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domingo, 4 de agosto de 2013

Guerra mundial Z: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12… ¡Ya olvidé esta película!

Guerra mundial Z”
Título original: “World War Z”
Director: Marc Forster
EEUU
2013

Sinopsis (Página Oficial):

La historia gira en torno a Gerry Lane (Brad Pitt), un empleado de las Naciones Unidas que recorre todo el mundo en una carrera contrarreloj para detener una pandemia que está acabando con ejércitos y gobiernos y que amenaza con diezmar a toda la humanidad.

Crítica Bastarda:

Freud escribiría orgulloso un libro sobre “Guerra mundial Z” y no tendría nada que ver con la película, al igual que la película no tiene nada que ver con el libro de Max Brooks y que a su vez tampoco tiene nada que ver con Freud... Al final todo el conjunto, pese a tener claros síntomas de blockbuster veraniego y pasajero, ha resultado ser demasiado freudiano, demasiado dúctil a la psicoterapia y psicoanálisis, demasiado torturado por el inconsciente tanto de los espectadores como el de sus creadores en esa represión canónica de deseos cohibidos dentro de un torbellino circular de problemas y cambios, de cambios y problemas, de problemas y cambios… con una única constante eterna: el peinado de Brad Pitt. La cuestión es que el público se infecte viendo la obra y quiera comerse a aquello que da sentido intrínseco al asunto y obviamente no se trata de deglutir las páginas, que formaron la invisible adaptación homónima, sino del epicentro cinematográfico. Sencillamente el sentimiento carnal de que el mundo entero quiera comerse al Sr. Pitt, ya sea por placer u absoluto odio, conforma el espacio dramático del largometraje de Marc Forster.


Si la humanidad llega a su fin las carnes de Brad Pitt acabarán sin apenas rasguños y cero bocados… salvo aquellos que le dé su parienta en zonas que está película se molesta en ocultar tanto como su visceralidad y sangre. En “Guerra mundial Z” turbas de hambrientos y víricos infectados desean amplificar la contaminación global emulando a un grupo de cascanueces cocainómanos y canís mientras nadie se plantea echar un quiqui antes de tan desesperado e inevitable fin. Simplemente la humanidad no tiene tiempo para planteamientos filosóficos ni sexuales más allá de huir, convertirte en un ‘zeta’ o ser la última letra del abecedario. Nos indican que hay que ser silencioso como una ninja para sobrevivir y que los karaokes judío-masónicos serán castigados por terroristas-castellers-suicidas-de-la-muerte. Freud se jugaría medio genital a que todo este acto está ideado por el subconsciente de Brangelina como alegoría de la salvación (y condena) entre palestinos e israelitas: no importa cuán alto o grueso sea el muro porque siempre será atravesado. Nos diferencian qué es una nota y un e-mail mientras exhiben un teléfono móvil del pleistoceno dejando claro que WhatsApp ya no es trending topic e incluso nos invitan a jugar a ‘¿Dónde está Wally?’ buscando a Matthew Fox.

Prueba irrefutable de que Matthew Fox aparece en la película
Freud, además, dedicaría un capítulo a pequeño Tomas ya que la película insinúa que él pudo ‘llamar’ a los zombis para que asesinaran a sus padres y así poder ser ‘adoptado’ por el Sr. Pitt y familia siguiendo su ejemplo sobre que el movimiento es vida… Movimiento económico en su cuenta corriente, claro. Aunque, ¿quién en su sano juicio no querría ser adoptado por Brad Pitt, el salvador de la humanidad y detallista y analista voyeur con impertérrito peinado? Algunos contarán que la auténtica Apocalipsis fue el rodaje, las reescrituras de guión con Damon Lindelof dando nuevas razones a sus haters para su represión criminal, los desvaríos en su presupuesto que finalmente acabó desorbitado, sus cambios de ‘vocablos’ para contentar al mercado chino, su reducción de violencia y sangre para conseguir el mejor rating y la filmación de un nuevo final por no funcionar el inicialmente planteado. A Freud le hubiera dado lo mismo que el cierre hubiera sido un crossover de “Un chihuahua en Beverly Hills”, que la alegoría socio-política o una narración en clave psicológica sea triturada por un drama y conflicto familiar simplificado a la supervivencia, que la película haya sido desgastada a dentadas entre cientos de trailers, avances y teasers, que los súper-zombis sean los frutos amos del mundo o que el fin hollywoodiense justifique los medios taquilleros. A Freud únicamente le interesaría el concepto germinal y el cebo planteado para hacer salivar a la audiencia ya sea por apetito o furia depredadora y, finalmente, se quedaría patidifuso de esa sesión de hipnosis psicoanalítica producida por el adormecimiento y el olvido inmediato en la cuenta atrás final directa a la infección/sumisión/inutilidad cerebral que propone “Guerra mundial Z”.

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