“Star Trek: En la oscuridad”
Título original: “Star Trek: Into darkness”
Director: J.J. Abrams
EEUU
2013
Sinopsis (Página
Oficial):
En el verano de 2013, el pionero director J.J.
Abrams presentará una explosiva película de acción que surmergirá a Star
Trek En la Oscuridad.
Cuando la tripulación del Enterprise es llamada
de vuelta a casa, descubren que una imparable y terrorífica fuerza de dentro de
la federación ha destruido a la Flota y a todo lo que ésta representa, dejando
a nuestro mundo sumido en un estado de crisis.
Con una cuenta personal que saldar, el Capitán
Kirk dirigirá una cacería humana en un mundo en guerra, para capturar a un
hombre que es en realidad un arma de destrucción masiva. Mientras nuestros héroes son arrojados a un épico
juego de ajedrez de vida o muerte, el amor será probado, la amistad estará a
punto de ser quebrada y muchos sacrificios tendrán que ser realizados por la
única familia que tiene Kirk: su tripulación.
Considero
que cualquier crítica debería verse envuelta del contexto que englobó el
visionado de la obra y de esta manera me dirijo a mi experiencia antes, durante
y después de disfrutar “Star Trek: En la
oscuridad”. La cita en Parquesur incluía ‘Canta con Pocoyó’, cena-picoteo en terraza con jarras de cervezas sin
gay-limón y sesión golfa en la
oscuridad con un Señor roba-franquicias llamado J.J. Abrams. Lo segundo mitigó lo primero: el dantesco espectáculo
comenzó con una bailarina ligerita de ropas que incitaba sobre el escenario a
un público ¿entregado? a emular sus ortopédicas coreografías. Una vez lanzada
la carne para seducir a los padres de los mocosos, en esa supuesta clase
colectiva de aeróbic y pérdida del ridículo, llegaron Pocoyó, Elly y Pato
provocando una aneurisma cerebral en los perplejos asistentes con más de cinco
años. Sacados como drogodependientes de una caseta seguramente comparada en Las
Barranquillas y guiados como zombis entrenados pisaron el escenario unos seres
pésimamente proporcionados —Elly debería ser tres veces del tamaño de un pato y
un niño pequeño—. Comenzó la aberración musical y, superada la perspectiva, se rebasó
el calor craneal y el timo del año: seguramente para no pagar derechos a la
SGAE la selección de canciones eludía temas de la serie e incluso a los personajes
de ‘Pocoyó’. ¡Y Pocoyó no cantaba! ¡Ni bailaba!
Los
indudablemente emigrantes ilegales que yacían en el interior de esos trajes, que desestimaron en Guantánamo por parecerles una tortura cuasi-mortal, tenían
que abandonar el escenario cada diez minutos para volver a su caseta y esnifar
con total probabilidad unos gramos de cocaína. El evento se basaba en el lema «Aprende riendo»
y tenían toda la razón: yo no paré de descojonarme de tal desagradable e
insultante experiencia únicamente paliada por el frescor de una cerveza. Con
los valores inhumanos aprendidos, llegó el espectáculo de la fuente multimedia
y cibernética. Prometieron un viaje por el mundo pero nos quedamos como simples
pueblerinos: ea ea ea... Parquesur es una aldea.
Después de
los traumas de la noche llegaba el objetivo final con “Star Trek: En la oscuridad”. Es cierto que ir al cine se ha
convertido en un lujo y una entrada (y sus extras) equivale prácticamente a la
compra de un Blu-ray. Pese a que uno se hace todas las tarjetas para abaratar
el coste, la realidad indica que los cines se han intentado convertir en un
sucursales de fast-food incluyendo incluso máquinas recreativas en sus grandes
salas de espera. La enésima renovación de los cines de Parquesur y que las
botellas de aguan estén a precios de cubalibre puede ser tan discutible como
consecuente, pero fue un susto leve con el que íbamos a lidiar en breve al
entrar en contacto con ‘la oscuridad’. La imagen fue devastadora: al penetrar
en una sala de un aforo de más de 500 espectadores no había nadie en su interior.
Repito, N-A-D-I-E. Poco antes de que comenzaran los trailers apareció una
pareja y otro par de personas que nos convertían en un total de ocho entidades físicas en la segunda semana de uno de los estrenos más esperados del verano. Recuerdo
que hace prácticamente un año esa misma sala (y horario) estaba a mitad de su
aforo para ver “Prometheus”, por
ejemplo. Cada vez lo tengo claro: Pocoyó ha matado al cine, artículo actualmente
de lujo en tiempos de crisis. La gente (y plebe) prefiere ver otro tipo de
fuegos artificiales gratuitos (cutres y de imitación) por encima de otros que le hagan
rascarse su bolsillo.
Como el
texto en realidad tiene una introducción como canto a la muerte cronológica del
cine y otro dedicado a la obra que otorga el título del post, me introduzco de lleno
en la nueva de Star Trek. J.J. Abrams
ha diseñado una película admirable de entretenimiento desquitándose de
cualquier tipo de complejidad en su trama, hecho que no que descarta que su
guión esté muy pulido y delineado perfectamente potenciando a sus personajes.
Incluso cierto ‘desnudo’ injustificado podría divisarse como en anhelo del
público por girar el cuello de Kirk y ocupar su punto de vista para romper el
fuera de campo. Los espectadores ansían mirar… y el director de “Super 8” ejemplifica el entretenimiento
en curvatura para ofrecerles el festín que desean.
La oscuridad
anunciada en su título no hace mención ni referencia a cualquier moda nolanista
sino a la exploración de la muerte y el sacrificio como resurrección y
cambio interior inspirándose en homenajes propios de la saga. Podemos debatir si Khan/John
Harrison (Benedict Cumberbatch) podría haber sido
prolongado crecidamente en el metraje como villano o si tenía que haberse
tragado sus lágrimas ¿de cocodrilo? Más allá de decisiones
morales, “Star Trek: En la oscuridad” brinda el reflejo de personajes en
la tinieblas equidistantes que ofrecen el propio Khan y Marcus —interesante
el rescate abramsiano de Peter Weller— sobre Kirk y Spock. Las
dualidades morales entregan una interesante lectura sobre el terrorismo, la venganza
y el militarismo por encima del honor que acerca a la sociedad a legitimar proposiciones
racistas y belicosas para enderezar su supremacía sobre el resto. Los torpedos (de
protones) asesinos van a guiarnos hacia un dislate entretenidísimo y un eclipse de la nave Enterprise sobre nuestro mundo y planeta, como icono y
metáfora de una nueva deidad del mainstream.
Aparte de superar a “Star Trek” (2009) para establecer una mejor y más completa
precuela, su
look juvenil y atractivo expone los resortes del cine de entreteniendo entre los
destellos con los que Abrams inunda
la puesta en escena. Pero lo más gratificante de “Star Trek:
En la oscuridad”
es que los conflictos y necesidades de sus personajes no ceden a la gratuidad
del espectáculo rellenado los huecos del efectismo con el que debe convivir la
acción de la cinta. Conocedor de que no puede reinventar el cine sometiéndose a
los cánones y moldes de las corrientes principales hollywoodienses, el creador
de “Alias” y “Perdidos” nos ofrece una torsión de la distracción y el pasatiempo
sobre motores de última generación para procurar
una salida y futuro. Conocemos el punto de origen y el destino pero Abrams nos invita a fijarnos en el juego de luces de todo artificio y estela de cualquier icono proyectado en una pantalla y, por extensión, universo.
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