(2012)
EEUU
Director: Oliver Stone
Título
original: “Savages”
Sinopsis (Página Oficial):
Dos
jóvenes emprendedores de Laguna Beach, Ben (Aaron Johnson), un budista
pacífico y caritativo, y su mejor amigo Chon (Taylor Kitsch), ex miembro
de las fuerzas especiales de la Marina estadounidense y ex mercenario, han
montado un lucrativo negocio casero: cultivar y vender una de las mejores
marías que jamás se ha obtenido. También comparten un amor único con la
extraordinaria y bella O. (Blake Lively). Ambos llevan una vida idílica
en este pueblecito del sur de California… hasta que se instala un cártel
mexicano de Baja California y exige que el trío se asocie con ellos. Pero la
despiadada jefa del cártel (Salma Hayek) y su brutal matón Lado (Benicio
Del Toro) no toman en cuenta la fuerza del vínculo que une a los tres
amigos. Ben y Chon, con la ayuda que les proporciona a regañadientes un
corrupto y escurridizo agente de la DEA (John Travolta), deciden librar
una guerra imposible contra el cártel. Así empieza una serie de maniobras y
estratagemas cada vez más salvajes en un enfrentamiento donde ambas partes se
juegan mucho.
A
Oliver Stone le importa
poco reflexionar sobre el narcotráfico como ya realizó Steven Soderbergh en la premiada y estupenda “Traffic”. Ni mucho menos realizar comparaciones entre Irak
y México, el intervencionismo americano o el nivel de violencia que envuelve a
las mismas y los cientos de miles de víctimas de diferentes guerras (y
negocios). ‘Roba’ y se esnifa, eso sí, a Benicio
Del Toro y muestra una violencia
visceral y repulsiva pero cae en la vertiente de estilizar el sexo. Definamos “Salvajes” como una película superficial en toda su amplitud:
personajes simples y planos, argumentos y tramas prestadas sin demasiada
personalidad y ráfagas de acción con las que desea atraer a un público perdido
con sus últimas propuestas de ficción: “Wall
Street: El dinero nunca duerme”, “W.” y “World Trade
Center” no serán recordadas ni
por propios ni extraños.
Como siempre, lo interesante de Oliver Stone no son sus películas sino sus entrevistas. El juego de Stone es obvio: el atractivo y sensualidad del pueblo y estética norteamericana en ese trío de jóvenes (Taylor Kitsch, Aaron Taylor-Johnson y Blake Lively) perfectamente bronceados y con un negocio ilegal pero sin muertos en sus espaldas y conciencias frente a ese otro tridente (Benicio Del Toro, Demián Bichir y Salma Hayek) de decapitaciones, brutalidad, amenazas y suciedad implícita. No falta juez y balanza en la figura de John Travolta con los elementos de corrupción que tanto gustan al cineasta y esa conjuración de romance, violencia y drogas. Máscaras de Santa Muerte, precipicio filosóficos con fondo de cartón piedra y arquetipos del género entre humor y violencia macarras. Irregular, contradictoria, extremistas, pueril y, finalmente, salvajemente decepcionante.
El último filme de Stone nos habla sobre la transformación en sus personajes y los efectos de la marihuana. E incluso podríamos decir que el propio director se fumó varios canutos mientras la dirigía. Da lo mismo que este señor coja un guión brillante de Tarantino que una novela de Don Winslow: la cuestión es liarse un porro con el papel. La película se rompe en su recta final como digresión de la retórica oliver-stoniana para diferenciarnos que existen dos clases de salvajes: los fanboys de la violencia y los porreros que fuman con violencia en sus caladas. Esos que van semi-desnudos en plan indígenas con ropa de atrezo robada de “The Walking Dead”, que se alimentan de aire y marihuana y que se lavan el potorro y el pitorro en el agua salada de la playa. ¿Salvajes? No guapa, se les llama hippies.
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