Páginas Bastardas

sábado, 24 de julio de 2010

Toy Story 3: Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto

Odio la saga “Toy Story”… Me caen excesivamente mal esos muñecos que tienen tanto cerebro y buenos pensamientos encerrados en unas inertes, vacías y plásticas cabezas. Es más, es simplemente absurdo que vivan en la más absoluta clandestinidad y que ningún humano se percate de sus movimientos, habladurías y conspiraciones toystoriles. Tampoco me puedo creer que esos muñecos sean tan condescendientes, respetuosos y fieles con su propietario cuando los míos me sodomizarían sin reparos a lo “Los viajes de Gulliver”, en plan lilliputiense, por pegarles el culo con plastelina, para que fueran parte (y no se cayesen) de las máquinas de un fantasioso y antigravitatorio parque de atracciones. 


La tercera parte de las aventuras de Woody, Buzz y compañía (no escribo todos sus nombres porque vomito) ha cosechado unas excelentes críticas y recaudación en EEUU… aunque las dos primeras (esas dos películas con cuyo recuerdo me entra una urticaria y cagalera inmediata). Y, entonces, ¿por qué la veo? Un mensaje recibido en el recién inaugurado sábado 17 de julio, a las 00:46, con un escueto texto «CINE PROYECCIONES 11:30» me confirmaba que me habían invitado a verla al preestreno.

En el Cercanías, camino a mi destino, había un niño con su abuela mirando ansioso, nervioso y expectante las ventanas. ¡No paraba de rajar! Le contaba todo lo que entraba por sus ojos a su abuela y al resto de los presentes. Al principio era gracioso pero a los diez minutos resultaba insoportable y descubrí por qué todo el mundo estaba tan serio cuando tomé asiento. Parecía que se había aprendido un guión dos estaciones antes y lo repetía de mala gana. Era antinatural siendo completamente natural. Decía pequeñas incongruencias en base a sus reacciones y nuevos descubrimientos que dotaban su mensaje de cierta infantilidad que acababa siendo estupidez absoluta. Me temblaban los jamones y no podía contener la bilis que se me amontonaba detrás de mis dientes y que gustosamente soltaría al mocosete y a su abuela para homenajear a “Alien”

Posiblemente ese niño representase lo que siento en general con el cine infantil y sus insoportables películas. Al principio tienen encanto por su ingenuidad e incluso resultan graciosas pero a los diez minutos son pesadas, previsibles, estúpidas y detestables hasta el vómito. 


¿Quién podría decirme que en la recta final de “Toy Story 3” tendría los ojos al borde del vómito de lágrimas y mi labio inferior tembloroso por la emoción contenida? Unos juguetes inertes estaban atravesando mi bastardo corazón pero en esa sala los únicos que nos reíamos, gritábamos y nos emocionábamos éramos los mayores. El mutis se apoderó de esa sesión con pocos niños y menos adultos durante los instantes más dramáticos… aunque muchos de éstos fueron provocados por el pegajoso suelo. Al parecer la sala no había sido limpiada. Desconozco qué se derramó la noche anterior o si hubo una multitudinaria gang bang allí pero su contacto provocaba una adhesión ilimitada, repulsiva y puedo aseverar que “Toy Story 3” ha sido la primera película que me ‘elevó’ del suelo durante todo su metraje. 


Al principio llegaba un indicio de genialidad en su cortometraje imprescindible “Día y Noche” con la cúspide-homenaje del cine de animación en 2D y su cercanía, acoplamiento, consolidación e integración en el 3D. No hace falta que nos pusiesen su título, ni siquiera que nos hubiesen contado su final porque Teddy Newton ha hecho una pequeña genialidad. Pura emoción condensada en apenas seis minutos de vibración y fusión. 

Pero vuelvo y me pego de nuevo a ese suelo ultra-gravitatorio que es “Toy Story 3”. El filme de Lee Unkrich es lo más emocionante, en formato largo, que he visto de Pixar junto a “Up”. No es que sea original porque simplemente traslada, como hizo anteriormente, el universo humano al entorno de los juguetes… pero se forman, en esa desbordante eternidad de los mismos y su miedo a la extinción, los elementos básicos para captar mi atención y admiración. 


Aunque la guardería Sunnyside parece enfocada a hijos de parejas homosexuales y la desaparición del padre de Andy y el pelo de su madre darían qué hablar en varios “Sálvame Deluxe”, la creación de Pixar se convierte en una utopía digi-plástica-fordiana. Desde el western inicial con retazos y explosiones de imaginación hiperbólica, pasando a un drama crepuscular y una revisión descacharrante que va desde “2000 maníacos”, “Frankenstein” a “Prison Break” en una guardería que parece un cruce de Pleasant Valley y Guantánamo. Incluye la historia de amor más imposible del cine contemporáneo: él lleva fular y es un fashion victim afeminado; ella lleva calentadores y no ha salido todavía de una depresión provocada por una ruptura con su anterior pareja, una niña de doce años que le dejó tirada por la ávida lectura del Super Pop y Vale. Ambos son asexuales (y castrados de fábrica al ser juguetes infantiles) y esperan un taladro o un apéndice plástico que dote de otro tipo de vida a sus caderas. 


Todos sus personajes se enfrentan a un terrible punto de giro en su aparente y vampírica eternidad. Su destino, al no envejecer, supone un contrapunto para el objeto de su creación y pasa por ser objeto de subasta en eBay, guardados en un polvoriento baúl a modo de sepulcro eterno y esperando a ser desenterrados por generaciones venideras o ser objeto de una orgía infantil que les despiece y les arrebate su plástica vida. Pero el leitmotiv de la estupenda creación digital de Lee Unkrich nos habla de la evolución sentimental. Conocemos la evolución humana y que la genética hará que permanezcamos en las futuras generaciones: seremos eternos, genéticamente hablando, al ser semillas de futuros árboles que darán frutos y nuevas semillas. ¿Pero que ocurre con unos juguetes dotados de vida? Su imposibilidad de procrear hace que su única evolución pase por ser ellos mismos semillas sentimentales que pasen de generación a generación hasta que el basurero les convierta en cenizas. Triste destino y mísera vida encerrada en una carcasa made in China


El relato agónico de Sonrisitas, un morado homenaje al pulpo Paul, un erizo hijo de la Perestroika, una niña virtual que ya tiene grupos de adopción en el facebook o esos villanos terribles con abrazos y besos de Judas (y olor a fresa) dan idea de la perversa genialidad de puras fragancias aterradoras para un engañado público infantil que se verá adherido por sus multitudinarios colores. Porque “Toy Story 3” confirma la madurez de Pixar y el ascenso de ese suelo pegajoso llamado Disney

Pienso en esos instantes tan dramáticos y aterradores, donde los juguetes se enfrentan a una salpicadura de emociones que desconocían, y se aferran a una vida donde lo inerte da paso a lo perenne. He dejado una semana para ver si me despegaba de esos personajes inertes, que me hicieron vomitar lágrimas y me emocionaron hacía una breve desaparición de mi labio inferior, pero sigo atado a ellos. Me pregunto si alguien hablará de nosotros cuando hayamos muerto. De los protagonistas de la saga de “Toy Story” seguro. Como les odio… cómo odio la saga “Toy Story”.

3 comentarios:

  1. Me perdí el corto, para una vez que entro justita a la sala van y son puntuales. A ver si lo veo por ahí, que todo el mundo lo pone por las nubes.

    Me he hecho superfan de ese Ken gayer, como no podía ser de otra manera. Viva Barbie, que parecía tonta pero no, sólo se lo hacía. No has mencionado al bebé... qué cosa más chunga, por dios, cada vez que salía me invadía el mal rollo. La peli me gustó, pero me va gustando más según van pasando los días.

    Estupenda tu crítica, como siempre.

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  2. Bastardo, el erizo Sr. Púas va vestido de ¡tirolés! No tiene nada que ver con Perestroika... aunque parece un refugiado político, cierto es.

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  3. Sólo hago la referencia de Bebote en “Frankenstein” como referencia de la cinta. Es un personaje totalmente oscuro y burtoniano. Es posiblemente ese paso a la madurez soñada por Pixar con un personaje terrible encerrado en un cuerpo de bebé. ¿Homenaje a Chucky?

    Gracias Sandra por todo lo bueno que me toca.


    Sr. Anónimo es cierto que el Sr. Puás va vestido de tirolés pero es que parece un inmigrante ilegal o estrella del teatro. Actúa tanto que no me creo nada de su supuesta nacionalidad. Seguramente sea un espía ruso que después de la guerra fría se quedase sin trabajo y sin jefes.

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