Páginas Bastardas

sábado, 28 de mayo de 2016

Peaky Blinders: La historia desde el misticismo pasando por el anacronismo

Serie de TV
“Peaky Blinders”
Reino Unido
(2013-Actualidad)

Sinopsis (Página Oficial):

Un drama épico de gánsteres ambientado en las calles sin ley de Birmingham en los años 20.

Crítica Bastarda:

El misticismo de una imagen absorbe el momento, establece el tono, personifica el icono. “Peaky Blinders” se abre con Thomas Shelby soplando unos ‘polvos’ mágicos sobre un caballo vencedor. Él es su caballero y la banda sonora anacrónica marca sus títulos de crédito, tratando de ser la propuesta un conjuro mágico sobre la propia audiencia, ese hechizo espiritual que revele un gran acto mágico hecho serie. El Mesías del mundo criminal es parco en palabras pero también habla: 
Verás, hijo, a Dios no le importa si vives en un tugurio o en una mansión. A Dios no le importa si eres rico o pobre.
En aquel entonces nos preguntábamos si la declaración de intenciones era obvia pero quedaba por saber si había algo más allá de esa imagen y banda sonora. ¿Era hermosa pero finalmente nos toparíamos con un objeto hueco? ¿Era la respuesta indirecta y europea a Boardwalk Empire? En la apuesta de BBC, que actualmente ha estrenado su tercera temporada y ha sido renovada para dos nuevas entregas, tenemos a viejos militares que lucharon en Primera Guerra Mundial y sus traumas, esas heridas abiertas que siguen presentes en sus pesadillas. La violencia es la respuesta… pero no gratuita sino para generar y consolidar su poder, viendo algunos espectadores más al Amsterdam Vallon de “Gangs of New York” que a Jimmy Darmody de la serie de HBO. La idea es conducirnos a Birmingham, a 1919, a ese regreso de los Shelby para retomar los negocios que mantuvieron activos las mujeres en su ausencia. Ellos son una banda conocida por llevar hojas de afeitar bajo las alas de sus boinas… y va a correr la sangre. Mucha sangre. “Peaky Blinders” funciona, como le ocurría a la serie centrada en Nucky Thompson o cualquier ficción de mafiosos, por el carisma de sus antagonistas. Precisamente en la primera temporada un alijo de armas robadas provoca que un inspector jefe (Sam Neill) sea enviado allí para recuperarlas y que el IRA también se interese por las mismas, siendo el fuego cruzado tanto inmediato como inminente. Hay comunistas, bandas rivales y, por supuesto, un concepto de la debilidad y crueldad como fuerzas fundamentales opuestas y complementarias. Thomas Shelby es un ser inteligente, frío… pero hasta el más gélido de los icebergs tiene corazón. Ahí aparece el personaje que interpreta Annabelle Wallis para apuntalar un giro que cualquier fan del noir o incluso del thriller pudiera imaginar. Puede que sea un concepto flojo y trillado aunque funciona a los intereses del show


En “Peaky Blinders”, por lo contrario, interesa incluso más la funda que la propia arma con sus recursos contemporáneos y anacrónicos, con Nick Cave en la banda sonora, con una cámara lenta que disecciona ese tiempo de violencia, con tradiciones familiares que forman el marco del conflicto. Me convence más la primera temporada que la segunda. Steven Knight tiene talento tanto a la dirección (“Locke”) como en sus libretos de “Promesas del este” o “Negocios ocultos”. El creador del espectáculo ha sabido confeccionar una propuesta sobre las sombras de la Primera Guerra Mundial, focalizando todo en un héroe de guerra que puede convertirse en el más sádico villano. Pero la historia de Tommy Shelby nos remite a sus esfuerzos para ‘legalizar’ los oscuros y delictivos negocios familiares, en ascender como un sueño y hechizo. “Peaky Blinders” juega con diferentes parcelas pero sobre todo se somete a la familia como conflicto y elemento de supervivencia de los Shelby. La aparición del patriarca genera múltiples ramificaciones, así como el hijo de Polly (Helen McCrory) en la segunda entrega. La carga dramática se complementa con el suspense en las maquinaciones de todos los implicados, siendo las mujeres y sobre todo esa matriarca, aquella voz necesaria para complementarse.


Hay elementos de western que se mezclan con el noir del subgénero de gánsteres y toques industriales, como si el show quisiera se todavía más ese eslabón entreDeadwood y Boardwalk Empire influenciada por el Leone de “Érase una vez en América”. “Peaky Blinders” es, en definitiva, atmósfera, pura atmósfera en la que se respiran esas sombras oscurecidas por el humo y el tiempo. Los miedos de la sociedad británica quedan expuestos tanto en esas huelgas representativas de un comunismo del que no quieren infectarse —representado habitualmente en la fobia de Winston Churchill— y la peligrosa sombra del IRA. Luego está la exploración tanto de la violencia como de los antihéroes pero la sensación es que Knight se ha aprovechado de esos pandilleros y banda criminal de Birmingham para construir un inusual drama británico. Precisamente en su segunda entrega, que personalmente no me impactó tanto como la primera, se nota una concepción estructural similar, dejando el gran clímax existencial para el último suspiro. Veo a Cillian Murphy como si hubiera estado resfriado durante el rodaje de esos últimos episodios, a Tom Hardy completamente desaprovechado y siento que no hay suspense sobre la vida de su antihéroe. No de momento. Sí me interesa la concepción de renovación interna en el drama criminal, con la Tía Polly teniendo su venganza personal frente al pérfido inspector Chester Campbell y esa perspectiva de futuro tanto en su hijo como en lo que se avecina a los Shelby. Espero que el hechizo que lanzó el protagonista en la secuencia de presentación el espectáculo no se desvanezca en esta tercera temporada, que acaba de estrenarse en mayo, y que estoy esperando devorar.

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