Páginas Bastardas

jueves, 8 de febrero de 2018

La espuma de los días: Colin & Chloe

“La espuma de los días”
Título original: L'ecume des jours”
(Mood Indigo)
Director: Michel Gondry
Francia
2013

Sinopsis (Oficial):

“La Espuma de los Días” es la poética y surrealista historia de Colin, un joven idealista e imaginativo, y Chloé, una chica que parece ser la personificación de la letra de la canción ‘Mood Indigo’ de Duke Ellington hecha realidad. Su idílico matrimonio sufre un revés cuando Chloé cae enferma por un nenúfar que empieza a crecer en su corazón. Para pagar sus facturas médicas en este París de fantasía, Colin debe emprender una serie de trabajos a cada cual más rocambolesco, mientras que alrededor de ambos, su apartamento va desintegrándose, y sus amigos —entre ellos, el talentoso Nicolás, y Chick, gran fan del filósofo Jean-Sol Partre— comienzan a desaparecer.

Crítica Bastarda:
Esta historia es enteramente verdad, porque yo la he imaginado de principio a fin. 
Boris Vian 
Suenan las máquinas de escribir, suenan y repican marcando un latido. Estamos en otro universo, como si nos halláramos en una nave espacial o una parodia/alegoría de un cerebro coordinado a un ser humano sacada de la mente de Charlie Kaufman. Ese ser humano es nuestro protagonista y su destino parece repartirse en páginas en blanco en distintas filas que deberán ser escritas por distintas manos. Ese punto de vista un tanto administrativo donde cada renglón y línea son deletreados y evolucionados entre el azar y el orden. Antes de llegar a «Estoy desesperado y horriblemente feliz» llegamos a un juego de la banalidad en un marco de un universo irracional y un tanto insólito con evidentes remantes en paralelo al nuestro. La novela de Boris Vian nos habla realmente de temas universales como la vida, la muerte y el amor, donde el acto surrealista de que el destino ponga un nenúfar en un pecho en plena luna de miel atraviesa ese cosmos entre la alegría y la tragedia, entre el día soleado y la tormenta. 


Muchas veces se habla de Gondry como aquel director que realizó los más sobresalientes clips hasta ese largometraje eterno llamado “¡Olvídate de mí!” en 2004 de la mano de Kaufman. Y después esa libertad que ya revelaba en “La ciencia del sueño” le llevó a proyectos tan difusos como reivindicables e insólitos en los márgenes del cine norteamericano. De la infravalorada “Rebobine, por favor” a la ultrajada “The Green Hornet”, el autor francés ha seguido ofreciendo documentales y largometrajes pero su impacto había quedado mitigado. En realidad, “La espuma de los días” es la extracción de su propio nenúfar de su pecho cinematográfico. Un recorrido por la vida y la muerte y los peligros de tantear el amor (al cine) y ambos abismos separados por algo intangible como el amor. Un amor que puede ser loco como el de Colin & Chloe o simplemente imposible como aquel que protagoniza su mejor (y muchas veces desesperado) mejor amigo. 


No es que Gondry aporte más allá de la introducción y la maquinaria que también reformula su punto de vista como cineasta y narrador de la historia. El resto es jazz, Duke Ellington y la réplica de la cita introductoria. La imaginación de: Boris Vian se solapa a la Gondry y se establecen los mecanismos para criticar la religión, para dividir ese mundo entre el sol y la lluvia e introducirnos en ese universo de modas candentes y barrizales vitales. El director de “La ciencia del sueño” maneja la imaginación propuesta por la polimatía de Vian como un objeto moldeable, como plastilina destinada al stop-motion surrealista y fusionar lo experimental con lo clásico entre diferentes capacidades artísticas y autorales. Todas las metáforas son sentidas como ese desorden y caos impuesto, pero obviamente “La espuma de los días” nos habla de la decadencia vital y la supervivencia del amor, de ese universo luminoso que se vuelve mohoso y fantasmagórico, que se empequeñece a niveles de asfixia. Posiblemente sea la mejor película del autor cuestionado desde “¡Olvídate de mí!” y “La espuma de los días” —destinada a la mutilación en las salas de cine y al futurible culto de lo imprevisible— marca un camino directo a la controversia, como si las divergencias del conjunto fueran otra experiencia vital y decadente de la tragedia. La poesía avanza y solapa, como si fuera un ejercicio conjunto y desigual, en esas múltiples manos que continúan una línea escrita por otro autor anterior. Una especie de sentido barroco al propio cine, siempre compuesto por múltiples referencias de terceros. A algunos pudiera parecerle excesivo los continuados asaltos visuales del cineasta, pero todo ese adorable collage compuesto de oscuridad y luminosas telarañas quedan reducidas a la simpleza de la vida incierta de un ratón. 

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