Serie de TV
“Making a Murderer”
EEUU
2015
Sinopsis (Página Oficial):
Este thriller, rodado durante 10 años, sigue a un exculpado que, mientras expone la corrupción de la policía, acaba siendo sospechoso de un nuevo crimen.
La redención tendrá que esperar. Como suele pasar a menudo en los asuntos humanos, tendrá que esperar.
A estas alturas desde el estreno y recepción de “Making a Murderer”, este texto no pretende ser una crítica sino una vía para expresar las impresiones personales que me dejó la serie documental de Netflix tras haber omitido prolongadamente la propia reseña y, además, tener la sensación de que a estas alturas todo se ha dicho y contando al respecto… aunque la historia de Steven Avery siga tan inconclusa como su propia vida y destino. Tal vez aquello que nos ha revelado la creación de Moira Demos y Laura Ricciardi es la propia e implícita necesidad de una continuación ante un desenlace todavía irresuelto y tras las muchas dudas generadas en la investigación realizada. Kathleen Zellner, la nueva abogada de Steven Avery, pudiera dar un sentido a esas novedades que necesitan ser contadas a través de un nuevo proceso de apelación y una actualización de todo el material documentalístico. Y, en ese sentido, la propia realidad ha acabado retroalimentándose de “Making a Murderer”, conformando un nuevo espectro sobre el diálogo y ‘feedback’ entre audiencia e ideas y hechos expuestos en la propia obra. Su primera temporada se puede considerar como un viaje en el tiempo que acaba llevándonos al presente a través de dos procesos judiciales y condenas sobre un mismo hombre, dejándonos claro a modo de moraleja que Avery, hasta su último suspiro, proclamará su inocencia resonando sus ecos en la conciencia del sistema que lo dejó encerrado y la sociedad que lo protege ciegamente.
Dentro de ese maremoto de sensaciones, que nos deja dentro de nuestro cuerpo los diez episodios que componen “Making a Murderer”, existe ya una dualidad en el propio título elegido. ¿Hace referencia a cómo el Estado culpó un hombre inocente o cómo creó un sádico asesino? ¿Quién hace asesino a quién? Considero que realmente lo que aquí se plantea es que un inocente pasó 18 años en prisión por un crimen que no cometió y que las implicaciones de un sistema que falló no se hicieron esperar. ¿Se convirtió el propio Avery en un asesino tras pasar todos esos años en convivencia de otros reales criminales o, por el contrario, el propio sistema tenía que buscar una vía para inculparlo y ponerlo entre rejas para así justificar sus propios errores? La serie documental es obvio que nos conduce a la segunda idea respecto a la primera. La demanda del sistema por hallar culpables (sin importar si son los auténticos o simples chivos expiatorios) nos podría sugerir volver a hallar nuestras respuestas en la comunión entre realidad/ficción que nos proponía el desenlace de “American Crime Story: The People v. O.J. Simpson”: ¿quién es realmente el asesino? ¿No es irónico que el propio culpable/inocente reivindique la necesidad de hallar al verdadero criminal o, por otra parte, es la propia sociedad la que designa a sus propias manzanas podridas? Aunque existan vagas conexiones entre Simpson y Avery las vivencias y casos de los personajes no son extrapolables ni mucho menos comparables pero sí establecen, no obstante, una radiografía de un imperfecto sistema y una sociedad que trata de aplacar sus brechas con su ceguera, complacencia o silencio. La pregunta que se nos plantea, por el contrario, pudiera llegar mucho más lejos: ¿podemos fiarnos de un sistema corrompido hasta las entrañas cuando a nosotros mismos nos interesa alcanzar un veredicto antes incluso del propio proceso judicial?
Steven Avery acaba siendo un hombre marcado y atrapado en una sátira y farsa sin gracia y es que desconozco, hasta cierto punto, si habita cierta sorna en el proceso de investigación de la justicia estadounidense con frases como «la verdad de este asunto se reducía a un pelo púbico». “Making a Murderer” es la historia de una extraña parábola donde el mismo modelo de pruebas que exculparon a Avery acabaron finalmente volviéndose en su contra en su segunda acusación, transformándose los intentos de hacer pagar a todos aquellos que le pusieron injustamente en prisión por primera vez en un nuevo tormento todavía más comprometido y fatídico. «La última vez tardé 18 años y 6 semanas en poder demostrar mi inocencia, pero esta vez no sé cuánto tardaré». La idea implícita en el documental de Netflix, por lo tanto, es que luchar contra el sistema utilizando sus propias bases y armas nos remite a una aventura quijotesca en la que los gigantes acabarán mutados en molinos de viento que arruinarán y dilapidarán cualquier intento de épica. Avery aporta las respuestas al planteamiento de la serie documental: «Me están declarando culpable antes de que vaya a juicio. ¿Dónde está la justicia?». A través de los testimonios vamos encajamos todas esas estructuras de poder e impotencia ante una ruta prefijada para colocar a los acusados entre rejas sin importar poco o nada la verdad o revelaciones mostradas. Y aquí nadie está libre de pecado porque, al fin y al cabo, la sociedad es cómplice del sistema en el que se ampara. Una línea interesante de evolución pueden ser los propios mass-media, generando tormentas e inoculando a la sociedad ciertas ideas desde el descubrimiento del cuerpo de Teresa Halbach, hasta llegar a sus dudas en la sala de prensa una vez finalizado el juicio ante el crecimiento de unas preguntas que ellos respondieron anteriormente sin escuchar ni siquiera los alegatos del acusado.
«No habrá lugar al que Steven Avery pueda ir a recuperar su reputación si gana este juicio. Él no cometió la violación por la que cumplió 18 años. Sabemos que no cometió la violación por la que pasó 18 años en prisión. ¿Cómo recuperó su reputación por eso? No lo hizo, nunca lo hizo. Y nunca lo hará aquí. Así que en cierto modo ser acusado es perder. Siempre. Lo que puedes esperar conseguir es recuperar tu libertad. Eso es todo. Es lo único que puedes tener la esperanza de conseguir».
Hay una parte del público que delimita el discurso de la serie documental a una crítica de un sistema judicial injusto que diferencia entre aquellos que tienen dinero o no. También la reciente “American Crime Story: The People v. O.J. Simpson” ha estrechado ese concepto en lo que ‘justicia social’ se refiere, aunque considero, no obstante, que el mérito de “Making a Murderer” es que se haya convertido en un fenómeno social, desvelando el poder que todavía tiene tanto internet como el documental como la comunión de la transmisión de un mensaje y alegato. También, evidentemente, sus riesgos pasan por plantear un debate no exento de ciertos conceptos de exploración formal —e incluso de fetichismo kitsch— en ese viaje en el tiempo que nos habla sobre la diferencia entre verdad y justicia.
“Making a Murderer” presenta a numerosos villanos pero también a nuevas víctimas de todo ese proceso judicial plagado de polémica e incoherencias, siendo el sobrino de Avery, Brendan Dassey, otro mártir de un interrogatorio que le hizo confesar un crimen que no realizó y contar con un incompetente abogado que se convirtió en su peor enemigo. Desde el fiscal del distrito hasta todos aquellos que persiguieron a Avery, la propuesta de Netflix trata de hallar otro tipo de justicia y escarnio ante un sistema judicial puesto en entredicho, creando un precedente similar al de un film de terror. Y, sobre tal devastador e incómodo territorio, cualquier lectura es posible. Si Avery fuera culpable del asesinato de Teresa Halbach aquello que se desvela en la serie es que el Estado simplemente trató por todos los medios de camuflar su más absoluta incompetencia en el caso. «La duda razonable es para la gente inocente», aseveraba el ex fiscal del Estado que llevó el caso que nos ocupa y que no dudaba en afirmar que sería absurdo que la policía hubiera plantado pruebas falsas y culpado ilícitamente cuando les hubiera sido más fácil asesinar a Avery. En realidad, una de las proposiciones del documental es proyectar dónde acabaron cada uno de los personajes y las implicaciones emocionales tanto del círculo cercano a los acusados como a las propias víctimas, reavivando ese aliento de inocencia del protagonista. La segunda temporada de “Making a Murderer”, por lo tanto, debería seguir desarrollando esa lucha para liberación de Avery y Dassey y las derivaciones personales de cada una de las personas y turbios planteamientos de los diez primeros episodios. Quizás deberíamos afrontar tanto el discurso expuesto como aquel venidero como la necesidad de asimilar que un sistema imperfecto está condenado a errar y que, asimismo, ignorar conscientemente tal interrogante alrededor de la justicia implica un grado de cinismo o ceguera neurálgico. Tal vez estemos ante los ecos de ‘A sangre fría’ de Truman Capote o “The Thin Blue Line” de Errol Morris, entre otras muchas referencias, tanto en el poder del relato amparado en la realidad como la evolución del arte hasta las series de televisión en streaming e internet como vehículo de una historia que todavía no ha concluido. Y si algo tenemos completamente claro es que necesitamos que la propuesta de Netflix nos siga narrando el grito de inocencia Steven Avery.
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