“Papá, soy una zombi”
Directores: Ricardo Ramón y Joan Espinach
España
2011
2011
Sinopsis (Página
oficial):
Cinco años después del traumático
divorcio de sus padres, Dixie se ha convertido en una adolescente arisca, que quiere escapar del
odioso mundo en que vive. Su carácter introvertido y su aspecto gótico,
conlleva a que en la escuela se burlen de ‘la Zombi’…. Dixie odia su mundo y el mundo parece
odiarla… Así que en un arrebato de desesperación, la joven huye durante una
noche de tormenta sufriendo un accidente, que la sumergirá en una inesperada
realidad, de un inquietante Mundo.
De la reseña para Cinema ad hoc.
Las niñas góticas
también tienen derecho a protagonizar películas (de animación) españolas. “Papá, soy una zombi” llega a nuestras
pantallas para que los niños vean que actuar en “The Walking Dead” es
también una salida laboral en tiempos de crisis. La animación española pasa, en estos momentos, por una
fase de cierta relevancia internacional por los méritos alcanzados en
nominaciones a los premios Annie y de la Academia estadounidense.
Que “La dama y la muerte”
y “Chico & Rita”
hayan sido nominados al Oscar como mejor corto y largo de animación
respectivamente y que “Arrugas”,
Goya cuasi-seguro, se haya quedado a las puertas es un buen síntoma que indica
que la animación patria pasa por una mirada hacía el público adulto después de
numerosos subproductos de consumo infantil que no solían llegar a mínimos de
calidad. “Papá, soy una zombi” de los veteranos en el campo de la
animación Ricardo Ramón y Joan Espinach llega como un enlace
entre la animación infantil y el enfoque adulto por su tema y envoltorio. Se
trata de una película de terror para niños-adolescentes de entre 7 y 12 años con
numerosos recursos cómicos donde se combina la presencia de zombis, brujas y
otros seres venidos de la oscuridad bajo claras referencias burtonianas.
De hecho, se ha utilizado la voz española de Johnny Depp para resaltar
esa conexión y potenciar la familiaridad de la propuesta.
¡Papá, NO soy una choni! |
Desde las notas de producción ya se establece ese
proyecto realizado con escasez de medios: su presupuesto es el 4% de una
producción estadounidense de animación de categoría media. Y con ese
presupuesto, digno de rumana con la palma de la mano abierta en el Metro, no es
que se le vaya a pedir la versión española de “La novia cadáver”, “Pesadilla
antes de navidad” o ni siquiera de “Monster House”,
pero sí se echa en falta cierto talento en la ambientación. En ese detalle de
genialidad de cuidar los pequeños detalles mediante la sobredosis de
genialidad, habitual en el director de “Vicent”. La película, eso sí, debería
titularse “¡Qué bello es morir!” pero
el marketing dark no perdona. Menos el nombre, también dark de la
protagonista, Dixie. “Papá,
soy una zombi”, pese a su título,
no narra la tragedia de un padre que descubre que su hija ha quedado
zombificada por el tuenti y sólo se comunica con él por WhatsApp
ni tampoco es un biopic de una de las hijas de Zapatero, aunque debería
verse en toda las guarderías para que los pequeños sepan que las niñas góticas,
aparte de inteligentes, duermen vestidas y maquilladas… y ahorran, aparte de
luz, tiempo a sus desesperados padres.
Las amigas petardas y podridas de la heroína zombi |
Tuve la oportunidad de ver la película en un pase
especial repleto de padres y niños, el target natural de la producción. Los
animadores zombificados del preestreno pintaron a los niños de muertos
vivientes y puedo dar fe que la película consiguió su objetivo: quedaron
inmóviles e hipnotizados durante los 80 minutos de duración. Los pequeños no tuvieron en ningún instante
miedo del argumento ni de los monstruos que aparecían en pantalla. Al parecer,
que sus madres vean a “The Walking
Dead” en La Sexta
y a Belén Esteban en Telecinco ha provocado que los zombis
sean parte de su día a día. Tampoco que la protagonista se enfrente en los
primeros compases al divorcio de sus padres y tener que vivir en una funeraria
y al lado de cadáveres en plan “A
dos metros bajo tierra” no les preocupó en estos tiempos de crisis. Una
madre sí lanzó la voz de alarma cuando salieron los logos habituales en toda
producción patria subvencionada: «El Ministerio de Educación sí que da miedo».
¡Mi representación freudiana materna es una bruja genocida! |
No es que sea la película del siglo, aparte de estar
trabajada sobre una plantilla que la convierte en un objeto previsible y
olvidable, pero teniendo en cuenta los medios con los que han contado es una
obra digna de valorar. “Papá, soy una
zombi” habla sobre dobles y replicantes en mundos de fantasía freudiana: Dixie
es una niña zombi que se auto-considera muerta en ese universo-limbo paralelo;
su padre, del que se avergüenza por su profesión, se transforma un hippie
soñador y salvador; y su madre se
convierte en… ¡una bruja que pretende destruir el mundo real por odio y
venganza a los que la enviaron al paredón! No faltan aventuras, amigos y amores
ausentes desde que en su mundo físico la que consideraba su mejor amiga
(culona) le birló al chico que le gustaba… La vieja leyenda del Azoth no
es más que la precuela de una Apocalipsis Zombi (ya era hora que alguien lo explicara
correctamente). Aunque, ¿la obsesión de Nigreda por los bonsáis a qué es
debido? ¿Quiere ser un homenaje a Felipe González o al tijeretazo de la
actual política de recortes? No obstante, “Papá, soy una zombi” habla de
temas universales como la amistad, el perdón y, sobre todo, de tener (y luchar
con) corazón en situaciones desesperadas. Deberían haberse fijado más en “Macario”
de Roberto Gavaldón que en Tim Burton y Danny Elfman para
que la película no fuera tan irregular y cercana a esos bajos niveles de
calidad habituales en las producciones de animación infantil patrias. Pero
frases tan bonitas como «Atraes lo que piensas, como un imán», «Te he dado 300
años de mi vida», «Quiero cada una de sus mollejas
putrefactas, cada larva que habita en su piel» y, sobre todo, ese buscador de euskaltel
me han llegado al alma. Lo mejor, no obstante y con total y completa diferencia, la banda sonora
del más que reivindicable Manel Gil. A seguirle la pista.
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