“Guerra
mundial Z”
Título
original: “World War Z”
Director: Marc
Forster
EEUU
2013
Sinopsis (Página
Oficial):
La historia gira en torno a Gerry Lane (Brad
Pitt), un empleado de las Naciones Unidas que recorre todo el mundo en
una carrera contrarreloj para detener una pandemia que está acabando con
ejércitos y gobiernos y que amenaza con diezmar a toda la humanidad.
Freud escribiría orgulloso un libro sobre
“Guerra mundial Z” y no tendría nada
que ver con la película, al igual que la película no tiene nada que ver con el
libro de Max Brooks y que a su vez tampoco
tiene nada que ver con Freud... Al
final todo el conjunto, pese a tener claros síntomas de blockbuster veraniego y pasajero, ha resultado ser demasiado
freudiano, demasiado dúctil a la psicoterapia y psicoanálisis, demasiado
torturado por el inconsciente tanto de los espectadores como el de sus
creadores en esa represión canónica de deseos cohibidos dentro de un torbellino
circular de problemas y cambios, de cambios y problemas, de problemas y cambios…
con una única constante eterna: el peinado de Brad Pitt. La cuestión es que el público se infecte viendo la obra
y quiera comerse a aquello que da sentido intrínseco al asunto y obviamente no
se trata de deglutir las páginas, que formaron la invisible adaptación homónima,
sino del epicentro cinematográfico. Sencillamente el sentimiento carnal de que
el mundo entero quiera comerse al Sr. Pitt,
ya sea por placer u absoluto odio, conforma el espacio dramático del largometraje
de Marc Forster.
Si la
humanidad llega a su fin las carnes de Brad
Pitt acabarán sin apenas rasguños
y cero bocados… salvo aquellos que le dé su parienta en zonas que está película
se molesta en ocultar tanto como su visceralidad y sangre. En “Guerra mundial Z” turbas de
hambrientos y víricos infectados desean amplificar la contaminación global
emulando a un grupo de cascanueces cocainómanos y canís mientras nadie se
plantea echar un quiqui antes de tan desesperado e inevitable fin. Simplemente
la humanidad no tiene tiempo para planteamientos filosóficos ni sexuales más
allá de huir, convertirte en un ‘zeta’ o ser la última letra del abecedario. Nos
indican que hay que ser silencioso como una ninja para sobrevivir y que los
karaokes judío-masónicos serán castigados por terroristas-castellers-suicidas-de-la-muerte.
Freud se jugaría medio genital a que
todo este acto está ideado por el subconsciente de Brangelina como
alegoría de la salvación (y condena) entre palestinos e israelitas: no importa
cuán alto o grueso sea el muro porque siempre será atravesado. Nos diferencian qué
es una nota y un e-mail mientras exhiben un teléfono móvil del pleistoceno
dejando claro que WhatsApp ya no es trending
topic e incluso nos invitan a jugar a ‘¿Dónde está Wally?’ buscando a Matthew Fox.
Prueba irrefutable de que Matthew Fox aparece en la película |
Freud, además, dedicaría un capítulo a
pequeño Tomas ya que la película insinúa que él pudo ‘llamar’ a los zombis para
que asesinaran a sus padres y así poder ser ‘adoptado’ por el Sr. Pitt y
familia siguiendo su ejemplo sobre que el movimiento es vida… Movimiento económico en su cuenta corriente, claro. Aunque, ¿quién en su sano
juicio no querría ser adoptado por Brad
Pitt, el salvador de la humanidad y detallista y analista voyeur con
impertérrito peinado? Algunos contarán que la auténtica Apocalipsis fue el
rodaje, las reescrituras de guión con Damon Lindelof dando
nuevas razones a sus haters para su represión criminal, los desvaríos en su
presupuesto que finalmente acabó desorbitado, sus cambios de ‘vocablos’ para
contentar al mercado chino, su reducción de violencia y sangre para conseguir
el mejor rating y la filmación de un
nuevo final por no funcionar el inicialmente planteado. A Freud le hubiera dado lo mismo que el cierre hubiera sido un crossover de “Un chihuahua en Beverly Hills”, que la alegoría socio-política o
una narración en clave psicológica sea triturada por un drama y conflicto
familiar simplificado a la supervivencia, que la película haya sido desgastada
a dentadas entre cientos de trailers, avances y teasers, que los súper-zombis
sean los frutos amos del mundo o que el
fin hollywoodiense justifique los
medios taquilleros. A Freud
únicamente le interesaría el concepto germinal y el cebo planteado para hacer
salivar a la audiencia ya sea por apetito o furia depredadora y, finalmente, se
quedaría patidifuso de esa sesión de hipnosis psicoanalítica producida por el adormecimiento
y el olvido inmediato en la cuenta atrás final directa a la infección/sumisión/inutilidad cerebral que propone “Guerra mundial Z”.
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