“Ibiza”
Director: Alex Richanbach
EEUU
2018
Sinopsis (Página Oficial):
Cuando envían a Harper a España para una reunión de trabajo importante, las juerguistas de sus amigas se apuntan y la convencen de que se ligue a un famoso DJ.
“Ibiza” de Netflix poder ser la enésima repetición de una película que hemos visto una y otra vez… y una y otra vez… y una y otra vez… hasta tantas veces como infinitas. Ni siquiera estamos ante la historia de un viaje iniciático para apartarse del mundanal ruido y de ese estrés —tan agobiante como asfixiante— por un trabajo que no llena a nuestra protagonista. Harper tiene una oportunidad, tanto laboral como personal, cuando su insoportable jefa piensa en ella para encargarle el cierre de un trato importante para la compañía que ha firmarse en Barcelona. Sarah (Michaela Watkins) sintetiza la histeria y sobreactuación de la propuesta a la que se suman ese par de amigas del personaje que interpreta Gillian Jacobs. Sobre tal proposición, surge un viaje que tampoco se sumerge en la exploración de descubrimientos personales, emocionales e incluso románticos… pese a contener una historia de amor entre sexo de usar y tirar y toneladas de drogas y esperma reseco. Alex Richanbach únicamente se limita a tratar de dar forma a un lío hedonista totalmente ridículo y virulento en el que lo políticamente incorrecto trata de satisfacer el paladar de los seguidores de las comedias recientes más superficiales y olvidables. ¿Y cuál el mayor de los problemas de “Ibiza”? Tópicos, tópicos y más tópicos…
Hablemos de esa demanda que planea sobre la cabeza de Netflix por utilizar Ibiza como piedra angular de una propuesta que no pudo ser rodada en la isla situada en el mar Mediterráneo por su guion repleto de insultantes lugares comunes del imaginario que poco tenían que ver con la realidad. Es posible que la imagen exterior de Barcelona e Ibiza sea la de drogas, fiesta y sexo a discreción pero, sin embargo, el conjunto pierde cualquier tipo de credibilidad al sumarse al enésimo cliché de una repetición. Precisamente, Harper podría definir la esencia de la película al darse cuenta de que es un cliché al asomarse a través del techo de una limusina. La supuesta autorreflexión es apartada por un elemento zafio y escatológico como la cagada de un pájaro (¿o pterodactilo?) que recibe la amiga de nuestra protagonista. Las náuseas y el sentido del ridículo están aquí y esa sofisticación es pura carcasa para satisfacer un producto para lucimiento de Gillian Jacobs. Entre ‘latin lovers’, drogas, sexo y fluidos, “Ibiza” más que un bluff alcanza la categoría de bodrio insultante en el que todo es tan previsible como vulgar. Ni siquiera ver a Robb Stark como DJ es capaz de salvar los muebles de un largometraje condenado y listo para sentencia.
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