Efectivamente este es un mundo de distintivos, de imágenes en molde que nos guían hacía otra. Seguimos caminos invisibles de baldosas amarillas y ni siquiera nos percatamos en nuestra reiterativa rutina.
La oscuridad y un cielo gris que tapaba la noche me impedía ver un símbolo más allá de mis pasos. Ese signo tenía que ser el siguiente para continuar mi camino pero mi visión no podía sentir más allá del trayecto diario. A lo lejos estaba la señal que buscaba pero la distancia y la vista cansada hacía que el símbolo fuese algo borroso proyectado en mi cerebro. Cuando el billete hiciese que traspasase la barrera franqueable la marca que buscaba se encontraba delante de mí. El tren que se anunciaba era el que debiera ir en sentido contrario.
Me había percatado otros días de ese desliz en los indicadores pero lo atribuí a una reciente huelga y sus días previos. También se anunciaban, en aquellos días donde reinaba la oscuridad por un reciente cambio de hora, trenes sin servicio que contenían viajeros y pasaporte a destinos diarios pero esta vez el cartel coincidía con el de sentido contrario. Ambos iban al mismo destino. Un físico cuántico estaría contento de poner en práctica la paradoja de Schrödinger pero al contrario de sentir cualquier atisbo de incertidumbre, y pensar en que en aquel mismo instante era un gato encerrado en una caja con una partícula que pudiera romper una botella de gas venenoso y letal, la tranquilidad se apoderó de mi interior.
¡Cabrones! |
Nunca traspase una valla puesta por Welles |
Pero todas aquellas salidas simplemente eran acompañantes de un camino que sigue siendo invisible y no (o sí) transitable, como la mente de Charles Foster Kane al resto de personajes, como esa frase que nadie escucha en el momento de su muerte pero sabemos que fue escuchada. Rosebud. O como el cierre de “American Psycho” de Bret Easton Ellis y aquello de «ESTO NO ES UNA SALIDA».
Uno puede recordar aquel chiste en el que un ginecólogo ante la demora de su última paciente se sirve un gin-tonic. Al llegar ésta la recibe y la invita a tomarse una copa. Hablan relajadamente e intiman. Cuando ambos sienten que alguien forcejea la cerradura el ginecólogo se altera y le dice a su paciente: “Desnúdese y abrase de piernas que llega mi mujer”.
Todo encaja si el contexto encaja pese a su incoherencia y sentirnos como gatos bombardeados por partículas invisibles, veneno a granel y envasados al vacío. ¿A quién le importa saber si habitamos en una constante paradoja? Tal vez a la pegatina que brilla en la oscuridad que tengo delante ahora mismo y reza «ALARMA. No utilizar sin causa justificada». Efectivamente este un mundo de constantes.
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