La serie de HBO nació para sorprendernos y ofrecernos una vía de explorar la ficción como una gran mentira. La repetición de una farsa engendraba el despertar para esos anfitriones atrapados por sus creadores en un mundo que nos le pertenecía. “Westworld” articuló, sobre tal premisa, una sobresaliente y fabulosa primera entrega cuyos secretos todavía resuenan al cierre de la presente y nueva segunda temporada. Quizás los escritores han tenido que sacrificar muchas cuestiones para epatar a la audiencia en estos nuevos capítulos y necesitáramos un episodio como “Kiksuya” para revelar el influjo de un espectáculo que desea crecer mucho más de lo que aparentaba. La historia de Akecheta y, por extensión, de La Nación Fantasma no solamente aporta un condimento necesario al backstory sino que revela en su proceso la capacidad de la serie por ofrecer nuevos (intra)mundos que explorar. Los tiempos han cambiado y los protagonistas aparentes de toda la historia, ahora, son pasto de pequeñas ráfagas. Vamos a tener a Bernard Lowe y Dolores Abernathy muertos como parte de esa primera explosión que engendró el cocreador del parque tiempo atrás… hasta este nuevo despertar siguiendo esa misma estela con Anthony Hopkins yaciendo en el suelo… Precisamente, contar con Maeve entre la vida y la muerte nos avanza que la historia pude ser llevada por un personaje tan secundario como el interpretado por Zahn McClarnon. Ya le vimos en esa fiesta de presentación del parque por parte de Delos vestido de etiqueta pero, sin embargo, su historia como parte de una tribu se transforma en una porción de un episodio fascinante con un componente trágico. Repasemos el octavo capítulo de la segunda temporada de “Westworld”.
He aquí un episodio de giros y revelaciones en la trama. Parecen mínimas pero conforman un espectro necesario. El Hombre de Negro será rescatado por Akecheta ya que la muerte es una salida demasiado complaciente para él. Tiene que sufrir… e irónicamente será su hija la que fríamente recoja a su padre del campamento revelando, en realidad, que sus intenciones son hacer que sufra. Del mismo modo la conexión de Maeve con Akecheta provocará que ésta entienda que el líder de la Nación Fantasma era un protector de su hija y que fue engañada siempre por las apariencias. La historia de Akecheta, precisamente, aporta respuestas a algunas incógnitas del espectáculo como esa misteriosa señal que aparecía continuadamente en el parque. Nos encontramos ante el anfitrión que despertó en primer lugar y fue consciente de su existencia. Trató de recuperar a su amor perdido entre reprogramaciones y encierros perpetuos. Además, halló en sus recuerdos la vía para obtener un propósito y su labor fue despertar a otros. Ford observó a Akecheta y no pudo dejar esa luz desamparada en la oscuridad sino que, por el contrario, le dio una nueva misión cuando se produjera ese punto de giro al final de la primera temporada. El círculo parecía condenado a cerrarse por un personaje con el que no contábamos y “Westworld” se engrandece por dar el protagonismo a alguien con el nadie contaba hasta el momento.
Esos círculos, en realidad, dieron el propósito a El Hombre de Negro cuando irónicamente fueron dispuestos por el propio Akecheta y que nunca fue creado para el personaje interpretado por Ed Harris. Se trataba de ese icono que provocó el despertar de Akecheta y que utilizó durante décadas para que otros anfitriones despertaran. Ford, además, parecía que estaba planeando la réplica del asesinato por parte de Dolores de su amigo Bernard. La capacidad de “Westworld” es que un secundario puede pasar a ser uno de los grandes protagonistas de la historia en cuestión de un simple capítulo… Por parte de Maeve, sabemos que existe una conexión emocional con Lee Sizemore más allá del interés científico. El problema para la anfitriona es que su vida parece depender de aquello que decida la pérfida Charlotte Hale… Lo que importa aquí, sin embargo, es la historia de Akecheta y la manera en la que los androides se aferran a su primera narrativa como parte de la esencia de su propia historia vital. El cambio de narrativa de Ford provocó una transformación de Akecheta en el terrible guerrero que todavía perdura en el parque y sus peripecias como el líder de la Nación Fantasma nos habla de cómo trató de reconectar con su antigua tribu y, sobre todo, con Kohana, el amor de su vida. Que tengamos el cameo de ese Logan delirante que fue abandonado por William a su suerte conforma parte de ese espectro en el que este secundario era uno de los grandes protagonistas de la historia que no nos habían contado. El despertar de Kohana y la nueva historia de amor con Akecheta nos remiten a una vía para explorar el western en una nueva narración dentro de otra narración. Lamentablemente, los humanos apresaron a Kohana y los intentos de Akecheta por dar con su paradero provocaron que tuviera que traspasar la propia muerte tras años de búsqueda. Aquí también subyace la historia de remplazos y réplicas, del aprendizaje absoluto de todo lo que nuestro nuevo héroe iba encontrándose a través del tiempo. De Logan aprendió aquello de «este es el mundo equivocado» y Ford complementó el propósito de su creación: abrir una puerta por la que todos los anfitriones, vivos o muertos, puedan salir… para siempre. ¿La salida a ese laberinto que conforma Westworld? De este modo, Ford convierte a Akecheta en una especie de Moisés que tendrá que liberar a su pueblo de la tiranía de esos ‘egipcios’ que creían dioses y esclavizaban a todos a su alrededor. Maeve posiblemente se encuentre encerrada en su propio destino y su misión, ahora, es encontrar a Akecheta junto a su hija… o perecer y dar su corazón como sacrificio final. ¿Qué ocurrirá? Apenas nos quedan dos episodios y todo parece en el aire para dar cierre y sentido a lo planteado anteriormente.
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