Páginas Bastardas

miércoles, 14 de abril de 2010

Bajo la lluvia

Hace veinticuatro horas aproximadamente cuatro personas volvían a sus respectivas casas después de soportar un chaparrón de órdago durante dos largas pero intensas y gratificantes horas. Pudieron ser cinco pero el sindicalismo a veces es el enemigo más tránsfuga del sufrido trabajador. Escuché, como pude a través de mi chubasquero, dos frases que retuve:
«Voy a tener que lavarme los pies para secármelos»

«Si me meo encima no me entero»

La lluvia puede hacerte decir cosas y no escuchar otras. Puede, suele y debe hacer refugiarse al más valiente y sobre todo suele ser la depuración y redención de todo lo que toca. Sentir esa lluvia en la piel puede llegar a convertirse en el más advenedizo orgasmo para muchos y dolor irrefutable para otros. Chapotear, cantar, saltar y bailar.
Alzarse en una farola antes de que un policía te llame la atención por escándalo (sin) público. Sí, alguna vez hemos querido sentirnos como Gene Kelly en el inmortal musical “Cantando bajo la lluvia” pero es difícil trasgredir esa barrera que franquea y flanquea perfectamente el género musical.
¿Cuánto juego ha dado la lluvia a la música y al cine? Tantas ‘lluvias’ como gotas de agua posiblemente y contar todas sería un acto de locura y agotamiento mental: el primer remake musical de “Miss Sadie Thompson” se llamó “Rain” y Joan Crawford tomaría el relevo a Gloria Swanson como vamp-meretriz convertida al catolicismo y posteriormente Rita Hayworth en “La bella del Pacífico”. Relevos en sí como continuas precipitaciones.


Llovió mucho desde entonces, tanto como la lluvia que se hizo sombría para narrar las secuelas de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki y encoger nuestros corazones en “Lluvia negra” de Shohei Imamura. La lluvia también puede hacerle a uno autista y ganar un Oscar en “Rain Man” y cristalizarse en púrpura darte otro a la mejor canción en “Purple Rain”.


Tracey Thorn en “Missing” echaban tanto, tanto de menos a Ben Watt como los desiertos a la lluvia, a Shirley Manson le ponía muy feliz en “Only Happy When it Rains” y a Missy Elliott le ponía furiosa que le pringase las ventanas en “The Rain (Supa Dupa Fly)” o Mark Romanek te hace un notable clip y Ryuichi Sakamoto un cameo como a Madonna en “Rain” o llueven hombres del cielo (“It's Raining Men”) o ranas o comida basura como en “Magnolia” o “Lluvia de albóndigas”. Y el goteo continuaría como ese repicar que altera y rellena parte de la sequía que nos rodea. Pero si he de elegir una lluvia que especialmente me haya llamado la atención últimamente me quedaría con uno de los fragmentos de “Lady Chatterley” de Pascale Ferran.

A menudo la pornografía puede resultar un recurso fácil para captar adeptos, más en estos tiempos de películas festivaleras con mamada incluida, pero el erotismo siempre desprende un halo mucho más interesante, dejando cabos sueltos que el
espectador siempre tiene que anudar. Ciertas secuencias nunca hubiesen funcionado sin la ayuda de elementos eróticos. ¿Se imaginan a James Stewart sodomizando a una Kim Novak atada con cuero en el campanario de la imprescindible “Vértigo”?


Una adaptación de la novela de D.H. Lawrence puede provocar automáticamente cierta complacencia en las imágenes: un viaje del aprendizaje sexual que pasa del coito imprevisto, corto y fugaz al largo disfrute pasional como el rodaje de una relación y finalmente hablemos de sexo… qué digo, de amor.

El final puede dejar al espectador noqueado, aunque, claro, la novela es así.
Pero si una cinta demuestra que los desnudos frontales y las secuencias de sexo clandestino son combinables con el erotismo previo que desprenden y sobre todo una sutileza más allá del orgasmo donde lo sexual aplasta a lo carnal es ahí donde uno sólo puede hablar de absoluta clase. “Lady Chatterley” de Pascale Ferran la tiene.

Y posee una liberación carnal y pasional del alma y el cuerpo en una secuencia de lluvia. Dos cuerpos desnudos bailando y sintiéndose completamente liberados. Todo pese a esa infidelidad que podría astillar la visión del espectador sobre el escarceo amoroso de Constance Reid. Dudo que el espectador tenga alguna clase de recriminación moral como la tendría con la protagonista de “Breve encuentrodonde se tenía que justificar todo para conseguir el agrado del censor.
Pascale Ferran no lo hace porque, a veces, el amor y amar es libre. Como esas azarosas gotas de agua que caen de los cielos.


Libertad y Libertad pasada por agua

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