“El viajante”
Título original: “Forushande (The Salesman)”
Director: Asghar Farhadi
Irán / Francia
2016
Sinopsis (Página Oficial):
Ante el peligro de derrumbe del edificio en el que viven de alquiler, Emad y Rana se ven obligados a mudarse a otro —lugar. Un incidente relacionado con la inquilina anterior cambiará dramáticamente la vida de la joven pareja.
La vida puede convertirse en teatro. En el teatro hay más verdad que en la propia vida. El teatro nos llevará a la verdad.
Siguiendo la anterior guía, “El viajante” nos sumerge en esa representación de la realidad que es el propio teatro y, por extensión, en sus reflejos con el cine y esos escenarios que iluminan luces naturales y artificiales. El drama y la comedia, que se representa en la vida de las personas, esconden un juego de máscaras sobre las que se asientan verdades y mentiras. Asghar Farhadi utiliza el estreno teatral de ‘Muerte de un viajante’ de Arthur Miller para someter a dos de sus actores a otro tipo de representación —y sus destellos— al tener que mudarse del edificio en el que viven por una amenaza de derrumbamiento. El director de “Nader y Simin, una separación” utiliza esa premisa tanto para confeccionar una inteligente alegoría de Irán como para introducir un punto de giro que posicione al matrimonio ante otro tipo de cataclismo de su futuro y esperanzas. Farhadi, vistiéndose de dramaturgo, encuadra en el libreto un intento de violación sobre el que comienza a aflorar secretos y, sobre todo, la lenta destrucción de esa pareja sometida a una crisis. ¿Es posible que en una sociedad tan conservadora —como la de Irán— una unidad familiar, supuestamente sólida, pueda disolverse completamente? ¿Por qué los tabús —como la prostitución— pueden condicionar a ocultar la verdad y teatralizar las consecuencias?
El desplome de esa relación establece también una lectura social sobre las tensiones dramáticas, mentiras y humillaciones que se articulan en el proceso. La evolución de Emad y Rana, a través de una intricada historia, sirve para que se encaren a los fantasmas propios como de otros, estableciendo una vía para iluminar todos esos espacios tan oscuros tanto de su matrimonio como de la crisis personal que están viviendo. En cierta medida, Farhadi establece en su discurso la humillación y vergüenza social que se establece en un acto como una violación (o intento de) y, al mismo tiempo, todo aquello que se va desencadenando en los intentos de Emad por hallar la verdad. Pensemos en que la idea de que la vida se convierta en un teatro facilita al autor iraní la posibilidad de entablar un diálogo sobre la verdad que habita en la ficción y el eje existencial que, por lo tanto, supone toda habladuría que nos rodea. De este modo, la representación, que acaba protagonizando la pareja protagonista, les lleva a escarbar en los ecos del pasado de sus propios personajes. Algo traumático puede suponer que el individuo desconfía a partir de ese momento en los demás e incluso eleve su pensamiento a un marco generalizado. La venganza y el honor, asimismo, acaba consumiendo a Emad y arrastra a Rana a enfrentarse a sus propios demonios, convirtiendo el propio espectro de la narración en otra representación teatral condenada a la tragedia. Al fin y al cabo, toda función debe dejar su huella a otro lado del escenario y, por extensión, “El viajante” eleva su alocución en su desenlace sobre la necesidad de que el espectáculo siempre ha de continuar y las impredecibles implicaciones que tal ‘verdad’ pudiera suponer.
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