Páginas Bastardas

martes, 5 de enero de 2016

Fargo: Segunda temporada


Considero que para acercarse apropiadamente a la extraordinaria segunda temporada de “Fargo” hay que hacerlo sobre el discurso y espectro del pasado, como si esa primera y premiada entrega estableciera un díptico partiendo de su propia leyenda y origen. Noah Hawley tampoco desea articular una clara precuela, dejando la sensación de ser una historia independiente hasta conjurar un golpe de efecto que ate la lectura de un gran todo alrededor de la familia Solverson. Precisamente esa alocución conforma el leitmotiv que ya quedó implícito en la imagen final de “Morton's Fork” (1x10): la familia (norteamericana) es el trampolín de salvación al mal que permanece gangrenado en una sociedad nacida de la violencia. “Waiting for Dutch” (2x01) inaugura la entrega desde los restos arqueológicos de una nación que tuvo que imponerse, a golpe de balas y sangre, respecto a los aborígenes que ocupaban el territorio sobre el que deseaban asentarse los antiguos colonos. La filmación de la Matanza en Sioux Falls con Reagan esperando a que alguien le ‘ponga’ sus flechas, conforma el matiz sardónico de un tema más grave, profundo, complejo e incluso filosófico. Una voz en off, que bien pudiera replantar a la de los propios creadores del show, nos remite a esa recreación (y farsa) sobre un ciclo y condena implícita en el propio ser humano «De acuerdo, nadie se mueve. Todo el mundo sigue muerto». «El mismo escenario, otra historia», nos espeta la frase comercial de una temporada claramente sobresaliente y monumental. Pensemos que Hawley considera lo suficientemente inteligente a su audiencia para no remarcar esas líneas en su discurso, que detectemos la ironía de esos supuestos ‘indios’ que ahora son judíos y viven Nueva Jersey, tan dispersos como esa sociedad que ha conformado todo tipo de extranjeros unidos bajo una misma bandera pero, que al mismo tiempo, son incapaces de despegarse de un pasado que sigue allí. Y siempre lo hará porque mucho que cambie la historia el escenario será siempre el mismo, esa «crisis que golpea cada corazón y cada alma». 

Tal vez la ironía implícita de asistir a la recreación una historia que se nos afirma como verdadera se solape al componente fantástico para lanzar tanto un recurso de guión, a modo deus ex machina, como esos guiños icónicos a la obra y gracia de los hermanos Coen. Esas pantallas que ‘hablan’ en “Loplop” (2x08) pudieran ser ecos de “No es país para viejos”, tal y como Hanzee Dent parece una señal respecto Anton Chigurh o una especie de progenitor para Lorne Malvo. Esos ecos se respaldan siempre sobre componentes externos, como si los personajes encontraran respuestas en el propio escenario y objetos que lo componen. Es difícil establecer qué si ese ovni es una metáfora de la muerte, «del más allá» y de la luz que nos guía hacia otro mundo que no es el nuestro. Puede que esos visitantes también seamos nosotros o hayamos quedados atrapados como esas decisiones y elecciones que bien explicaba Peggy Blumquist a Hank Larsson. A veces no a opciones o, por el contrario, podemos someternos a placebos, balances y equilibrios para contrastar la vida y la muerte. La segunda temporada de “Fargo” desea respaldarse sobre componentes cinematográficos, como si la ciencia ficción (“El ser del planeta X”) o ese film ficticio —sobre un nazi que perseguía a una pareja— tratasen de dar las mismas respuestas que nos remiten al rodaje de la película con la que se abre la historia. El principio de todo, como si fuéramos los hijos de una guerra condenados a repetirla, tal y como marcan los personajes principales protectores de la justifica y de aquello que consideremos correcto (Lou y Hank). Los sueños de todos los implicados se mezclan con el futuro, con la propia ficción, ven su felicidad atrapada en el caos que se despliega de la manera más espontánea y violenta posible. ¿Podrá salvarlos Ronald Reagan o tendremos que seguir esperando a que le sigan colocando las flechas en su cuerpo cual mártir hollywoodiense? ¿O el cameo de Bruce Campbell nos remite a esa visión tan sarcástica y oscura del mundo de Noah Hawley y los propios hermanos Coen


La segunda temporada de “Fargo” ha demostrado su sobrada calidad, entre explosiones de violencia, con una cuidada realización que combina a la perfección el mimo en los recursos de guión y el sentido de las elipsis y la ironía. El humor negro se torsiona, explosiona en lo imprevisible que puede contener lo cotidiano. Pero también el camino de los personajes está plagado de señales externas, de globos (y ovnis) que remarcan su destino y quiebran los instantes de reflexión que pueda contener, como ese cuadro de salón sobre un paisaje que también nos remite a ese icónico póster de peces de la primera temporada. Todos los personajes siempre están sometidos al imprevisto, a la propia vida en un mundo que sigue siendo salvaje. Todo arde, se quema… se evapora… Queda un último aliento y suspiro. El infierno ha llegado aunque la esperanza también se instaura en el discurso de esa guerra criminal con un matrimonio atrapado en el fuego cruzado tras atropellar (asesinar y descuartizar) al hijo de un peligroso clan. Tal vez queramos evadirnos de la realidad, ignorar el pasado tal y como afirma Peggy Blumquist atrapada ya en su locura en el desenlace, retorciendo el concepto de víctimas y verdugos. Tal vez necesitemos esa «bofetada» que propicia la frase de Lou Solverson recordando que «hay gente muerta», que ya nada es una pesadilla o un sueño, una película alejada de un contexto impalpable que ya es real y trascedente. Pero la leyenda enmarca la historia, maquilla los hechos, transforma a un carnicero bonachón y habitualmente torpe (Ed Blumquist) en el eje de acción de una cadena de violentos sucesos. Esa vinculación con su esposa es inequívocamente un reverso a la otra familia protagonista, como si el sueño americano estuviera condenado a aferrarse a la esperanza y al futuro, por negro que sea presente. Da lo mismo que un cáncer arremeta contra la matriarca o ésta sea arrastrada por una locura que yacía bajo su epidermis: todos somos dinamita y una mera chispa puede despertar algún explosivo e inesperado punto de giro. Pero la muerte es inevitable y también lo es el pasado y en ese territorio marcado por la violencia, en la que los crímenes y el odio puede generar terribles bestias que asolarán todo a su paso.


El enfrentamiento entre el pasado y el futuro delimitan esa característica visión de la historia y del propio mundo, donde cualquiera no está exento de toparse con ese lado siniestro que engendra la muerte que camina o, lo que es lo mismo, las consecuencias de nuestros actos y aquellos que cometieron nuestros antepasados. Estamos condenados a vivir nuevas historias sobre el mismo paisaje, en dar círculos como aquel que propicia Lou, pasando de un lado de la ley a regentar un restaurante de carretera que bien pudiera aquel que escenifica el primer violento crimen de la segunda temporada y, al mismo tiempo, su hija toma su relevo como agente de policía. Esos matices, desplegados en distintos y variopintos personajes, diseccionan los conceptos que desea analizar una temporada habitualmente en estado de gracia y que conviene no destripar más allá de lo conveniente, analizando más sus sensaciones que deja su potente néctar por encima de la pulpa argumental. Puede que también tratemos de encontrar respuestas en la propia ficción, tal y como realiza Peggy y nos topemos con la dura realidad y en parte bastante pesimista: si no hay guerras, las crearemos. Pero la segunda temporada de “Fargo” es lo suficientemente inteligente para trazar múltiples línea de evolución del mal, por encima de esa imagen que vivimos a través de un asesino a sueldo y depredador como Lorne Malvo. El destino del «nuevo sindicato del crimen» ya fue divisado en una secuencia del octavo capítulo de la última temporada de Los Soprano, donde Burt Gervasi y Patsy Parisi pasaban por un Starbucks ofreciendo protección —como al resto de negocios— y se topaban con el inabarcable (e indestructible) poder de una multinacional. “Mátalos suavemente” de Andrew Dominik también pivotaba sobre tal concepto y Noah Hawley desea dejar en el epílogo alrededor del arco argumental de Mike Milligan, dejándonos claro como reflexión y moraleja que los delincuentes utilizarán un despacho y otro tipo de ‘fechorías económicas’ para engrandecer su negocio y ya instaurado modelo económico. La épica criminal llegó a su fin la misma década que las dos primeras partes de “El padrino”. No obstante, “Fargo”, como serie, desea independizarse y sublevarse del yugo del film de los Coen, profundizando en sus propias raíces utilizando esa vestimenta y recurso de los directores de “Sangre fácil” para elevar su propio discurso y expandir su profundidad. Nada es lo que parece, como esa cojera de Lou que simplemente remarca de nuevo que en la vida (y la propia ficción que la enmarca) no tendremos todas las respuestas. Porque todo trata sobre preguntas que carecen de réplicas pero, al mismo tiempo, representan un enigma tan complejo como nuestra propia existencia. Y es que todo consiste en sobrevivir y disfrutar, al menos del momento, de una noche, como Betsy y Lou. O, tal vez, nuestra única esperanza sea soñar con ese futuro en el que nosotros no estaremos. Y volvemos al mismo punto, a ese suelo sobre el que otros escribirán y marcarán sus pisadas, su propia historia. Un suelo impregnado en sangre y violencia, posiblemente condenado a repetir las mismas guerras, crímenes y errores. Ya no estaremos allí, puede que hayamos quedado abducidos por esa luz sobrenatural que cada cierto tiempo visita nuestro mundo.

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1 comentario:

  1. Una gran reseña para una gran serie. Si la primera temporada era genial, esta segunda la iguala incluso la supera. El toque mágico de esta temporada le ha sentado genial aunque en un principio quedaba extraño lo de los ovnis.
    Esta temporada ha sido en mi opinión, un trio de los Cohen, David Linch y Tarantino, además de otras referencias. Si hay tercera temporada que ojalá se mantenga el nivel.

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