto una renovación parcial en su quinta entrega. Dos episodios marcan una evolución dentro de la serie e incluso del formato. “Live Show” rompe la linealidad y se sumerge en la sitcom tradicional pero formulando la espontaneidad del directo en un doblemente más difícil todavía y “Queen of Jordan” nos propone otro tipo de punto de vista a través de un reality de uno de los personajes secundarios que enfoca a la serie matriz. Dos puntos de vista interesantes para una reformulación de la comedia de situación de incandescente y cosmopolitas sonrisas.
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