“Rompedientes”
(Hada
por accidente)
Título
Original: “Tooth Fairy”
Director: Michael
Lembeck
EEUU
2010
Sinopsis (Oficial):
Dwayne ‘The Rock’ Johnson interpreta a Derek Thompson, uno de
los jugadores más duros de hockey —hasta que es condenado a ejercer como ‘hada
de los dientes’ durante una semana—. Llevando unas alas peculiares y teniendo
que aprender conjuros de magia de sus superiores (Julie Andrews y Billy
Crystal), Derek está decidido a hacer el trabajo a su manera y a la misma
vez demostrar que es capaz de lograrlo.
Oh, yeah…
¡Vaya pedazo de B-O-D-R-I-O! Oh, yeah…
Que apareciera
Seth MacFarlane trolleando al personal no salvó a “Rompedientes” de figurar en la lista de las Peores Películas del 2010 para público y crítica. Con un bruto
jugador de hockey que pedorrea en las ligas menores y convencido de que los
sueños nunca se hacen realidad, será condenado a ejercer como hada de los
dientes como trabajo social directo a la redención… rectal… porque vaya PEDO de
argumento. Con tal pestilente y delirante punto de partida —y un trama familiar
de fondo junto a la incapacidad de compromiso de Derek Thompson (Dwayne Johnson)— el recital de lugares
comunes es tan devastador como si el engendro acabara siendo un crossover con “El dentista” de Brian Yuzna.
Cuentan que
es una copia barata y desdentada de “¡Vaya
Santa Claus!” y que el trabajo de los seis guionistas acreditados —sí, seis
guionistas— merece figurar junto a la restauración del Ecce Homo como los actos
más fallidos artísticos de la década. ¡Ni Stephen
Merchant puede salvar el engendro de ser una absoluta abominación infecta
de caries cinematográfica! Además, está poco documentada… Todo el mundo sabe
que El Ratoncito Pérez y el Hada de los dientes protagonizan un fuerte
conflicto territorial que convierte los problemas entre España y Gibraltar en
un chiste de una cinta de Arévalo. Si los guionistas se hubiera fijado en ese
guerra mitológica y corporativa por el control de las primeras encías de los
menores de edad —es sabido que con las se construyen armas de fuego para vender
a los niños africanos como parte del lucrativo negocio— tendríamos una versión
familiar e infantil de “El señor de la
guerra” con dientes en vez de balas. Pero, ¿¡para qué documentarse algo
sobre el tema!?
No paran de
decirnos que puede encoger hasta 15 centímetros y precisamente el tamaño de
cerebro aquí disminuye proporcionalmente a escasos milímetros. Dientes por
dólares, dólares por neuronas… así funciona el intercambio con el espectador de
la película que protagoniza Dwayne
Johnson AKA ‘The Rock’ AKA No sonrías y nos enseñes los piños que nos da
dentera. “Rompedientes” comienza con
Johann Strauss y ‘El Danubio Azul’
haciendo saltar molares digitales mientras el gran público aclama la violencia
deportiva. La sanción por embestir contra la valla y romper piños es tan mínima
como si a Pepe le regalaran diez
minutos sin árbitro para cumplir sus deseos homicidas en el césped. ¿Y esta
película se supone que defiende los valores familiares con madres golfas y
hadas putillas de indefinidos gustos sexuales? Con frases como «Soy el
pretendiente de cualquier diente, dejen paso al rompedientes» o «No me toques
los cordones o dejo caer los cordones» a esta película le ha dado por la rima y a nosotros por la autoestima.
¡Qué poca vergüenza haber hecho está película! ¡Qué vergüenza decir que la has
visto en público! Nos indican que no debemos pensar soñar es malo si te conduce
a crear expectativas falsas. Hay que dejarse engañar, pues, y vivir en una
farsa… pero nadie se plantea el travestismo de ese mundo en plena marcha gay ni
que hombres ligeros de ropa (y cabeza) se metan en las habitaciones de niños y
niñas para quitarles parte de su ser y dejarles un billetito en la almohada
como una vulgar meretriz. Repleta de instantes y niños tróspidos con su HAMOR
hacia las alas y hadas, “Rompedientes”
se resume en ese mocoso que quiere tocar la guitarra en público y evitar a los
matones del colegio mientras que un jugador cacho-perro quiere curar su hombro
y volver a marcar goles… La secuencia en la que Derek
Thompson se tira unos ocho minutos mientras piensa si pasa o tira a portería
simplifica el catatónico estado cerebral que se le queda a uno después de
semejante tortura hecha filme. Y eso sí que es un «Oh, yeah…».
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