Páginas Bastardas

viernes, 2 de marzo de 2018

Cincuenta sombras más oscuras: Vergüenza ajena (más oscura), TOMA 1.568.437

“Cincuenta sombras más oscuras”
Título original: “Fifty Shades Darker”
Director: James Foley
EEUU
2017

Sinopsis (Página Oficial):

Cuando Christian, herido por todo lo ocurrido, intenta volver a hacer parte de su vida a una reticente Anastasia, ella exigirá nuevas garantías para darle otra oportunidad. Pero a medida que ambos comienzan a confiar el uno en el otro y a ganar estabilidad, la pareja se verá acosada por oscuras sombras del pasado de Christian. Jack Hyde (Eric Johnson) y Elena Lincoln (Kim Basinger) se unen al reparto decididos a destruir las esperanzas de un futuro juntos para los protagonistas. Esta vez no habrá normas.

Crítica Bastarda:

Es complicado encontrar un (des)calificativo para definir “Cincuenta sombras más oscuras” o, lo que es lo mismo, la segunda película de la peor trilogía del siglo XXI. Podemos analizar el fenómeno social que ha significado la irrupción del BDSM —en versión infantil e insultantemente patológica— como la crónica de la vergüenza ajena con latigazos, acuerdos posesivos y normas para retomar una relación sin química —y sin sustancia— que nada o poco importa. Desconozco hasta qué punto recomendar un film tan mediocre y malo como el dirigido por James Foley puede tener recompensa. Lo cierto es que tan comercial —en su amalgama de producto de consumo insípido y gratuito— que su repetición de gemidos y juegos de dominaciones son tan ridículos como divertidos desde su carácter de chiste continuado involuntario. En realidad, todo ese tono y argumento tan risible nos lleva a la metáfora de un helado de vainilla para dignificar una relación por parte de un hombre poderoso y adinerado en busca de una sumisa con la que pasar el resto de su vida. La única vía de poder disfrutar de semejante bodrio abominable es montarse una sesión a lo “Mystery Science Theater 3000” haciendo comentarios continuados del esperpento que se produce al otro lado de la pantalla. Cincuenta sombras de Grey de Sam Taylor-Johnson, ganadora absoluta de 5 Premios Razzie, podría definirse como la negociación de un contrato entre bragas mojadas y aperturas/cierre de ascensores que servían de metáfora para una vagina atrapada en una dicotomía ante el hombre deseado: ¿es un pervertido sádico o el adictivo placer terrenal hecho carne? 


En “Cincuenta sombras más oscuras” vamos a descubrir que la tristeza ‘hipster’ de Christian tiene fecha de caducidad y que el precario argumento se ampara en las situaciones de amor/odio/posesión/rebeldía de la reinstaurada pareja. No habita ninguna clase de reflexión en el film de James Foley sino que el encadenado de juegos sexuales de dominación son la esencia para tratar de dar vida a una película bajo mínimos de calidad narrativa. Podemos pensar en la cinta como una unión un tanto inconexa de secuencias que podrían funcionar de modo independiente como clips resultones de un programa de sketches aderezados por un sentido de la banda sonora de radiofórmula. El personaje interpretado por Dakota Johnson refleja a la perfección esa fragilidad que choca con la imposibilidad de sumisión que necesita su ‘amo’ sádico. Ciertamente situar el comportamiento de Christian Grey como una especie de enfermedad mental —provocada por un trauma relacionado con su madre— es tan cuestionable como injusta para el BDSM y aquellas personas que practican una serie de aficiones —que no desvaríos— sexuales. Otra cuestión es que en tiempos de corrección política Hollywood tenga que justificar, gracias al material ‘literario’ de E.L. James, el viaje de la oscuridad a la luz del personaje interpretado por Jamie Dornan. Bolas chinas de plata, juegos de máscaras y mordidas de labios aparte, la historia de una pedida de matrimonio en casi dos interminables horas nos traen antagonistas para salir del paso y, por supuesto, fracasar en el intento. Ni Elena Lincoln (Kim Basinger) o Leia (Bella Heathcote) llegan a apuntar ese conflicto latente sobre los demonios del pasado de Grey. Queda claro que nuestro antihéroe desea cambiar y ha encontrado el amor… Sobran las fustas, los fuegos artificiales, los recursos facilones de guion y, evidentemente, las palabras. La razón es que el libreto de Niall Leonard es tan mediocre que las 8 nominaciones a los Premios Razzie de la película parecen pocas para el mal y dolor desatados al otro lado de la pantalla. En tiempos de bipolaridad, es coherente que desconozcamos si Anastasia Steele desea que le pongan un anillo de diamantes, ir sofocada al famoso e infantil cuarto rojo o golpear en los testículos al acosador de su jefe. ¿La recompensa? Hacerse con una fortuna, con el sexo más azucaradamente tórrido y políticamente correcto del sadomasoquismo y, por supuesto, conseguir el puesto de trabajo que siempre soñó. Si para que una mujer tenga que sentirse realizada en la vida tiene que recibir unos cuantos azotes y ser tratada como un objeto sexual —generando lucrativos beneficios en taquilla—… mejor morir de aburrimiento que de la vergüenza ajena (más oscura) de bodrios esta calaña. Y mas si vamos por la TOMA 1.568.437.

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